C1: Gatos negros

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La gringuita.



Cuando Colomba se vino a vivir a Chile con su familia tendría, más o menos, cinco años, y no llegó directamente al barrio donde ahora sus padres echaban raíces. Primero pasó por Argentina y rodeó la cordillera hasta llegar a Aysén, donde un amigo de su padre, un empresario de apellido Alemán, les había falseado un montón de papeles. Ya no era Hilary Terrence.


Colomba Dominique Ferreira Castro.


En aquel tiempo haberse cambiado el apellido era, aparte de confuso, emocionante ¡Tenía una doble vida! Como los espías que aparecían en las películas que su hermano mayor arrendaba del videoclub. Pero ahora, cuando lo recuerda, resultaba algo discordante poseer apellidos hispanos cuando lo único que sabía decir en español era 'tacos'.


Y luego vivieron en Concepción, en la casa del hermano de su madre por dos años completos, hasta que su papá encontró trabajo en Santiago. Con siete años llegó a la población de Gatos Negros, en la periferia, bien al sur.

Ahí nació la gringuita.


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Envolvió las zapatillas en papel aluminio antes de meterlas a la mochila mientras que Catalina conversaba, ávida y coqueta, con el que tenía que estar atendiéndolas. Su habilidad de soltar dos mil palabras por segundo era útil, en especial cuando necesitaba una distracción. Su copa 38D era un plus.


-¡Cata! No me quedaron buenas.- Gritó Colomba mientras se paraba, mochila al hombro, y dejaba un par de zapatos que había recogido del piso en el mueble.

Catalina, que tenía veintidós, cuerpo de treinta y cara de diez, se dio media vuelta y le sonrió, asintiendo.


-No importa, vamos a Paris entonces.- El empleado iba a decir algo, pero una señora atrás estaba urgida porque las botas le quedaban apretadas. Tenían el camino libre.


Colomba le tomó el brazo a su amiga y se acercó a su oreja, casi pegándose los labios.


-Si suenan, yo corro pal' metro y tú corrí pa' la plaza no más.- La aludida asintió, sin borrar la enorme sonrisa de su rostro.


Y cuando salieron, el pitito de la alarma llamó la atención de todos, incluido el par de carabineros que se estaban comiendo un paquete de papas fritas afuera.

Y corrieron, Catalina al O'Higgins y Colo al metro.


La gringa era menudita, baja y rápida, no le fue difícil perderse entre el montón de gente que, a las seis de la tarde, querían volver a casa y pensaba que ¿Qué la iban a seguir los carabineros? Seguro que a medio camino se habían cansado y volvían a su puesto de guardia, o seguían a Catalina, que era más grande que ella.


Pero se equivocó, porque cuando llegó al metro sentía que alguien la apuntaba, y no era solo el carabinero, eran dos y un guardia ¿Tanto show por un par de zapatillas adidas? Seguro que Catalina habría logrado escapar y por eso ahora la estaban siguiendo a ella ¿No tenían nada mejor que hacer? No, si las zapatilas costaban treinta mil pesos nada más, pero era algo que Colo tenía mejor gratis, porque esos treinta mil podían significar el almuerzo de un mes entero si su papá perdía el trabajo en la fábrica como había dicho, por su edad tenía que jubilar.


Y si jubilaba iban a estar jodidos, ahí si que iban a joder.


-Pacos culiados.- Siseó entre dientes mientras pasaba la Bip por el lector y se abría paso entre los transeúntes que iban bajando las escaleras a un ritmo demasiado lento para su gusto, a punta de empujones y codazos se medio subía en la barandilla que separaba ambas escalas, y saltaba y se deslizaba. Parecía loca, pero si se apuraba alcanzaba el metro que iba saliendo y no tenía que darse la vuelta para tomar otro.


Se abrieron las puertas.


Empujó a alguien que quería salir, y empujó el jugo que tenía en la mano también, sin darse cuenta. Cuando se fijó, frente a ella había un chico con la polera manchada en rojo y un olor fuerte a frutilla, por su culpa, por ser bruta.


-Ten más cuidado, hueona.- Exclamó él enfadado, pero cuando la miró sus rasgos se suavizaron un poco. Incluso se arrepintió de haberle dicho 'hueona'.


-Te lo pago a la salida.- Dijo Colomba, que estaba más roja que el jugo por la vergüenza, y él accedió. Y accedió no solo porque la polera le había costado cara y era linda, más porque había encontrado que la rubia frente a él era bien bonita, y le podía pedir el número o invitarla a comer.


Así se conocieron.





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Es mi primera historia, espero que les guste.3 y que cualquier palabra que no comprendan me la pregunten, seguro que tendrá mucha jerga y coa.


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