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Para el monstruo bajo mi cama que me quitó noches enteras de sueños tranquilos para darme esto: un ángel roto.



Las gotas de lluvia golpean el cristal del autobús. Desde la distancia pudimos observar como las nubes encapotadas se cernían sobre nosotros, primero cruzamos una fina capa de llovizna, ahora la tormenta nos azota. El paisaje antes gris pero vivo, ya solo es un manchón de agua. El constante y fuerte repiqueteo del cristal al ser golpeado por las trémulas gotas de lluvia, ahoga los horrorosos ronquidos del pasajero del asiento de atrás. Un oso, una morsa...No sé a qué se asemeje más, pero sin duda, no me deja conciliar el sueño.

—¿No puedes dormir, querida? —La voz suave de mamá suena adormilada, pero mis sospechas me dicen que se ha despertado en cuanto nuestro vecino de atrás comenzó a roncar.

La veo tallarse el ojo derecho y ahogar un bostezo. Sus facciones finas, sus labios rosáceos, la melena rizada y azabache que anudo en un moño...Mamá es hermosa, sí. Y entonces, reparo en el moratón de su cuello. No aparto la mirada y ella lo nota. Me esboza una sonrisa y antes de que diga lo que sé que dirá, me adelanto y la tomo de ambas manos.

—Todo estará bien esta vez. Estaremos bien.

Me sonríe con ternura y baja la mirada. La sigo por curiosidad, pero cuando reparo en que lo que mira es la fea cicatriz en mi muñeca izquierda, siento la necesidad de taparla con la manga de mi cazadora.

—Lo siento —masculla—. Todo es culpa mía.

—No empecemos esta discusión, mamá. Volvamos a intentar dormir.

Frunce los labios y se traga las palabras que desea decirme. Muy en el fondo, sé que de ser posible, ella tomaría todo mi dolor para sanar mis heridas, sin embargo, sé que el dolor que ella tiene es mucho mayor, y no creo que pueda con la carga del mío.

—Estaremos bien —afirmo, y por la gracia divina sueno tan convincente, que ella se relaja y suspira. Deposita un beso en mi mejilla y se repantiga en su asiento.

Quiero creer en mis propias palabras, creer que esta vez estaremos bien.

<<¿Por cuánto tiempo?>>

La pregunta me asalta como de costumbre. Y sí, ¿Cuánto tiempo? ¿Cuántos meses? ¿Días? Mi vida no solía ser así. Hubo un tiempo en que podía llegar a casa con tranquilidad, salir a jugar con mis amigos, caminar de la mano de papá y de mamá. Pero de eso ya hace mucho...Tengo tan grabados los primero gritos en mitad de la noche, los vasos rotos, la silla volando, el llanto. Miro la cicatriz en mi muñeca y es tarde para cuando el picor en mis ojos anuncia no otra cosa más que lágrimas. Me apresuro a limpiarlas con el dorso y fijo la mirada al frente. A las grecas rojas, naranjas y azules de los poco cómodos asientos del autobús. Del autobús que mamá y yo abordamos en medio de la noche con nada más que las mismas maletas viejas para escapar en caso de ser necesario. Vamos de camino a un lugar nuevo, un lugar donde nadie nos conozca, donde nadie se pregunte "¿Quién rayos es Joelle Durand?" Quiero tener esperanzas de que al menos podré terminar el ciclo escolar, o de que mínimo me permitan incorporarme.

Poco a poco me obligo a solo concentrarme en el golpe de la lluvia, imaginando que lo siento golpearme a mí. En mis manos, mis hombros, mi rostro. Y así, me logro quedar dormida, sin soñar, sumida en una oscuridad placentera.

Al descender del autobús un olor dulzón se cuela por mis fosas nasales: maíz, azúcar, leche, canela... No me toma mucho encontrar la fuente. Justo a nuestra izquierda, una mujer de mediana edad se nos acerca con un canasto grande, remueve con la mano libre el mantel rojo a cuadros con el que cubre el contenido.

BROKEN ANGELDonde viven las historias. Descúbrelo ahora