Primero

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Comprende el eco de sus actos, finalmente lo hace. Lo sé por su expresión añeja junto con el dilatar de sus oscuros ojos, no se da cuenta pero delata una culpabilidad que jamás antes había denotado.

Se agacha, encorvado su alta figura sobre el asfalto. Toca una de las flores marchitas, acariciándola con sus gruesos y toscos dedos. Aquella mano antes incluso de aferrarse al pétalo, se aferró a múltiples bebidas dejando su vida direccionada en lo que es ahora. Deja ir un suspiro dándose por vencido.

-Estoy aquí por ti- la tormenta deja su afirmación inteligible, dejándola fonéticamente similar al sonido gutural que dejaría cualquier animal.

Se arrodilla hundiendo su rostro en sus ásperas manos. Llora. Sabe que tiene miedo, pero también es consciente de que quiere finalizar la historia teniendo la conciencia limpia. Algo en su interior le dice de que su elección final a sido la correcta, que a pesar de que no es un final feliz es suficiente.

Su terror en la tierra acaba aquí. Aún así, teme que el peso de sus actos le persiga allí a donde vaya.

Antes no creía en algo más que su vida, sus acciones se limitaban en lo que observaba. En los últimos meses comprendió que el sonido de la desesperación podía llegar a volverle completamente loco.

Confieso que al final he disfrutado con su dolor.

Se levanta de un salto, llevándose las manos al vaquero ajustado. Piensa que llamándola encontrará comprensión ajena a su estado. En el fondo sabe que la desesperación puede ser su único aliciente en su puente decisorio entre su vida y su muerte.

Suena un tono, un segundo enciende su esperanza dejando un suspiro de satisfacción en su lugar.

-¿Martha? No, espera, espera...- sacude su mano hacia su pecho, como si apretará su corazón.

Discuten. El, qué pasional le explica el porqué de sus futuros actos espera que lo retenga. Espera que le diga que se quede, que luche, que se quede junto a ella. Porqué eso es lo que se merece la gente que vale para continuar en éste mundo: esperanza.

Sin embargo, nunca llega. La esperanza se difimuna como color sobre lienzo. Los sentimientos se esparcen en su interior hasta desparecer completamente. Dejando su brazo caer, junto al móvil por el peso de la decepción.

Martha acaba de despedirse de él.

Se encamina hacia el coche. Creé que me complacerá y que le otorgaré perdón. Pero se equivoca. Lo que le daré será completamente distinto, pues se ajustará a la grandeza de todos sus actos.

Yo no difuminaré.

Rallaré.

Se sienta en el asiento del piloto, hace girar las llaves hasta que escucha el motor ponerse en marcha. Siempre cierra los ojos al oír a su propio coche arrancar, conducido por el placer de la situación.

No pisa el acelerador, lo que es una lástima a decir verdad. No queda rastro de valentía, ni de voluntad. Ya no queda nada en Juan que se pueda recuperar. Lo que hace que me plantee el ayudarle.

Y así lo hago.

Ayudo a que presione el pie sobre el acelerador. A su vez, y para que sea consciente de mi presencia, dejo escapar palabras inteligibles por la radio.

-¡Para! ¡Para, joder! -sacude el volante dándole golpes, llenando el cuero de este imprendado de lágrimas - NO SOY CAPAZ.

Implora a gritos.

El coche sigue avanzando a gran velocidad.

-¿Que no eres capaz? Si que lo eres, no sería la primera vez ¿verdad, Juan? - sale mi voz inteligible por la radio.

Deja de gritar un instante para deparar en la voz. Mi voz. Dejando su mano sobre el salpicadero, espera conectarse conmigo. Y así lo hace. Pues me impulsa a dejar de apretar el acelerador hasta dejar el coche en reposo.

-Lo siento, no pretendía que fueras tú.

Miente. Sabe que es un superviviente, y sigue pensando de que a pesar de la decisión que a tomando, se merece poseedor aún de dicho titulo. Por el rabillo de su mirada atisbo desesperación. Pero aún así se que miente.

Si le dejo no aprenderá.

Mientes, mientes, mientes, mientes, mientes, mientes, mientes, mientes, mientes, mientes, mientes, mientes, mientes, mientes, mientes...

Ahora piso el acelerador.

Suena el golpe en seco del partir de su columna. El barranco se encarga de desfigurar su cuerpo dejándolo a varios metros de distancia de dónde me dedicaron flores.

Es de admirar, el, y a diferencia de mi. Ha permanecido todo el rato con los ojos abiertos, contemplando cada fragmento que el paisaje podía ofrecerle. Y con una sonrisa de satisfacción a dejado este mundo inducido por mi venganza.

Lo que no sabe su sonrisa ni su ser, es que yo no desapareceré hasta que sus familiares no hayan pasado por el mismo tormento que los míos.

Esa es mi venganza real. El sufrimiento ajeno.

Eso es lo que merece Juan. ¿Sufrimiento personal? No, ni de lejos. El verdadero terror se induce cuando ves sufrimiento por los tuyos, y tú, desde la lejanía de la fantasmagórica no puedes hacer nada.


Les ofreceré pesadillas de este mismo preciso instante.


Cuando las vivan, será cuando mi cometido, aquí, termine.


Del final al inicio.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora