[CAPÍTULO-III]

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 †・LA HAUTE COUR ・†

En sus sueños, había prados reverdeciendo, ríos de aguas cristalinas que eran aún más transparentes que un diamante pulido, había bosques, el sonido de la vegetación... ¿Acaso los árboles, las hierbas, las rocas, la tierra, tenían sonido?, para ella, lo tenían. Y no era solo el sonido del viento moviendo las hojas, o el crujido de las pisadas al caminar sobre la tierra, era algo más allá.

El sonido de la vida.

Pero no era un sueño que la condujera hacia sus recuerdos en los bosques de Francia, no, claro que no. Este era otro lugar. Un lugar sagrado.

Y de pronto, estaba de nuevo frente a ese color azul. Azul como el cielo. Azul como el agua pura. Cómo las estrellas que podía ver más allá, en el cielo nocturno. Roxanne recordaba todas esas noches en las que se quedaba despierta hasta que amanecía, le gustaba subirse a la terraza de su palacete en el Vexin cuando su madre ya se había dormido, y miraba las estrellas del firmamento: de todos los colores existentes, había estrellas rojas, amarillas, blancas, pero sus favoritas eran las estrellas azules. Una vez, cuando su curiosidad fue más que su timidez, preguntó a uno de los maestros del príncipe si las estrellas tenían nombres.

—Pero claro, pequeñita —le dijo aquel monje que solía visitar el Palacio de la Cité a veces, para ayudar al pequeño Felipe a estudiar—, las estrellas tienen nombre, los griegos, los romanos y hasta el antiguo imperio egipcio se encargaron de asignarles nombres a las más brillantes.

—¿De verdad? —respondía ella con esa ilusión de una niña de ocho años—, ¿cómo se llaman las estrellas azules?

El religioso rió con ternura al ver la luminosidad en los ojos grises de Roxanne.

—Hay un conjunto de las más brillantes, tal conjunto debía tener un nombre digno de ellas, así que lo designaron como el de las "estrellas reales" —le explicaba—, entre las estrellas reales se encuentra Antares y Aldebaran, las magníficas estrellas rojas, también está Fomalhaut, aquella de color blanco —sonreía—, y luego está Regulus, una estrella azul.

—¿Regulus? —Roxanne estaba fascinada—, ¡la estrella azul se llama Regulus!

—¿Sabes qué es lo fascinante?

—¿Qué?

—El significado —explicaba—, Regulus viene del latín, quiere decir "pequeño rey". Se creía que Regulus controlaba los asuntos celestiales —le decía entre murmullos, como si le estuviera contando el secreto más grande del mundo.

Regulus, la estrella azul, tenía ese brillo que no había podido encontrar en ninguna otra cosa en la tierra... hasta ayer, cuando vio los ojos azules de Baldwin.

Los ojos de Baldwin, tan brillantes y hermosos como la luminosidad de Regulus.

Soñó con los planos celestiales, con las estrellas, con esos prados reverdecientes, y con Regulus, hasta que al fin, la mañana vino y Roxanne supo que había dormido más de la cuenta al escuchar el ruido de las actividades que realizaban todos afuera de sus aposentos, y la luz solar que traspasaba las cortinas blancas del balcón. Pestañeó un par de veces para alejar el sueño, agradecía tanto a Dios que después de esos cinco meses viajando desde Europa hasta Tierra Santa, por fin dejó de tener pesadillas. Se quitó de encima las cobijas de lana suave color blanco, y se sentó en la cama con un gran bostezo que acompañó con el estiramiento de sus brazos, cuando se fijó mejor se dio cuenta de que en el buró junto a su cama había un bastidor redondo de madera con algunas mantas de diferentes colores a un lado, también algunos instrumentos de costura.

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