Respiró profundo y abrió la puerta; era un día soleado, sin nubes, pero aún así, sintió la zozobra de su alma atravesándola por completo. No se detuvo, tomó la mano de su hijo y salió; comenzó a andar sin detenerse a cerrar la puerta que quedaba atónita tras de sí. Solo llevaba una maleta. Todo lo que necesitaba, caminaba de su mano junto a ella; su perra y su gata la seguían silenciosas, confiadas en que ella conocía el rumbo. Pero, no. No tenía idea alguna hacia dónde ir, solo quería volver a ver el mar; en su interior, tenía la sensación de escucharlo a lo lejos, llamándola. Caminó, y caminó, sin detenerse, pisando el asfalto con una seguridad desconocida hasta ese entonces. Por fin, llegaron hasta la rambla; el oleaje del mar parecía saludarlos como a viejos amigos. El sol alumbraba su semblante con una cálida caricia que la recorría por completo, hasta lo profundo de su alma. Se sentó en la arena y observó con una sonrisa, a su hijo corretear detrás de la perra, mientras su gata se echaba junto a ella ronroneando. Saboreó el mate y sacó de su bolso el amarillento libro de "Rimas" de Bécquer. Todo era como entonces, en aquellos atardeceres en Necochea, allá, a finales de los '80, cuando aún tenía sueños y creía que el mundo un día le dejaría ser parte de él. Al fin estaba lejos de esa casa de tortura, donde toda su juventud se había hundido en la miseria humana; al fin, él estaba muerto y podría recomenzar con su hijo una nueva historia. El muchacho se acercó con una sonrisa cansada, "¿Volvemos a casa?". "Claro", le respondió ella. Lo tomó nuevamente de la mano y comenzó a andar; su seguridad, de pronto, se esfumó y miró a su alrededor, algo perdida. Confió en su perra, y decidió seguirla; la peatonal de a ratos se desdibujaba y se abría en callecitas de coquetas casitas y cabañas. Cansada, se detuvo y entendió que estaba perdida... "¡Llegamos!" escuchó decir contento a su hijo, mientras que se soltaba de su mano y corría dentro de un terreno que parecía abandonado. Corrió detrás de él. Al llegar frente a la puerta de la sombría casa, su corazón se detuvo, le costaba respirar y sintió que no podía moverse. Estaba otra vez, en esa casa de la que había salido para siempre; su hijo se recostó en la cama y encendió el televisor, mientras jugaba con su celular. La gata se acomodó junto a él y la perra quedó como siempre del otro lado de la puerta, afuera, durmiendo plácida sobre el pasto que cubría todo el frente. Las paredes se empezaron a reducir, cercándola, quitandole el poco aliento que le quedaba. No estaba el mar, ni las callesitas de coquetas casitas, todo se oscurecía y entendió que no iba poder escaparse de esa casa nunca; quiso llorar, gritar, pero no podía, tambaleó...
Abrió los ojos, y se quedó quieta, mirando la oscuridad. La alarma de su celular anunció que eran las 7 de la mañana. Su hijo dormía sereno junto a ella. Era hora de levantarse, pero, ¿para qué?... Lo único que tenía por hacer era cobrar su pensión, desde la pandemia no entraba un solo trabajo y todo lo que había intentado hasta ese momento, había fallado, como una burla de ultratumba. El aguinaldo no serviría de mucho, la inflación terminaría por devorarlo una vez más.
Se levantó y siguió la acostumbrada rutina de siempre; recordó que tenía que ir a cargar agua a lo de su vecina y sintió que le dolía la espalda... ¡qué remedio!, por lo menos hasta que un milagro no le diera la plata para solucionar el problema, tendría que armarse de valor y seguir cargando agua de su vecina y aguantarse todo el sermón de consejos con la que la aturdía una y otra vez. Miró los bidones; era suficiente agua para que se bañara ella y su hijo, "Cargaremos a la vuelta".
Cuando terminó de pagar todas las cuentas con su celular, llamó al banco para corroborar el saldo que le quedaba. "¿Será suficiente?", pensó, "Solo por un día, después de todo mañana es mi cumpleaños...". Sonrió para sí, diciéndose que era una locura. Después de bañarse, se descubrió frente a su netbook buscando pasajes a la costa. No era tanto. Solo por un día...
No podía creer lo que estaba haciendo, ahí, parada en Retiro esperando abordar el micro hacia la costa. No era Necochea o Mar del Plata, pero era el mar. Su hijo le dijo que tenía hambre, y preguntó si faltaba mucho para que llegara el colectivo. Faltaba bastante aún; pensó que si tomaban algo en el bar de la terminal, no quedaría suficiente dinero para el resto del viaje. "Solo es por un día" se dijo y se dirigió con el muchacho hacia el bar. Al terminar, vio que ya era la hora de tomar el micro y sintió que se le aceleraba el corazón. "Volver a ver el mar", suspiró. Lo que pasara el resto del mes, poco importaba, después de todo, solo era por un día...
El viaje se le había hecho interminable, pero al fin estaban frente al mar. Le dijo a su hijo que se quedara en la casa de comidas rápidas mientras iba a buscar alojamiento. "No te muevas de acá, yo vuelvo enseguida" Una de las chicas que trabajaba en el lugar le dijo que fuera tranquila, que lo iban a estar cuidando. Al salir, lo miró jugar con su celular, le pareció cuento que ya tuviera 13 años... "Cuídamelo, Jesusito" rezó en silencio y salió en busca de hotel. Encontró uno rápidamente y fue por su "morocho", que seguía sereno en el mismo lugar, entretenido con su celular.
Era una habitación agradable y el jovencito se sintió a gusto; dejaron el bolso y se fueron a la playa; estuvieron el día entero y, aunque nada fuese como en aquellos años '80, sintió que en su corazón algo de juventud, volvía a renacer. Cenaron una pizza por la peatonal y se fueron al hotel a dormir. En el silencio de la noche, solo se escuchaba el rumor del mar. Siendo diciembre, se le cruzó por la cabeza aquella loca idea de su adolescencia, cuando imaginaba irse a trabajar a Mar del Plata por la temporada y encontrar la manera de quedarse a vivir allá. Se durmió con una sonrisa en su rostro, pensando en aquella niña que alguna vez había sido.
Por la mañana, comenzó a armar el bolso, haciendo cuentas mentales, con la esperanza de conseguir quedarse un día más. Habló con el conserje, para dejar el bolso en el hotel, pues no sabía si iba a conseguir pasaje para esa noche. La verdad fue que dejó pasar deliberadamente todo el día y, así, poder tener una excusa para quedarse un día más. Solo un día más. Pagó en el hotel otra noche de estadía y decidió no preocuparse más por la plata. Se quedara o se fuera, no había forma de llegar a la siguiente semana con efectivo; pediría algún crédito. Para el otro día, ya se había hecho de algunas artesanías para vender en la playa. Después de todo, desde la muerte de su madre que no había tenido un cumpleaños tan feliz.
Para la tarde, había vendido todo y se lamentó de no haber podido hacer más. Si tuviera tiempo de juntar algunas caracolas y piedritas más, tal vez, pudiera quedarse un día más....
Ya había hecho suficientes locuras por ese año, era hora de regresar a la triste realidad en Florencio Varela. Preguntó como llegar a la terminal de ómnibus y se encaminó, sin escuchar el rumor del mar que la tentaba a quedarse para siempre en aquella playa. De camino, se topó con una hostería que tenía un cartel en la entrada pidiendo personal por la temporada. Hizo un guiño al cielo y se preguntó si era Dios el que la llevaba por ahí. Miró el cartel; con 52 años y un hijo preadolescente, ¡imposible que le dieran empleo!... "¿Por qué dudas, mujer de poca fe? ¡Nada es imposible para mí!" Sintió que una voz misteriosa le decía en lo profundo de su corazón.
"Bien, se dijo, el 'no', ya lo tenemos, ¡vayamos por ese 'sí'!" Y entró en la hostería.
Mirando irse a su morocho hacia la facultad, sintió cierta nostalgia en el corazón; quería acompañarlo en su primer día, pero era claro que iba preferir que lo acompañase su novia.
"Todavía estás triste por no acompañarlo", le preguntó su esposo. "Un poco, pero igual ya arregle con mi nuera que me mandara todas las fotos del primer día por WhatsApp". Desayunaron bajo la higuera y después él se marchó a su trabajo. Desde allí, no se veía el mar, pero llegaba su rumor, suave, como un lejano arrullo. Su gata se echó en su regazo y comenzó a ronronear. Su perra prefirió la sombra del viejo árbol. Era una casa pequeña, acogedora y llena de dulces momentos, escondidos por todos los rincones. Suspiró y pensó en aquel día en que había llegado a ese pequeño pueblo de la costa, solo por un día. Sonrió y miró la hora en su celular. "¡Dios, es tardísimo ya! Y no se me ocurre ni un solo relato para el blog... "
Se encaminó a su escritorio y encendió la netbook. La vieja foto de aquella lejana mañana de diciembre junto a su hijo frente al mar, tenía una dejo de vida nuevo... Y entonces, escribió el título de su relato: "Solo por un día"
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Historias entre páginas amarillentas
General FictionColección de cuentos de distintos géneros.