El Arco de Ban Yue... ¡otra vez! (pt. 2)

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El He Xuan actual no despreciaba el contacto físico. De hecho, disfrutaba las muestras de afecto con sus amigas y con su madre. No era raro verlo paseando por la escuela o la plaza comercial tomado de la mano de alguna amiga, mientras platicaban sobre algún chisme nuevo, o sobre las novelas y mangas que leían.

A decir verdad, si se ponía a analizarlo bien, no tenía muchas similitudes con el He Xuan original. No se consideraba alguien frío, o cruel, ni siquiera mezquino. Se preguntaba de qué manera podía seguir actuando como el He Xuan real cerca de Shi QingXuan sin sentir que el corazón le daba un vuelco cada que tenía la necesidad de gritarle a la cara que era su personaje favorito y cuánto le gustaba... de una manera no homosexual.

Por lo tanto, He Xuan se propuso una meta: encontraría el punto medio entre seguir actuando ligeramente como un bastardo, sin cruzar el límite y afectar a Shi QingXuan. Debido a esto, era obvio que asesinar a su hermano quedaba fuera del plan. Simplemente permanecería a su lado, se aseguraría de que no se metiera en tantos problemas, y una vez que pasara todo lo que tuviera que pasar, viviría una vida inmortal plena y tranquila al lado del Señor del Viento como su, *tos*, mejor amigo.

Así, continuó tomando la mano de Shi QingXuan, mostrándose inexpresivo ante la situación, y pronto llegaron a la ciudad de Ban Yue. Probablemente habían estado corriendo durante medio día, por lo que pararon en una de las pequeñas casas de madera a esperar que algo sucediera.

—Huh, me parece raro...

—¿Qué parece raro?

Ambos se encontraban recargados en los escalones de la entrada, la luz del sol brillaba intensamente, y hacía que la piel de sus caras se pintara de un ligero color rosa. Shi QingXuan tomó su abanico y empezó a lanzarse aire al rostro con él, mientras miraba el pueblo pensativo.

—Ya llevamos más de una hora aquí, y hasta ahora no ha aparecido ningún soldado... ¿estaremos en el lugar correcto?

—¿Preferirías que llegara alguno a atacarnos? Deja de decir tonterías y ven a la sombra.

Shi QingXuan obedeció y se sentó bajo la sombra que un gran árbol de ciruelas ya marchito reflejaba en el suelo.

El pueblo estaba derruido por el paso de los años. Alguna vez fue un lugar transitado, lleno de ruidos, las voces de los vendedores ambulantes, y las risas de los niños que corrían por la calle. Los olores no se hacían esperar, estaba repleto de locales de deliciosa comida, postres y bebidas. A altas horas de la noche, era probable escuchar a la gente que abandonaba dichos locales, ahogadas por el alcohol, cantando alegremente canciones sobre héroes y dioses épicos. Ciertamente, en su mejor momento debió ser un lugar bueno para vivir.

Pensando en esto, Shi QingXuan suspiró y cerró los ojos, recargando su cabeza en el tronco del árbol. Volteó a ver un poco de reojo a He Xuan. El aire hacía que los mechones de cabello sueltos volaran ligeramente, y su negra coleta alta danzaba de la misma manera por detrás de su espalda. Si la apariencia masculina de He Xuan era atractiva, la femenina era letal. Los rasgos eran finos, eran fríos, y eran hermosos.

He Xuan se dio cuenta de que estaba siendo observado y, sin voltear la cabeza, habló.

—Me parece irrespetuoso mirar fijo a la gente durante tanto tiempo.

Shi QingXuan se sobresaltó por sus palabras. Al fin, He Xuan volteó a mirarlo y una sonrisa casi imperceptible se dibujó en su pálido rostro.

—Si tienes algo que decir, dilo.

—¿Eh? A-ah, yo...

—Espera.

He Xuan se levantó de los escalones.

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