Que me contaste

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Los jadeos resonaban en sus propios oídos.

—Sen-Senku...

Las embestidas fueron más profundas, con movimientos hipnotizantes en las caderas. Sus vientres y pechos se rozaban a cada estocada fuerte pero apasionada. Gruesas piernas femeninas rodeaban la cintura del joven buscando más la cercanía de sus centros y la fricción con su clítoris. Las reparaciones irregulares, los besos en el cuello, el rechinar de la cama, los gemidos y los llamados temblorosos solo indicaban las increíbles sensaciones que los recorrían.

Con uñas firmemente enterradas en la espalda de su amante tomó sus hombros, separándolo. Un hilo de saliva unía el hombro de la rubia y los labios de él. Senku la miró extrañado.

—¿Qué- Qué sucede? — Bajó la velocidad de su vaivén, la voz ronca llamó su atención. Las mejillas levemente enrojecidas, su boca entreabierta, su pecho subiendo y bajando y el par de mechones que se pegaban a la frente de él era una visión maravillosa.

En un rápido movimiento cambiaron de roles. El peso de sus muslos y sus redondos glúteos cayó duro sobre su miembro, sacándole un gemido a ambos.

Las manos de los dos no se detenían, él cogiendo su trasero para guiar el ritmo y ella arañándole el pecho.

Hasta que un dolor punzante en la cabeza la detuvo de pronto.

—¡Mierda!

Llevó las manos a la zona, cerrando los ojos fuertemente, tratando inútilmente de detenerlo. La presión inexistente de su cráneo la volvería loca, el mareo la hacía sentir desvanecerse, el temblor en su cuerpo parecía gobernarla, sentía que...

—¡Kohaku! —No supo el momento en el que el albino se sentó y la sostuvo de los brazos. Abriendo lentamente la mirada notó como la preocupación brillaba en los ojos carmesíes. —¿Estás bien?

—N-no es nada. —Intentó sonreír avergonzada de detener su sesión de sexo apasionado. —Solo un pequeño dolor de cabeza...—Mintió.

Maldición, sentía que la cabeza le iba a estallar.

Y aun así quería continuar.

Regulando aún sus jadeos, Senku sabía del estúpido intento de ocultar su molestia y sin importarle nada más que ella, suspiró. —Este problema está aumentando, mejor toma tu pastilla y que esto se quede aquí.

—¡No! —No quería decepcionarlo, aún podía sentir su erección rozarle la pelvis. —Ya pasará. Qui-quiero continuar...

—No, Kohaku. —Habló firme, frunciendo el ceño, contradictorio a las caricias que le regalaba en la espalda para calmarla. —Toma tu medicina y vayamos a dormir. Tu condición te pide descanso. —Cerró la discusión.

Se estiró hacia la mesita de noche con la única lámpara encendida en la habitación, abrió el cajón y sacó una tableta de pastillas y abrió una. Destapó con manos temblorosas la botella de agua que tenía sobre la mesa en caso de emergencia como esta y se la tomó.

Se acurrucaron abajo de las sábanas, abrazados, compartiendo calor. La calma tranquilizaba su dolor.

Las caricias a su cabello rubio rebelde más el efecto de su medicación nublaron sus pensamientos, sintiendo como poco a poco el sueño la envolvía.

...

Han pasado cuatro meses desde su accidente.

Tal parece que un mal movimiento y un piso mojado hizo que su equilibrio fallara y se resbalara, cayendo contra el reposabrazos de su sofá y perdiera el conocimiento. Algo estúpido para ser verdad.

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