La luz de la mañana la despertó, acariciando suave su rostro. Pese a que el verano no tenía la acostumbrada intensidad de diciembre, hacía sentir su presencia en la habitación; pensó en encender el aire, pero le daría frío, por lo que prefirió levantarse y tomar una ducha. Era aún muy temprano, se dijo. Finalmente, se decidió por salir de la cama, ya que así, tendría tiempo de editar los saludos navideños, antes de hacer las últimas compras; chica de ciudad, no se acostumbraba, a pesar de los años, a que todos los comercios cerrasen a la 13 hs. A lo que sí se había acostumbrado, en a penas segundos, es al delicioso silencio del lugar, silencio colmado del canto de los pájaros, felices de su libertad, del suave ronroneo de su gata y de las travesuras del viento, entre las hojas de los arboles. Respiró hondo, como tratando de absorberlo todo y guardalo dentro de sí. El dulce placer que le produjo esa calma, la tentó a tomar su celular y buscar una elegante excusa que enviar a su amiga para evitar pasar Noche Buena, otra vez hundida en la desesperante cumbia y reggeaton, con la que Vilma solía aturdirse cada Navidad. "Navidad..." pensó. De pronto, volvió a su memoria aquellas navidades de su infancia, de su adolescencia junto a su madre, a su hermano, jugueteando por el viejo patio empedrado de San Telmo. Nunca había mucho a esas alturas del mes, pero su madre siempre se las ingeniaba para que no faltase un regalo al pie del árbol, ahí, justo al lado de Jesús, que sonreía y los invitaba a confiar en su Reino. La misa de Noche Buena, la mesa sencilla y el ansiado pan dulce, qué tanto le gustaba a su mamá y a Pedro; ella prefería el turrón blando, de huevo y chocolate. Algunas estrellitas, iluminando la cálida noche y algún viejo tango "que lloraba el bandoneón". No, no había ya Navidad; sólo un montón de rostros conocidos, buenos amigos, que ponían todo su esfuerzo para que no sintiese la ausencia de su madre y su hermano, sin lograrlo. Tal vez, algún día, volviese a vivir una "Navidad", una verdadera Navidad, que le devolviera a su alma la inocencia, la alegría, las ganas de estar con esa gente que realmente la hacían sentir amada, esperada...
Pero, ya había acordado con Vilma que iría y no quería hacerle sentir mal; mucho menos aguantar su sermón de que se estaba volviendo una solterona, aburrida, ermitaña, etc., etc., etc. Sin embargo, el calendario, ya marcaba el medio siglo de su existencia; había tenido que luchar mucho para alcanzar esa calma de la que tanto disfrutaba y sentía que le importaba un reverendo bledo ser una solterona aburrida y que, aunque se quedase esa Noche Buena en su casa, tampoco haría que aquella noche se transformarse en una verdadera Navidad. Se sacudió toda la nostalgia, y fue a darse un baño. Ya no era tan temprano.
Para cuando terminó de editar todos los memes y vídeos, la mañana se había desvanecido, dejando en su corazón, mucha más nostalgia. Ver las fotos viejas, revivir tantos momentos irrepetibles, en que había sido feliz, le hicieron a sus ojos, vestir alguna lágrima. "En verdad, me estoy poniendo vieja", se dijo sonriendo y secándose el tímido lagrimón que se escapaba por sus mejillas.
El calor, ahora, era intenso y la sombra de su sauce no lograba aliviarlo. Acarició la cabeza de su perra y fue a darse un nuevo baño. Anduvo por el centro de Villa Elisa, haciendo las últimas compras, ya que, por ser Noche Buena, los comercios no cerraban al mediodía; la muchedumbre la aturdió, pero llegó a completar la lista de regalos: una billetera para Guille, el esposo de Vilma, y para los chicos, una ballena inflable y una pelota. Los regalos de Vilma y su hija ya los había hecho ella: una caja de té, para la madre y una casita de muñecas para la niña. Después, siguieron algunas compras en el supermercado y finalmente, regresó a su casa, para darse un nuevo baño y arreglarse para irse. Su vecina la llamó por la reja, y fue a abrirle, todavía con la toalla en la cabeza. Le dio las indicaciones para el alimento de su gata y su perra, pidiéndole que tuviera especial cuidado de entrarlas a la hora de los fuegos de artificios, para que no estuviesen tan asustadas; le preocupaba dejarlas solas, porque sabía que el ruido les hacía mal y otra vez, sintió la tentación de quedarse. Pero su vecina le aseguró que no había nada de que preocuparse, que se fuera tranquila y, antes que empezase con el sermón de que debía salir y divertirse, la interrumpió con algunas recomendaciones que logró improvisar, para cambiar el tema de conversación. Por fin, su vecina se marchó y pudo terminar de arreglarse. Revisó varias veces, que no se olvidase nada. Dio unas vueltas a la casa, para estar segura de que todo estaba en orden y cerrado. Saludó a sus mascotas con culpa y, ya en la esquina de su casa, volvió una última mirada, pensando que se había hecho tarde y que mejor sería quedarse. Todavía no se iba y ya extrañaba la calma de su hogar...
ESTÁS LEYENDO
Historias entre páginas amarillentas
General FictionColección de cuentos de distintos géneros.