IV Cátedra

76 5 1
                                        

—Mencionaste algo de la universidad. ¿Recuerdas algo de esa época?

—Hubiera preferido no haber recibido esa pregunta, pero el tono en el que preguntó denota interés.

—Tristemente, sí. Pon atención.

Apenas estaba iniciando la universidad: el mega famoso primer año, el lugar donde la gente define lo que va a hacer en su futuro. Para mí iba a ser una basura total. Ya había sufrido acoso en la preparatoria, pero no se compara con lo que las personas pueden llegar a hacer en una universidad. Me metería a estudiar artes; mi pasión por el dibujo en esos momentos estaba en su pico más alto, y era donde más disfrutaba dibujar. Entonces pensaba que podía llegar a sacar un título y graduarme en esa carrera, pero mi padre no quería que estudiara eso. Quería a un abogado como él, pero yo quiero ser todo en la vida menos parecerme a mi papá. También estaba pensando en estudiar cine, y, a pesar de los comentarios que recibía a diario, quería hacerlo. A los 17 años fue cuando recibí el peor discurso de mi padre, asegurando que me iba a morir de hambre. Entonces decidí cambiar y me metí a artes, algo que, por más que criticaran, nunca iban a poder quitarme. Dos días antes de que iniciara a estudiar, me tocó vivir un viaje en auto con mi familia para llegar a la capital, porque ahí era donde se encontraba la universidad. Mi padre, con un tono de voz falso de querer ayudarme, diría:

—Y bueno, hijo, ¿estás seguro de que quieres estudiar eso? Te puedes meter a Derecho, y apenas salgas, te puedo ayudar a entrar a mi firma. Es bastante sencillo; así hice con tu tío.

—No, papá, no me interesa entrar en tu firma. Voy a estudiar artes y está decidido. —Pasaron cuatro minutos de silencio incómodo, y aunque mi madre estaba sentada, nunca dijo nada. Nunca lo hizo en su momento y nunca lo hará en su vida.

—Cuando estés muriendo de hambre, no vuelvas corriendo a casa pidiendo refugio.

—No, no voy a volver a esa casa de mierda.

—Casa de mierda y todo, pero viviste ahí como mantenido. ¿No?

—Sí, por eso me largo.

—No voy a discutir más. Eso mismo dijo tu primo y terminó volviendo a la casa de la abuela como perra regañada. Ojalá te vaya bien en la vida.

El viaje duraría cuatro horas, pero con la penetrante tensión que había y el angustiante silencio que llegó a tener la situación, el viaje se sintió como veinte horas. Al llegar, abrí la puerta lo más rápido posible para escapar de la situación. Bajarme del carro significaba dejar atrás una época de mi vida; me bajé sin despedirme, sin soltar un solo sonido. Ni siquiera miré hacia atrás para ver a mis padres por última vez. Esa fue la última vez que los vi. Sé que siguen vivos y divorciados, pero no me interesa nada de ellos.

El psiquiatra me interrumpió cerrando la libreta con delicadeza, apartó los dibujos de la mesa y la puso en ella y levantó su mano para poder hablarme.

—Disculpa que te interrumpa otra vez y que me vaya tanto para atrás. ¿Pero recuerdas algo de tu niñez o juventud?

—De mi niñez no tanto, de mi juventud es otro tema. Te recomiendo que vayas comprando otra libreta.

Él volvería a agarrar su libreta tras una leve risa cortada y con su mano derecha volvería a agarrar su bolígrafo y ponerse a escribir mientras yo seguía contando mi historia.

Tenía catorce años, vivía en una ciudad con bastantes edificios grandes, y cuando miraba por las ventanas de vidrio empapadas por las lloviznas que ocurrían a cada rato, sentado en el piso de madera que era bastante cómodo, lo único que podía observar, además de luces rojas, era un tráfico terrible. Pero de alguna manera me gustaba mirar. Para mí, mi madre era una especie de fantasma, una sombra. Siempre estaba ahí, pero su presencia era nula. Siempre dejaba que mi padre pasara por encima de ella como si fuera un simple roedor más. Uno nunca entiende las razones de las demás personas para dejarse hacer cosas tan deplorables. Pero no era hijo único, tenía dos hermanos; uno de ellos se fue apenas pudo y fue la mejor decisión que pudo haber tomado. Él y yo éramos muy unidos; en mi niñez solo tengo recuerdos de él y de mí jugando. Me ayudó mucho en su momento y, después de eso, no volví a tener contacto nunca. Mi otro hermano, por todos los problemas que tenía con mi papá, se dejó llevar por las drogas. Se volvería vendedor de marihuana y, por culpa de eso, terminaría muerto, siendo asesinado por uno de sus compradores. Mi padre no fue al funeral, pero para justificar sus acciones decía:

Réquiem Donde viven las historias. Descúbrelo ahora