[CAPÍTULO-XVIII]

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†・EL MILAGRO DE BALDWIN・†

Las nubes aceradas del cielo anunciaban la pronta venida del anochecer, el cielo era de un azul un poco más grisáceo, pero ciertos rayos del sol todavía escapaban para iluminar uno que otro muro de la ciudad sagrada. Roxanne caminaba junto a Roger de Moulins de su lado izquierdo, y Silas de su lado derecho. Les había pedido ir al menos unos minutos a la Basílica del Santo Sepulcro antes de volver al Templo de Salomón.

Era verdad lo que Roger le había dicho hace unos minutos, «Lusignan ha tomado la regencia hoy, si usted no regresa al palacio, entonces mandará buscarla y tendrá la oportunidad de cazarla, luego decir que la habían secuestrado y que la han encontrado muerta».

Una vez más, estaban frente a la entrada de la basílica, a la que entraron después de atravesar las arcadas con columnas de piedra. La Basílica tenía secciones específicas para cada lugar, todas las capillas dentro y con niveles en los que había cada cosa: desde la capilla a Santa Helena en el nivel inferior, o más allá donde estaba la piedra de la unción, el monte gólgota donde murió Jesús, y sobre todo aquel lugar...

El edículo que resguardaba el Santo Sepulcro, donde resucitó Cristo.

—La dejaremos a solas, su alteza —le dijo Roger, quedándose atrás con Silas.

Ella asintió, y avanzó.

Quizás por la hora, no había ya tanta gente. Solo algunos cuantos que estaban sentados rezando, sin embargo, quienes continuaban cantando eran los monjes que entonaban un canto gregoriano pacifico: «Sanctum est Nomen Eius»

Sanctus, Sanctus, Sanctus

Hosanna, Hosanna in excelsis

Sanctus, Sanctus, Hosanna

Dominus Deus Sabaoth

Benedictus qui venit in nomine Domini

Hosanna in excelsis

Sanctus, Sanctus, Sanctus

Pleni sunt coeli et terra, Gloria tua

Benedictus qui venit in nomine Domini

Sanctus,Hosanna, Hosanna in excelsis.

Era reconfortante.

Roxanne caminó por el mausoleo, aún portaba el traje hospitalario, excepto por el gorrito. Miró el edículo de piedra tallada, a los lados los grandes cirios encendidos que invitaban a entrar en ese pedazo celestial.

Suspiró y entonces entró.

Adentro, ciertamente se sentía diferente, un aura sacra. Incluso se tomó unos minutos para respirar el aire que había, luego continuó hasta la entrada en arco que conducía a la tumba vacía de Jesús, y pensó que era una suerte que no fuera tan alta, ya que incluso tuvo que agacharse un poco para poder pasar al otro lado.

Era curioso, cómo una metáfora, recordaba todo eso de "es más fácil que un camello entré por el ojo de una aguja a que un rico entré al cielo", o "Entrad por la puerta estrecha; porque ancha es la puerta, y espacioso el camino que lleva a la perdición", sí, sí, algo así.

Ahí estaba...

El Santo Sepulcro.

Al acercarse, Roxanne volvió a tomar una gran bocanada de aire y luego se arrodilló ante la tumba vacía. Meditó un largo momento, esperó a que su corazón estuviera en sintonía con el de Dios para empezar a orar... lo que pedía, era sabiduría para enfrentar los obstáculos, atravesar el terreno pantanoso, para ser cómo debía ser: una princesa de Jerusalén. Una futura reina.

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