Capítulo 1: Argos Panoptes

397 32 18
                                    

"Hubo un tiempo", recordó Emma que el tío Félix le decía, "en el cual, los griegos intentaron explicar muchas cosas, mediante cuentos o fábulas. Se le llamaba mitología".


Su tío era un hombre excepcional. No sólo por lo imponente de su presencia, su altura, su fuerza, la claridad de su pelo, la profundidad de su mirada. No, no era sólo por eso. La personalidad de él y su actitud eran sencillamente, arrebatadoras, dejaban sin aliento tanto a hombres como a mujeres, como una presencia mística o un demonio en una habitación. Su tío era un ser mitológico. Mágico. Ella no sabía porqué, tan solo lo sabía.

Félix Fathom era un hombre calmado, casi no sonreía.

Nadie se burlaba de él.

De hecho, le temían. A Félix Fathom le temía todo el mundo. O casi todo el mundo. Porque Emma Agreste le quería inmensamente. La había criado siempre. Cada recuerdo que ella tenía de pequeña, era junto a él. Sus primeros juegos, sus primeros entrenamientos, su cariño y sus historias.

Felix Fathom podría haber sido un monstruo, pero ella hubiera dicho que no, que eran mentiras, falacias hechas para desprestigiar al gran portador del pavo real.

"Zeus escondió a Ío, una de sus amantes, convirtiéndola en vaca y ocultándola de la ira de su esposa, Hera. Ella se supo traicionada, así que decidió cobrar venganza de alguna manera, y para ello, mandó a su fiel Argos a buscarla. Argos era un monstruo demoledor, un vigilante incansable. Tenía cien ojos, y nunca cerraba todos ellos al mismo tiempo. Al dormir, dejaba algunos ojos abiertos, otros cerrados. Así era Argos. Infalible e imbatible."

Emma repetía en su mente, una tras otra todas las historias y consejos que le dio su tío a lo largo de su vida. Cruzando ríos y montañas, a través de campos verdes y áridos desiertos, Emma rememoraba cada palabra que él le dijo, cada cuento que él le contó.

- Agilidad, Emma. – Él le pedía en los entrenamientos.

- Eres pequeña y ligera, ataca acercándote al oponente. Libérate así, si te atrapa. – le seguía instruyendo.

- Hablaremos en inglés, para enseñarte mi idioma - sugería él.

Ella escuchaba atentamente. Se sentaba a su lado, mientras bebían agua y descansaban. Lo observaba tan alto e imponente, tan rubio y con los ojos tan verdes. La gente le decía que él era muy parecido a su padre fallecido, Adrien Agreste. Pero Emma lo dudaba, porque ¿podría haber existido otro hombre más guapo que él? ¿Más listo? ¿Más fuerte? Emma negaba en silencio. No podía haberlo. No había nadie mejor que el primo de su padre. Ni siquiera su padre mismo. El tío Félix era inmortal, un dios peleando con el abanico y con sus manos. No había prisionero que guardara silencio ante él. Ni enemigo que no temblara en su presencia. Muchas veces, cuando atrapaban a algún traidor, su madre, la divina Ladybug, miraba en silencio a su tío. Y su tío, correspondía la mirada, asentía sin palabras, cogía al prisionero del cuello, lo arrastraba por los pasillos, lo llevaba hasta el sótano y ahí abajo, por horas, el tío Félix obtenía lo que quería.

Información. Confesiones. O simplemente, placer, al retorcer los huesos del enemigo.

Muchos decían que él disfrutaba ese juego.

Los gemidos de dolor, las súplicas vacías. Sí. Murmuraban en cada esquina: "Le gusta, le fascina", o susurraban: "se divierte quebrando huesos", - y espíritus-, añadía Emma con orgullo. Félix Fathom también destrozaba almas.

Sí.

Quizá era cierto.

Emma no podía juzgar ni bien ni mal. Lo que su querido tío hacía con esas personas, era lo necesario. Era lo que le mandaba la Guardiana de los prodigios hacer. La Guardiana quien, coincidentemente, también era su madre.

La última vez que nos vimos. - Felinette. Adrinette.- MLB +18.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora