Capitulo 2

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Dentro de la estratificada jerarquía siux, el nivel de un buen guerrero sólo era opacado por la posición del jefe mayor, guía indiscutible y poderoso, quien a su vez sólo rendía honores al viejo y sabio chamán, que por manejar el arte de la magia y los espíritus estaba por encima de cualquier comparación. Ser un guerrero implicaba muchas cosas, y Lobo Gris lo sabía. Llevaba años preparándose para aquel momento, desarrollando sus habilidades y su cuerpo. Su padre le había enseñado a usar el cuchillo, las flechas y el hacha, y durante el proceso su cuerpo se había afinado, tensándose como un instrumento de guerra, listo para el ataque y la defensa. Como él, una docena más de aspirantes a guerreros esperaban el momento de su iniciación. Las mujeres de la tribu estaban totalmente fuera de estas actividades, totalmente viriles y violentas. Lo que sucedía en la gran carpa roja, solo era observado por varones.

Hacía ya un mes que había empezado el proceso. Los jóvenes siux que pretendían llegar a ser guerreros estaban apadrinados no por sus padrinos que escogieron desde joven, ahora por un guerrero mayor, usualmente el padre, un tío o un abuelo joven y fuerte. Parte del proceso de eliminación consistía en hacerlos superar pruebas de destreza y valor. Varios de ellos habían ido sucumbiendo, ya sea por debilidad en sus cuerpos o en su carácter, pero no era el caso de Lobo. Contó con dos excelentes maestros que eran sus primos, ahora su padre y su tío, hermanos gemelos y respetados guerreros, que por ser idénticos habían sido llamados Tero y Taro, como las montañas gemelas que delimitaban el territorio siux.

Después de todas las pruebas, hubo una reunión en la gran carpa roja. El jefe mayor había convocado a los mejores guerreros con los aspirantes finalistas. Eran solamente cinco, y entre ellos, Lobo Gris hinchó el pecho y endureció el gesto, dejándoles ver que no estaba intimidado en su presencia. El jefe era un individuo prodigioso. Su pecho amplio y sus poderosos brazos aun atestiguaban los relatos conocidos por todos sobre la forma en que había matado un oso con la fuerza de sus manos. Sus piernas gruesas y fuertes demostraban que estaba en plena forma y en medio, bajo el taparrabos, la protuberancia de un sexo anormalmente grande, según corrían los rumores entre sus numerosas esposas y abundantes hijos. A su lado, Taro y Tero, y algunos otros guerreros adultos los miraban en silencio. Los cinco muchachos estaban casi desnudos. Sus cuerpos jóvenes y fuertes demostraban el trabajo y el duro entrenamiento desde los 12 años. Con una señal, el Gran Oso hizo levantar a los guerreros que apadrinaban a los muchachos. En el caso de Lobo Gris, fueron dos, y su padre y tío se acomodaron a su lado.

Muéstrenme y preparen el cuerpo de los futuros guerrero dijo el Gran Oso.

Los padrinos removieron los taparrabos. Los muchachos quedaron completamente desnudos. Los padrinos tomaron aceite, especialmente preparado para la ocasión. El aroma era exquisito, y nadie, salvo el brujo, sabía los ingredientes. Con las manos, frotaron los cuerpos, que brillantes a la luz de la hoguera, permitieron apreciar cada músculo y cada fibra de forma clara. Como todos los siux, eran completamente lampiños. Sólo el pubis y las axilas mostraban oscuro vello. El pecho y las piernas eran puro músculo, y la piel olivácea y perfecta relumbró como si fuera acero bruñido.

Les indicaron que se dieran vuelta, de forma que el Gran Oso apreciara la curva de sus espaldas y las nalgas rotundas y firmes. Lobo Gris destacaba sobre sus demás contrincantes. Había heredado de su padre un trasero firme y abultado, marcado con el ejercicio y fuerte como las ancas de un caballo. Para resaltarlo aún más, el tío y el padre untaron un poco más de aceite sobre sus hermosas nalgas, y el Gran Oso apreció el bello espectáculo.

Cuando giraron nuevamente, los muchachos pudieron notar que entre las piernas del Gran Oso algo estaba creciendo. Su ornamentado taparrabos de piel curtida estaba más hinchado que unos momentos antes. El jefe separó un poco más las piernas, y un oscuro y pesado par de huevos asomaron entre sus ropas.

- Los huevos, - les explicó sin perder el porte poderoso - son la fuente de la hombría. En ellos reside la fuerza y la determinación de un guerrero. Ustedes ya han comido los testículos del jabalí para adquirir su fiereza, también han probado la simiente de un caballo brioso mezclada con leche de yegua, para adquirir rapidez. Pero la fuerza de los antepasados es la mejor de todas que ustedes conocieron con sus familiares en las montañas sagradas. Los guerreros aquí presentes son conocidos por su extraordinaria bravura, y en sus huevos, reside el secreto de su fuerza.

Arrancó entonces el taparrabos, mostrándoles a todos su enorme sexo. Los chismes de las mujeres eran ciertos. Su pene, oscuro y a medio levantar, era más largo y grueso que el de cualquier hombre que hubieran visto antes. El gran jefe se sobó la poderosa verga, y ésta pronto comenzó a cabecear, levantándose poco a poco. Los padrinos comenzaron a sobar las vergas de los iniciados. Los miembros juveniles se enderezaron bajo las caricias rápidamente. Lobo Gris, con dos pares de manos sobre su sexo les ganó a todos en lograr una erección. Para ser un muchacho, tenía una verga grande y bastante desarrollada. Su orgulloso padre la sobaba mientras el tío le apretaba los testículos, haciendo que se hincharan y estiraran con el contacto de sus fuertes dedos.

- Ahora se acercarán y beberán de mi fuente poderosa, mientras sus respectivos padrinos les depositan dentro de su cuerpo la simiente llena de toda su fuerza y bravura.

Los muchachos se acercaron rodeando al Gran Oso. El pene bestial alcanzaba para todos. Uno lamía la gruesa cabeza, mientras otro le lamía el tronco y un par se entretenían en sus enormes huevos. Lobo Gris mamó la punta y alternó su sitio para poder recorrer con la boca cada centímetro del enorme miembro. Mientras, a sus espaldas, los padrinos les sobaban las nalgas brillantes de aceite. Sus dedos pronto acometieron contra sus anos, que resbaladizos y aceitados no ofrecieron resistencia alguna. En el caso de Lobo Gris, con el tío y el padre atacando su trasero, apenas si se daba abasto. El padre fue el primero en poseerlo, y su gruesa tranca hizo saltar las lágrimas en sus ojos, pero se cuidó mucho de demostrarlo. Era una prueba más y deseaba superarla con absoluta perfección. Jamás pensó que su padre tuviera un pene tan grueso y tan potente. Parecía partirle el culo en dos, y solo con enorme esfuerzo y concentración logró continuar mamando la verga del Gran Oso sin demostrar el dolor que sentía. Gracias a que sus primos le enseñaron a soportar el dolor

Cuando casi todos los padrinos habían ya terminado, dejando dentro de sus pupilos su simiente, Lobo Gris tuvo que apechugar todavía con una segunda carga, pues su tío estaba ansioso también por entregarle su cuota de bravura. Los otros muchachos lo miraban con envidia, pues tenía la ventaja de dos dosis dentro de su cuerpo, pero Lobo Gris hubiera preferido tener solo una, pues la verga gemela, de igual tamaño y consistencia le estaba sacando lágrimas de dolor nuevamente. El Gran Oso le sostuvo el rostro, recordándole lo afortunado que era por tener a dos padrinos en vez de uno solo, y aferrado a su enorme miembro marrón, continuó lamiéndolo para distraerse del dolor. Cuando el tío terminó, los demás se congregaron junto a Gran Oso, que manipulando su prodigiosa herramienta arrojó varios chorros de semen que uno de los guerreros se apresuró a recoger en una vasija. Por turnos, se la fueron pasando todos los presentes, incluidos los guerreros adultos, que con gran reverencia bebieron el semen caliente y viscoso. Los muchachos fueron los últimos, pero todavía alcanzaron varias gotas del poderoso contenido.

Al finalizar tatuaron en sus cuerpos una señal que los hacía guerreros, y la nalga derecha de cada uno de ellos mostraba ahora un símbolo fálico y dos enormes bolas debajo, la señal de que eran hombres y estaban preparados para el combate. Quedaba pendiente el festejo ante toda la tribu, pero para eso hacía falta un penacho ceremonial, cuyo principal atractivo era el de estar confeccionado con las cabelleras de sus enemigos, y entre todas ellas, las cabelleras rubias de los caras pálidas eran las que más valor tenían. Faltaban dos lunas para el festejo, y los muchachos, junto con sus padrinos, se alejaron, planeando la forma de conseguir las cabelleras enemigas.

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EL GRAN GUERRERO SIOUXWhere stories live. Discover now