Cap 1: La noticia

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Umi

La primera vez que escuché hablar de Sigris, fue el inicio de la mejor y peor aventura de mi vida.

-Mamá - dije en un tono grave, casi ahogado. El mundo comenzó a abrirse a mis pies pero aún no había mirado abajo para darme cuenta, quizá nunca debí hacerlo. - ¿Por qué todas nuestras cosas están en cajas?

El presentimiento de que algo grande estaba por suceder había aparecido desde antes que hubiese abierto la puerta para encontrarme con ella sentada en el piso, llevaba aquella expresión vacía que solo le había visto cuando papá murió. Un par de segundos después, noté que cientos de cajas vacías le rodeaban, no había ni una pizca de normalidad en aquella escena.

Mi madre era una persona fuerte, con una de aquellas presencias que detectabas de inmediato en cuanto entraba a una habitación, pero en esos momentos parecía alguien completamente diferente, ausente, había un halo de tristeza que la rodeaba y aquello me erizó la piel.

Me miró con los ojos rojos y llenos de lágrimas, no pude moverme.

Estaba a punto de mirar a otro lado para darme cuenta que ya no tenía un mundo dónde pisar. El inicio de una madriguera de conejo por la cual me deslizaría y el fin llegaría tan abrupto que destrozaría cada hueso de mi cuerpo y un poco más que eso.

-Vamos a mudarnos - dijo sorbiendo por la nariz.

-¿Así de pronto? ¿A dónde?

-El avión sale en tres días - su voz firme llenó el lugar, era como si nunca hubiese estado llorando. - Empaca todo lo que consideres importante, hay cajas en tu habitación. Mañana iremos por maletas más grandes.

-¿Mamá? - volví a preguntarle, levantó la cara y esbozó una sonrisa cargada de preocupación, cansancio y un destello de algo más que no distinguí. - ¿Por qué nos vamos tan rápido? ¿Qué pasó?

-No pasa nada, necesitamos aire fresco. Es todo - se encogió de hombros y se puso lentamente de pie, pero yo no pude moverme.

-No te lo creo.

"Es buena contando mentiras, pero fatal escondiendo lo que siente" decía papá, siempre con una sonrisa. A veces creo que era la única persona que de verdad podía entenderla, quién la conocía de verdad.

Sus rodillas temblaron y tomó asiento para intentar ocultarlo. Podía sentir en mis huesos que el resto de mi vida estaba apunto de cambiar, de dar uno de aquellos giros rápidos que nunca ves venir pero desearías haberte preparado para ello.

-¿Dónde nos mudaremos? - pregunté pero no quería saberlo. No importaba dónde fuésemos, nunca tendríamos de vuelta esa casa dónde crecí. Aquella cuyas paredes aún contenían aquella vida que compartí con mi papá; sus risas, sus chistes, aquel sitio era todo lo que realmente me quedaba de él. No quería irme. No quería dejarlo.

-Es un lugar precioso - dijo intentando sonreír, nuevamente. - Eso te lo prometo.

En ese entonces poco sabía de Sigris, ni siquiera hubiera podido localizarlo en un mapa porque así de pequeño y desconocido es. Era algo muy diferente a lo que ambas conocíamos, pero apenas iba a averiguarlo.

-No me interesa si nos vamos a vivir a París o a una Hungría, mamá. Solo quiero saber ¿Por qué?

Dicen que las tragedias pasan en solo un abrir y cerrar de ojos, que solo basta un parpadeo para que todo tu mundo se desmorone.

No para funcionó así para mí.

Todo lo que sucedió desde el instante en que abrí la puerta y hasta que abordamos ese avión, sucedió en cámara lenta. Tan dolorosamente lenta que deseé alguien acelerara el tiempo, hiciera algo para que todo eso fuera más soportable. Deseé que esos parpadeos fuesen una realidad y no un doloroso mito.

Las rodillas de mi madre temblaron nuevamente, pero se mantuvo tan firme como siempre lo estuvo en los momentos de tormenta. Intentó sonreírme y una lágrima rodó ligeramente por su mejilla, los latidos de mi corazón se hicieron tan insoportablemente altos que pensé no la escucharía decirme aquellas palabras.

-Estoy enferma, mi niña. Y ellos no creen que yo... - entonces mis piernas avanzaron por mí, la envolví entre mis brazos y nuestras rodillas cedieron. No necesitaba terminar aquella oración.

Quizá fueron horas o un par de minutos, pero nos quedamos hechas un ovillo en el suelo alfombrado de la sala hasta que la oscuridad nos envolvió.

Mi madre fue premiada múltiples veces por su habilidad con las palabras, pero en aquel momento, el silencio las reemplazó y entendí el significado oculto. A veces decir las cosas en voz alta las hace más reales y ninguna estábamos listas para lo que aquello implicaba.

El peso de sus palabras fue tan duro que me impidió dormir aquella noche, así que hice lo que mejor me enseñaron mis padres; mirar al cielo y hablarle a la luna esperando que papá me enviara toda la fuerza desde donde se encontrara, porque iba a necesitarla.

Aunque no te pueda verDonde viven las historias. Descúbrelo ahora