Capítulo 1

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Lo primero que Harry ve al despertar es el rojo de su sangre, y lo primero que siente es una punzada de dolor en su brazo herido. Desea moverlo, pero se le hace totalmente imposible, como si la simple acción de querer enderezarlo provocará, junto con el estiramiento, una nueva oleada de dolor. Los recuerdos de la noche no son más que un borrón difuso que bañan su memoria y lo hacen sentir mareado mientras más esfuerzo hace por recordar.

Lo segundo que capta su mirada son los ojos llenos de horror de su hermano mayor, y lo segundo que siente es otra punzada de dolor que estruja su corazón y lo retuerce como si alguien intentase arrancárselo del pecho.

Han crecido juntos, Harry piensa, o al menos lo han hecho desde que no era más que un niño de once años que llegó un día a la vida de la familia Weasley. Una lluvia fría caía sobre la ciudad aquella noche y Harry, con el latente miedo a morir que llenaba sus pensamientos, así como la gelidez llenaba su sistema, tocó la primera puerta que se había encontrado. No sabía que lo esperaba del otro lado, pero quizá ya nada podía ser peor en comparación a todo lo que había vivido hasta ese momento.

Ellos le habían abierto la puerta de su hogar y lo habían tratado ─desde un principio─ como si fuera uno más de la familia. Ron, a pesar de ser unos años mayor, se apegó a él de inmediato. «Los instintos protectores de un alfa», había dicho la Señora Weasley y Harry se sintió cómodo con eso. Ron y él se volvieron cercanos rápidamente, el mayor lo protegía y cuidaba de él como si llevaran la misma sangre y, por primera vez en mucho tiempo, Harry se había sentido cálido y amado, verdaderamente amado. Pasaban noches en vela, el pelirrojo lo ayudaba cuando tenía pesadillas bañándolo con el suave aroma de sus feromonas para hacerle sentir una oleada de tranquilidad, paz y seguridad.

Compartieron anécdotas y un sinfín de historias, y Harry soportó ver la rabia que destellaba en los ojos de Ron cuando se sinceró con él y le contó parte de su pasado. Los alfas eran agresivos por naturaleza y, en ese momento, Ronald parecía estar dispuesto a darle la vuelta al mundo entero para encontrar a las personas que tanto daño le hicieron. Luego, lo sostuvo por los hombros y lo observó con ojos sinceros, llenos de tristeza y melancolía ─no con lastima ni compasión, sus orbes reflejaban verdadero sufrimiento ante las injusticias que había tenido que soportar─, y le juró que, mientras él viviera, nadie nunca volvería a hacerle daño.

Pero Ronald no había contado con una cosa.

Harry recuerda que todo comenzó a cambiar una noche de verano, las pesadillas lo habían atacado de una manera tan abrumadora que, al despertar, lo único que deseaba era arrancarse ese dolor emocional que lo oprimía por dentro como si quisiera asfixiarlo hasta dejarlo sin aire y consumirlo. Ahogó sus sollozos para no despertar a quien consideraba su hermano y, a tropezones, se escabulló hasta el baño que compartían. Pero, mientras se enterraba la cuchilla de afeitar del mayor, mientras la sangre empapaba sus manos y los blancos azulejos, Harry no se había dado cuanta que sus feromonas estaban completamente fuera de sí: dolor, tristeza y desesperación. Ron llegó dando fuertes zancadas y quedó completamente paralizado al verlo. ¿Cómo se suponía que cuidaría a Harry, cuando la persona que le hacía daño era él mismo?, esa fue la pregunta que había visto en su mirada aquella noche y también, fue la primera vez que lo vio con una expresión tan abrumadoramente triste, como si pudiera sentir lo que Harry estaba sintiendo.

─Nos vamos ─la voz de Ron es un susurro, pero es tan exigente que no da lugar a negativas. Harry sale de sus pensamientos para fijar su mirada aturdida sobre él─. Toma una ducha y baja a desayunar. Salimos en treinta.

Harry está un poco confundido, su mente aún no se pone al corriente con su cuerpo despierto. Pregunta con aturdimiento: ─ ¿A dónde vamos tan temprano?

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