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El ángel, más bien, Raziel, me extiende una mano con amabilidad. Me lo pienso un poco antes de acceder a su invitación, pero son sus ojos, llenos de un fervor que me contagian, los que me convencen de una buena vez. Así que con la misma amabilidad que él me ofrece, extiendo mi mano para aceptar la suya. El tacto es cálido, suave y me produce una sensación de alivio que nunca había sentido. ¿Es este el poder de un ángel? Es decir, me está llenando de una paz tan esperada, que apenas y me doy cuenta cuando entramos al mausoleo.

Sus cadenas bambolean de un lado a otro y es cuando noto que van directo a empotrarse en una extraña cama de piedra en el centro. El mausoleo parece ser muy pequeño por fuera, pero estando dentro, rodeado de paredes blancas y brillantes, da la sensación de que te hundes en algún abismo eterno. Lo miro en todas las direcciones posibles, y aun así, no logro encontrar el lado bonito de esto. Es una prisión abismal. En el centro de todo está esa gran mesa de piedra...No, viéndola bien, no es una mesa común, es una especie de altar y en su centro se pierden las cadenas. ¿Dónde es exactamente que comienzan?

En algún punto me doy cuenta de que aún sigo sosteniendo la mano del ángel, quién solo me observa en silencio, dejándome fisgonear en su prisión.

—¿Se te antoja muy pequeño? —pregunta con voz ligeramente ronca. Y me la impresión de que ha despertado recién.

—Sí...—confieso, pues por mi cara, seguro que lo he hecho bastante notorio.

—Lo es —se encoge de hombros y con un movimiento suave, suelta mi mano—. Tienes preguntas —afirma.

—Las tengo.

—Bien —asiente una sola vez, cerrando los ojos con cuidado, al hacerlo su expresión cambia, mostrándome una rara combinación entre comprensión y fatiga.

—Dame un momento...—carraspeo e intento ordenar mi cabeza. Hay mucho que quiero saber pero, ¿dónde comenzar? —. Por el principio —me respondo sola.

—Cualquier cosa que quieras saber, la he de responder —me indica, haciéndome sentir absurdamente importante.

—Sí tú eres real, entonces...—señalo con el dedo índice hacía el techo que no parece existir sobre nosotros—. ¿Dios también?

—Sí.

—¿Son sus creaciones? —salto con otra pregunta de forma repentina.

—Lo...Lo somos —abre sus ojos. Atrapándome con ese violeta radiante.

—¿Podrías —dudo pero mi curiosidad es tan grande que me empuja a sacarlo—. ¿Podrías contarme tu historia?

—Es una larga historia, ¿querrás escucharla?

—Tengo bastante tiempo —y como sacado de algún cuento de hadas, esboza una sonrisa cautivadora. Las comisuras de sus labios se estiran con gracilidad, mostrando unos dientes perfectos como perlas.

—Muy bien, princesa...—en cuanto dice la palabra mi rostro se enciende como farol. Es la segunda vez que me llama así, pero, está vez no estoy asustada como para pasarlo por alto—. ¿Debo evitar llamarte así?

—No lo sé, es solo...Que es raro —y me llevo una palma a la nuca, donde entierro mis dedos mientras lucho por controlar el ribeteado rojo en mis mejillas.

—Le ofrezco mis disculpas, pero esa es la forma correcta de llamar a las hijas de Dios.

—¿Princesas? —Frunzo mi ceño en evidente negación—. ¿Por qué?

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⏰ Última actualización: Oct 19, 2022 ⏰

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