𝐏𝐑𝐎𝐋𝐎𝐆𝐎

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La noche había llegado, la oscuridad consumiría todo si no fuera por las estrellas.

En la antigüedad llegaron a creer que eran dioses, luego pensaron que las personas que han disfrutado enormemente de su estancia en la tierra, cuando dejan su cuerpo, se convierten en estrellas o que las estrellas eran ángeles guardianes para cada niño que existe. Ahora creen que las estrellas son cuerpos celestes gigantes, compuestos principalmente por hidrógeno y helio, que producen luz y calor desde sus arremolinadas fundiciones nucleares.

Tan lejanas y tan distantes.

Y aun así, hay mortales que alzan sus ojos al cielo y piden un deseo, esperando a que se cumpla.

Pero en el mundo nada era como lo que parecía. Existían criaturas de un solo ojo, mujeres pájaro, centauros, incluso los dioses caminan entre los mortales. Todos a plena vista sin ser detectados, excepto por aquellos que eran bendecidos con el don de ver a través del velo o la niebla. Y, claro está, los semidioses.

Asique ¿Cómo podrían saber acerca de las estrellas?

No saben nada. Pero más pronto que tarde la verdad llegaría a ellos.

¿Y cómo comenzó todo? Fácil.

Un deseo.

En el campamento mestizo, los pocos semidioses que había se reunieron en alrededor de la fogata. Compartiendo malvaviscos, cantando canciones y contando historias. Algunos contemplaban el fuego o el cielo lleno de estrellas que colgaban sobre ellos, incontables en toda su gloria.

Entonces pasó.

Una estrella pasó por el cielo, más brillante y más cercana que cualquiera haya visto antes.

— ¡Miren! – Señaló un joven mestizo, emocionado. – ¡Una estrella fugaz!

Todos los presentes alzaron su mirada. Maravillándose por el pequeño show de luz. Pero el centauro presente frunció el ceño al darse cuenta que a cada segundo el cuerpo celeste estaba más y más cerca de lo que normalmente debería. Y en dirección a ellos.

— ¡Todos al suelo!

Los semidioses, sátiros y ninfas no pensaron dos veces antes de seguir la orden del mayor.

La estrella se precipitó y dejó atrás una estela de luz a su paso. Sobrevoló por encima de ellos y cayó en algún lugar del bosque, cerca de la colina mestiza, haciendo que todo Long Island temblara.

Nadie se atrevió a soltar la respiración, hasta que hubo un sonido estrepitoso, tan seco como una disparo, y la luz que había brillado del otro lado de la colina desapareció. O casi. Aun había un débil resplandor allí.

— ¡Eso fue genial! – Exclamó el más bajo de los gemelos Stoll's, ganándose varias miradas de «¿Estás loco?»

— ¿Nadie se ha hecho daño?

— No, Annabeth, todo bien. – Respondió Will luego de una inspección. – Aunque Connor tal vez se golpeó la cabeza.

— Nop, mi copia es así desde que lo dejaron caer el día que nacimos... ¡Auch! – Se quejó por el zape que le apropió su hermano.

El centauro envió a cada campista a su cabaña a excepción de los capitanes para reunirse en la Casa Grande.

— Mañana en la mañana nos encargaremos de investigar cuantos daños a causado el temblor. Y sobre la estrella...

— ¡Nosotros vamos! – Dijeron los Stoll's.

Los demás asintieron de acuerdo. Sobre todo porque nadie tenía ganas de ir a buscar líos a esas horas.

— Bien... – Quirón frunció el ceño no muy seguro. – Annabeth, Will, ustedes irán con ellos. – Todos comenzaron a salir del despacho del consejero de actividades. – Y Annabeth. – La rubia giró. – Vigílalos.

Ella sonrió divertida.

— ¿Cuándo no lo hago?

Quirón le devolvió el gesto.

— Cualquier cosa ven y avísame ¿ok?

𝐋𝐢𝐠𝐡𝐭 𝐢𝐧 𝐭𝐡𝐞 𝐃𝐚𝐫𝐤𝐧𝐞𝐬𝐬 • Nico Di AngeloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora