capítulo: robin

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───── ❝ Unscramble egg of the archeologists❞ ─────

Apoyada en el pasamano de la cubierta, Nico Robin contemplaba el estrecho que dejaban atrás

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Apoyada en el pasamano de la cubierta, Nico Robin contemplaba el estrecho que dejaban atrás. Habían pasado unas cuantas semanas desde que partieron de Baltigo y, en el próximo puerto donde se detuvieran, Robin cambiaría de barco para subirse a uno que la llevara al archipiélago Sabaody.

― Oye, Robin... ¿Te apetece un café? ―le ofreció tímidamente el revolucionario Bunny Joe. Cargaba con una bandeja donde descansaba una taza humeante. Debió de haberla visto sola en la cubierta y se había preocupado por ella.

― Gracias, claro.

Robin tendió la mano para alcanzar la taza y sus ojos se encontraron sin querer. Bunny Joe se tensó. Hacía ya dos años que Robin se había unido al Ejército Revolucionario y, aunque había intentado acostumbrarse, la fuerza en la mirada de la chica todavía lo estremecía de vez en cuando. Sus pupilas eran tan negras que parecía que fueran a aspirarlo todo, incluidos la luz y el sonido; tenía la sensación de que le robarían el alma si se centraban en él. Parecían una emboscada.

Robin tenía el pelo de un negro tan oscuro como sus pupilas, párpados occidentales y una nariz recta. En conjunto, su rostro parecía esculpido por un profesional, pero su belleza no terminaba ahí.

Además de ser bonita hasta las puntas de los dedos, se movía con una frescura embriagadora. Cuando la contemplaba, Bunny Joe no podía más que pensar que Dios había creado a esa criatura con el más absoluto cuidado, sin desatender ningún rincón.

― ¿Ocurre algo?

Robin escrutó con extrañeza el rostro de su amigo, que se había quedado quieto como un pasmarote.

― ¡No! ¡Nada de nada! ―exclamó este un poco tarde, abriendo los ojos de par en par como si acabara de despertar de un sueño. Luego se apresuró a esconderse otra vez dentro del barco, llevándose con él el café que sin duda había traído expresamente para Robin.

"¿A qué habrá venido...?", Robin torció el cuello y volvió la vista al mar.

Desde que habían cambiado de zona, el sol se ponía más temprano. El océano que se extendía ante sus ojos estaba tan llano que parecía que se podría andar sobre sus aguas; los rayos del sol poniente se perdían en el horizonte dibujando un puente de luz a la vez destellos anaranjados brillaban aquí y allá al ritmo del rumor del oleaje.

Antes no le gustaba contemplar la puesta de sol en el mar; le recordaba la isla de Ohara envuelta en llamas. Remando dentro de la aquella pequeña barca por el camino de hielo trazado en el agua, la pequeña Robin había mirado atrás una y otra vez. El crepúsculo se asemejaba demasiado al reflejo de las llamas sobre el mar, feroces garras de fuego que incluso parecía que fueran a alcanzar las nubes. Robin había remado sin parar, vertiendo todas sus fuerzas en sus manos y brazos mientras evitaba pensar en lo que esas llamas estaban devorando. Sabía que, si lo hacía, jamás podría dejar de temblar.

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