2

162 17 33
                                    


Polvo.

Cuánto polvo.

Se escondía en los rincones de la porcelana blanca del retrete. Sus dedos se aferraban al borde de la taza igual que las garras de un depredador en la tierna carne de su trofeo. Cualquier repulsión a los gérmenes que pudo haber sentido desapareció cuando otra arcada sacudió su cuerpo.

Sus labios húmedos goteaban de saliva y bilis mientras un terrible gemido se escapaba. Los ojos le ardían, pero no tanto como su garganta. Escupió y se desplomó en el suelo, recargando su cansado cuerpo contra la división del baño. Llevaba un buen rato arrodillado, como un creyente, llorando hasta vomitar.

Todavía le costaba creer que esa sería su vida en los próximos nueve meses. Claro que, cumplido ese plazo, todo sería mucho peor. Hacía días que se había hecho la prueba (pruebas, seis en total, todas positivas) que pulverizó su vida como la conocía. Luego tuvieron una tediosa charla sobre lo que iba a pasar después.

Levantó la mirada, buscando a la joven que tenía como asistente, y una terrible lástima se apoderó de él. Era una alpaca de espeso pelaje pardo, y grandes ojos negros, eternamente tristes. Había permanecido a su lado en posición firme, tan leal como siempre, incluso cuando el espectáculo comenzó y las arcadas del ciervo eran todo cuanto se podía oír. Se llamaba Willard, o algo así, no lo recordaba muy bien.

Enseguida le tendió una botella de agua, y Louis no pudo estar más agradecido.

—¿Necesita que le traiga alguna pastilla, señor?

—Llama a Legosi —pidió Louis, resintiendo el sabor del vómito entre cada palabra. Tuvo que hacer un verdadero esfuerzo por contener otra arcada.

—Me parece que él está trabajando en estos momentos, señor.

—No me importa. Llámalo.

—Como diga —le respondió "Willard", pero no hizo ademán de obedecer—. Los jefes de la compañía Yasuhiro están esperando en la sala de conferencias...

—Que sigan esperando.

—¡Lo considerarán una grosería! Sabe lo orgullosos que son.

«Tanto como lo éramos nosotros —pensó el ciervo con profunda tristeza—. Ahora nos rebajamos a complacer a otros.»

—Cancela la junta.

—No podemos hacer eso, llevamos meses posponiendo esta reunión. Una falla más y los perderemos como socios comerciales.

—Tienes razón —concedió Louis, molesto—. Conéctame a una línea de conferencia. Me iré a casa.

—Creo que lo mejor sería quedarse. —Respondió la alpaca, demasiado testaruda para su gusto.

—Si, claro, no creo que a los Yasuhiro les importe un poco de bilis en sus documentos. Haz lo que te pido. Seguro que hasta ellos entienden que no se puede hacer gran cosa cuando se está enfermo.

—Si, señor, lo siento.

—Ayúdame a levantarme.

Tomó su mano y lo dejó apoyarse en ella. Le agradeció con un murmuró mientras se limpiaba los rastros de polvo en su ropa.

—Señor presidente, ¿me permitiría una pregunta?

—Como sea.

—Le he agendado citas con su médico, y aún así lleva semanas enfermo... ¿Está todo bien?

—Es una infección.

—¿Está... seguro de que no es algo más grave?

—No. Es una infección para toda la vida.

La confusión se dibujó en el rostro de la joven. Sus labios se separaron ligeramente, como si tuviera palabras en la punta de la lengua pero se negara a decirlas, y le recordó tanto a Legosi. En ese instante, Louis supo que se iba a arrepentir por lo que estaba a punto de hacer, pero ya no quería sentirse tan solo y perdido como en los últimos días. No hacía más que permanecer en vela, tratando de sacudir los sombríos pensamientos que lo invadían. Era como ahogarse y no poder gritar por ayuda. Además, se había encariñado con la chica desde que entró a su servicio, y ya le había confiado muchos secretos antes. Un clavo más en su ataúd no le resultaba tan malo.

—Estoy preñado.

Corto y sencillo, como las cosas debían ser siempre.

Willard soltó un sonido muy extraño, difícil de interpretar, y se llevó una mano al pecho, tal vez para prevenir que se le escapara otro. Abrió tanto los ojos que Louis temió que se fueran a salir de sus cuencas. Enseguida se retractó de su acto, no tenía planeado infartar a la pobre alpaca.

—¿Quiere decir que... uh...? ¿Quiere decir que va a tener un bebé?

—Ese es el significado de estar preñado, así que si.

—¿Del señor Legosi? O sea, ¿de un lobo gris?

—¿Estás insinuando lo contrario?

—¡No, no! Discúlpeme, yo nunca... No quise... Yo... Ah... Felicidades, señor, eso es...

La chica estaba temblando sin control, balbuceando, y parecía a punto de perder la cabeza. Louis estaba seguro de que así se había visto él cuando vio las dos líneas rojas. Y entonces en un descuido sonrió. Willard lo vio, y más tarde el ciervo rojo pensó que tal vez lo dedujo como una invitación, pues está se acercó con intenciones de abrazarlo.

Louis la detuvo en seco, levantando una mano y con ese solo gesto Willard se calmó, recuperando el semblante. No sin antes carraspear un poco y alisarse la falda perfectamente planchada.

—No sabía que su familia tenía la bendición de la fertilidad —comentó, en un tono de voz que era casi casual.

Antes de poder responder, Louis experimentó de nuevo la inconfundible sensación de náuseas, pero intentó controlarla cubriendo su boca.

«Bendición. Un maldito castigo, querrás decir.»

—Pues la tenemos —dijo en un suspiro—, quiero que llames a mi esposo y le digas que lo espero en casa. Luego conéctame a una línea directa con la compañía Yasuhiro. No quiero que se cierre ningún acuerdo sin que yo no sepa el más mínimo detalle, ¿entendido?

—Entendido, señor presidente.

—Espera, una cosa más —la detuvo, antes de que hiciera nada—. Ni una sola palabra de esto, Willard.

—Wissam.

—¿Disculpa?

—Mi nombre es Wissam, señor. No Willard.

Mentiría si dijera que no sintió el calor del bochorno en su rostro.

—Bien. Entonces lo dejo en tus manos, Wissam.

La alpaca salió del sanitario de caballeros, celular en mano para cumplir las órdenes de su jefe. Estaba seguro de que Legosi se moriría de preocupación en cuanto respondiera la llamada y correría a su lado como el perrito fiel que era.

Mejor, pensó Louis, no quería pasar ni un segundo más sin su compañía.

El hogar que nunca existióDonde viven las historias. Descúbrelo ahora