«Dos años de la tragedia de Galbert, el pueblo que desapareció».
No es la primera vez que escuchas ese titular.
Acabas de salir de clase y ya lo has visto en tres papelerías distintas, en dos puestos de periódicos, cinco veces en televisores y un par más en el colegio. Tú, que siempre te detienes de camino a casa frente al escaparate de la tienda de eléctricos que hay a una manzana de la escuela, con tus trenzas negras y tu mochila a juego con tus ojos lapislázuli, te quedas en blanco cada vez que lo escuchas, como si fueran las palabras clave de un juego hipnosis. Lo difícil es saber si esas palabras te despiertan o te duermen...
Pero al fijarte en lo tarde que es, echas a correr hacia casa. Vives en un edificio viejo, en una tercera planta sin ascensor, a la cual se llega por la escalera de incendios exterior al edificio. Coges las llaves y empujas la puerta, porque siempre se queda un poco atascada.
Tu madre está sentada en el sillón, de frente al televisor, con el mismo pase de noticias que tú has visto antes en el escaparate. Está hablando por teléfono.
—¿Estás seguro?
Espera, responden al otro lado. Tú oyes un murmullo, pero no entiendes las palabras.
—Vale —suena aliviada de pronto—. Sí, sí, me quedo más tranquila ahora. Solo de pensar en que puede aparecerse por aquí en cualquier momento... Vale... Vale... Muchas gracias... Buenas tardes a ti también.
Cuelga el teléfono.
—¿Quién era?
Tu madre se sobresalta al oír tu voz pero con una amable sonrisa se relaja.
—¡Hola, Maison! No te he oído entrar.
—Porque estabas hablando por teléfono. ¿Con quién hablabas? —repites.
—Oh, nadie, un compañero del trabajo.
No discutes. Te encoges de hombros y dejas la mochila en el suelo, las llaves en el cenicero. La chaqueta te pesa, también te la quitas.
—Esa chaqueta te queda grande —observa tu madre.
—Ya. Pero mola.
No es nada del otro mundo. No es una prenda de moda ni de un color bonito ni si quiera es de chica, como algunas niñas dicen a tus espaldas en el colegio. Es una chaqueta de pana marrón, forrada por dentro de borrego, gris, por lo sucia y vieja que es.
Te sientas junto a tu madre y ella abre los envases de comida precocinada que ha debido comprar en el local de abajo. En uno hay pasta, tú los llamas «los retorcidos verdes», en otro hay patatas fritas y en un tercero hay carne.
Por televisión siguen hablando del desastre de Galbert. Ambas lo miráis, pero vuestros gestos son muy distintos. Mientras masticas con lentitud, tu mirada se pierde en la pantalla, en las imágenes que enseñan de ese pueblo que parece haber sido arrollado o bombardeado. Por su parte, tu madre casi no presta atención, pero notas que le incomoda la noticia, incluso sin mirarla.
Y tú tienes esa extraña sensación que te lleva persiguiendo todo el día.
—Hoy solo hablan de esto... Hemos hecho un minuto de silencio en el cole.
—Normal —comenta tu madre.
—La verdad es que me fastidia un poco.
—¿Por qué te fastidia?
—No entiendo por qué tenemos que guardar un minuto de silencio, para empezar. ¡Como si eso fuera a ayudar!
—Se hace por respeto, Maison —replica tu madre, sin dirigirte la mirada y sonando como si fuera una retahíla.
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NO DIGAS MI NOMBRE
TerrorEs el día de tu cumpleaños y tu madre insiste en dar una fiesta con un montón de niños con los que no te llevas bien. Contrariamente a sus advertencias, te acercas al cementerio en busca del único amigo que tienes: alguien que te observa desde las s...