Parte uno

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"Los miedos están ahí, para ser soportados"

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Es un día como cualquier otro y Marco está de pie en la puerta del príncipe Louis, esperando que salga para dar su paseo matutino por el campo, montando a caballo y contándole cómo su terrible vida no tiene sentido. Esperando que salga para que transiten por la orilla del camino hacia las granjas de los agricultores y le diga que preferiría ser uno de ellos, con las botas llenas de barro y la cara sucia, la ropa vieja y apestando a animales.

Esas eran las quejas diarias del príncipe Louis y Marco estaba harto.

—Bien Marco, podemos irnos —señaló un pequeño príncipe de solo 18 años.

—El caballo está listo príncipe —dijo inmediatamente luego de que el pequeño cerrara la puerta y diera un pequeño suspiro.

Marco, un fiel lacayo de la familia de 1.90 de altura y unos 90 kilos bien distribuidos, tenía los ojos grises, de 50 años, había luchado en la guerra junto al rey, que con solo 17 años había asumido al trono. Con el pasar de los años le habían encomendado el cuidado de los príncipes más jóvenes, los de ojos azules, de la segunda esposa - reina que tuvo el rey, Luther de 22, Lester de 20 y Louis de 18 años. Los primeros hijos del rey Lisandro tenían los ojos pardo, como su primera esposa, Leonardo el primogénito y futuro rey de 30 años, Laurentino de 28 y Lorenzo de 26.

Louis era el último de la línea, jamás la corona recaería en él. Y odiaba el palacio, quería ser uno más en el reino, sin obligaciones; puesto que aunque no tenía muchas, es decir ninguna, tenía que asistir a ciertas reuniones y opinar con altura de miras.

Pero Marco odiaba mucho más tener que cuidar al malcriado de Louis, no daba problemas, pero era un crío quejoso. No entendía los privilegios que tenía al ser príncipe, los baños de agua caliente, las comidas de gran mesa, la fiestas de salón. Y si se sentía mal tenía a los médicos a sus pies... Es por eso que no siente remordimiento de lo que hará. Lo dejará a manos de esos malditos.

Si sobrevive, le servirá de escarmiento; si muere, nadie lo extrañará.

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Se habían alejado bastante del palacio, recorrían la orilla del bosque, de vuelta para el almuerzo.

—Como te digo Marco, estoy harto de esa pastel de manzana de Mery y ya no soporto el chocolate, creo que me produce alergia.

—Lo siento príncipe. —Marco le había golpeado la cabeza mientras el de ojos azules seguía con su molestia, no sabría qué es lo que había pasado. El caballo relinchó y en cuanto Louis soltó la rienda, este lo tiró al suelo.

Cuando pudo controlar al caballo, lo amarró a un árbol cercano, se alejó unos metros y dispuso el arco en posición, tomó aquellas flechas compradas en el mercado negro, manoseándolas con gozo. Mientras Louis estaba inconsciente a unos metros, disparó una flecha seguida de dos más que le dieron al caballo en las ancas, el cuello y una pata. El pobre bramó de agonía, pero con esas heridas no iba a morir.

Tu corazón, mi tesoro (Larry Stylinson) especial HalloweenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora