Que me hace dudar

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Un juego.

La relación que tenía con Senku se podía demoninar así, un juego.

Un juego donde continuamente la hacía volver loca y más atraída por él, más de lo que en alguna vez fue.

—¡Mier-! ¡MGHH!

El frío de la pared raspaba su mejilla entre más sentía como empujaban contra ella. La humedad en la pintura se dejaba ver en la comisura de sus labios de lo tan desesperada que era su respiración.

—Estas tan apretada...—Escuchó desde atrás en un gruñido a Senku. Tomó fuerte sus caderas y la empujó tanto que quedó estampada contra la pared con sus fluidos goteando de su unión. Gimió feroz.

Cómo amaba el sexo rudo.

Curvo más espalda para darle más acceso, justo como ella quería. El sonido de sus pieles chocando solo era contrarrestado por el de la humedad entre ellos y los ocasionales gritos de placer.

Arañó su soporte y mordió sus labios cuando lo sintió tocar el punto exacto en embestidas salvajes y profundas. No podía más, iba a llegar.

La mano que frotaba su clítoris abandonó su lugar, gruñendo frustrada en respuesta. La mano rodeó su estrecha cintura y la atrajo a él tan fuerte como su escasa fuerza podía, arrancandole un grito y separándola por fin de la pared.

Jaló de su cabello rubio, desordenado y sudoroso, para besarla con impaciencia. Le succionó el labio y ella lo mordió en protesta. Una jalada más cabello la estremeció.

Tomó un puñado de cabello también y tiró, sintiendo la vibración del gruñido contra su boca. Ambos amaban ese tipo de trato de todas las veces que lo han hecho así. Una batalla para saber quién gobernaba. Besos húmedos, mordiscos, succiones y lenguas luchando por saberse el ganador no faltaron.

Pero desde el comienzo siempre hubo un ganador.

—No intentes desafiarme. —Un hilo de sangre bajar por los labios masculinos producto a su fiereza, Senku habló. Su labio inferior latía de lo hinchado que estaba y aún así lo único en lo que podía pensar es por que las estocadas se habían detenido. —Sabes que voy a ganar.

Y la lanzó contra la mesa, tirando a un costado los papeles y lápices que usaron hace tan solo veinte minutos atrás en su revisión de la memoria diario. Pero fue la insoportable tensión sexual la que los orilló a que ahora ella vea sus apuntes contra su rostro, estampada en la madera y con el pene de él entrado rudo en ella, separando sus pliegues y estremeciendo sus piernas.

A pesar que es ella la que usualmente tenía el control en el sexo, no sabía cuanto disfrutaba estar en la posición de sumisa cuando esa faceta tan desenfrenada de Senku aparecía. Una faceta que no podía ver todos los días y la enloquecía como no tenía idea.  Una que por alguna razón producía en ella un estremecedor escalofrío de temor en su columna de no saber que sería capaz de hacer.

Un temor irracional que la recorría de solo ver esos ojos carmesíes oscurecidos por la lujuria.

La fricción en su clítoris junto las estocadas violentas se incrementaban. La saliva se deslizaba por su hombro, los dientes la apresaban con ímpetu sobre su cuello, chupando y mordiendo sin control la piel blanca bañada en sudor, tornando de rojo y púrpura la zona que probablemente quedaría así por lo menos una semana.

Con una estocada especialmente profunda vociferó un intento de nombre tan fuerte y tan alto que sus ojos se llenaban de lágrimas de placer puro, mientras baba escurría por su mentón hasta la mesa y sus papeles se arrugaban de lo violento de su agarre.

Sí, hasta en el sexo era un juego.

Un juego donde ella se sentía su muñeca. Un juego donde él tenía total control.

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