Él
El pequeño pueblo en el que crecí está rodeado de un lago que parece infinito. Si te quedas en silencio puedes escuchar a los pájaros volar y a las ramas de los árboles contándote historias de las vidas que han visto pasar.
Las calles, los puertos y todo en nuestro pequeño pueblo son parte esencial de una historia que alguno de nosotros vivió o vivirá. Historias importantes que han sido pasadas de generación en generación durante años, y que siguen tan vivas como el momento en que sucedieron, porque aquí las calles tienen el poder de absorber y conservar cada instante para la eternidad.
En aquel entonces me parecía una locura como todos miraban con añoranza un árbol o una cueva y sonreían porque les recordaba a un momento específico de su vida, poco sabía que serías tú quien me hiciera mirar las cosas de aquella manera. Quien llegaría a cambiar todo.
La vida en Sigris nunca fue emocionante o caótica, todos éramos presos de la tranquilidad que flotaba en el ambiente y que solo se altefraba cuando la naturaleza así lo deseaba. Aquellos que no encajaban con la quietud, huían a grandes Ciudades en busca de un poco de emoción y no podía culparlos; Sigris no era para todo el mundo pero no por eso dejaba de ser tan especial. Menos para mí.
Cuando cumplí quince salté de acantilados, remé por las noches y comencé a escabullirme para las fiestas clandestinas que ocurrían bajo las cuevas. Una tradición que parecía todos aquí debían vivir al menos una vez pero de la que nadie hablaba, era como si aquello fuese un pacto secreto y tácito entre todos los lugareños. Lo sé por aquella noche en que David apareció con su uniforme de policía a interrumpir a mitad de la noche y todos nos quedamos en pánico, con los ojos expectantes a que nos esposara y llevara a la cárcel por consumir alcohol sin ser mayores de edad.
En cambio todo lo que hizo fue sonreír con mucha añoranza mientras nos daba un sermón al que parecía ser obligado. Solo habíamos comprado dos botellas de cerveza que dividimos entre nosotros diez, una cantidad minúscula pero que en ese instante nos pareció un acto rebelde, casi peligroso.
Aquella faceta de "rebeldía" solo pareció durar poco después de mis dieciséis y lentamente me fui asentando en la quietud del pueblo nuevamente, como si siempre hubiese pertenecido a ella.
No tardé mucho en entender que la adrenalina y el peligro no corre por mis venas, lo mío es la tranquilidad que hay en una rutina; en las caminatas hacia la montaña al amanecer y en la belleza que se esconde detrás de los árboles.
Ahí fue donde llegaste tú, a irrumpir como un huracán en una tarde tranquila; llevándote todo a tu paso.
El aire cambió en el momento que tus botas brillantes pisaron nuestra tierra. Llegaste con tu madre y un montón de maletas que eran demasiado caras para estar en un pueblo de casi cuatrocientos habitantes.
Nadie tiene tantas cosas aquí, nadie las necesitaba. Pero tú sí.
Sabías perfectamente que lo material era lo único real a lo que podías aferrarte, porque no era tan frágil como una vida que se puede apagar sin aviso previo.
Te paraste firme sobre tus talones mientras tus botas brillaban bajo el sol de aquel día. Eso también cambió con tu llegada, el sol de repente brillaba todo el tiempo después de varios meses nublados. Era como si tuvieras la capacidad de iluminar todo a tu paso con tan solo existir, jamás había visto un espectáculo como aquel.
Iluminabas todo incluso sin saberlo, sin quererlo y aquello me gustó. No eras consciente del cambio que causabas, tal como la naturaleza no sabe cuánto afecta a las personas a su alrededor.
La naturaleza... ¿Es ahí donde debería haber comenzado esta historia?
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Aunque no te pueda ver
Science-Fiction¿Que sacrificarías para borrar ese pasado doloroso que te atormenta todos los días? Cuando Umi se entera que su madre está a un par de meses de morir, es obligada a mudarse del otro lado del mundo; Sigris. Un pueblo de apenas cuatroscientos habitan...