Loto azul

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Visitar la casa de Senet, es algo que nunca se le hubiera ocurrido a Ramsés, sin embargo, gracias a sus más allegados soldados, la idea surgió sin más.

Él tenía tanta curiosidad por comprobar si los rumores eran ciertos, que no le importó salir sin la protección de Ra, y caminar por los callejones oscuros y solitarios hasta la dichosa casa. Ramsés sentía la adrenalina recorrer su sangre, saber que estaba haciendo algo indebido, y a espaldas de su padre, lo llenaban de un sentimiento indescriptible. Ni siquiera ir a la guerra le provocaba tanta emoción.

Vestido como si se tratara de un soldado del más alto rango, Ramsés llegó hasta la entrada del lugar. Recorrió los últimos pasos que le quedaban con gran seguridad, él sabia que no se le negaría la entrada.

Al entrar se dio cuenta de que no era nada a lo que había visto, y que la fachada del lugar era solo eso, algo para despistar a la gente de lo que verdaderamente ocurría en aquel lugar.

El recinto era inundado por la música que era tocada por hombres sentados hasta al fondo y que no participaban en todo aquel espectáculo. Mientras que en el plataforma, varías chicas danzaban con gracia y erotismo. Cada una de ellas siendo observadas por hombres hambrientos como si fueran buitres.

El lugar estaba abarrotado de gente, y el ruido llegaba a ser molesto por momentos, a causa de las risas y los gritos de la gente, sin embargo Ramsés desistió de su idea de marcharse, cuando una de las chicas lo observo y dirigió su baile únicamente para él. Un hombre de mediana edad se acercó y le ofreció un lugar en la primera fila de mesas, dándole la bienvenida, siendo el perfecto anfitrión.

Minutos después, Ramsés ya se había acostumbrado al lugar, tanto que tenía una sonrisa boba mientras bebía del vino más barato de todo Egipto. La chica que había llamado su atención, le sonreía con coquetería, y él dispuesto a pagar por su compañía, le hizo una seña con la mano. Pero justo cuando la tenía sentada en su regazo y se disponía a besar su cuello, la música del lugar cambió drásticamente y las bailarinas abandonaron su puesto en el escenario.

—Atención, su atención por favor caballeros —Pidió el dueño del lugar, haciendo silencio con sus palmas. Los hombres no tardaron en prestar atención.

—Ha llegado el momento que todos ustedes estaban esperando. —Y como si todos supieran de que se trataba, empezaron a aplaudir emocionados, vitoreando alegres. Ramsés hace mucho había olvidado a la chica que tenía entre sus piernas, ahora solo quería saber porque la gente estaba tan emocionada, y porque los que antes no tenía atención para otra cosa que no fuera su partida de senet, ahora parecían que querían morirse por la espera.

—Con ustedes, nuestra hermosa flor de loto. —Presentó aquel hombre, otra ola de aplausos se escuchó antes de que el lugar quedara en completo silencio. Ramsés no lo podía creer. Pronto alguien salió de entre las sombras y subio con gran elegancia las escaleras hasta el escenario. Todos los presentes suspiraron, pero no se atrevieron a hacer algún otro ruido.

Ramsés se quedó con la boca abierta, y con rapidez despachó a la chica en su regazo. Y es que no quería que nadie le hiciera perder su atención de aquel ser magnífico. Aunque su sorpresa fue bastante grande al ver que la flor no era una mujer, sino que era un joven, eso no lo desánimo en lo absoluto. El joven era hermoso, y estaba cubierto por finas telas que se asemejaban a pétalos de loto azul, haciéndolo ver como una verdadera flor.

Y cuando esas caderas se agitaron al son de la música, Ramsés sintió desmayarse.

En todo momento la atención de los presentes seguía cada movimiento que el deslumbrante Loto realizaba. Y cuando los movimientos se incrementaban y las caderas se agitaban con rapidez, los gritos extasiados no se hacían esperar. Era algo sumamente increíble de ver, ya que sin importar que hubiera hermosas mujeres a tan solo centímetros de distancia, los hombres tenían toda su atención puesta en aquel bailarín. La adoración se podía sentir a kilómetros.

El Loto lo sabía, y eso lo hacía sentir tan bien. Por eso mismo, para alentar esa devoción y adoración, la bella flor abandonaba el escenario y se dedicaba a danzar entre las mesas. Baila tan seductoramente, sonriendo, atrayendo siempre las miradas. Los hombres a pesar de estar tan hambrientos por tocar aunque solo fuera un trozo de la ropa del joven, no lo hacían. Porque ellos a lo largo del tiempo lo endiosaron tanto, que no se sentían dignos de tal privilegio.

Más Ramsés, ajeno a las reglas no escritas por esos hombres, se deleitó con la vista delante de él. Aquellas piernas, que quedaban al descubierto con cada movimiento, lo volvían loco. Sin evitarlo sus ojos recorrieron cada centímetro de piel expuesta. Sin duda aquel hermoso ser se vería aún más estando debajo de él. Oh, esa imagen fue demasiado para su pobre sistema. Necesitaba ver algo más, no quería interrumpir la interpretación todavía. Pensando que si lo veía a los ojos sus lujuriosos pensamientos se irían, alzó la mirada. El contacto visual fue su tortura, cayó en un hechizo que hizo a su mente imaginar todas las posibilidades. Una de ellas era en donde el joven portaba una hermosa corona alada mientras le sonreía. Otra fue el mismo joven portando su corona, pero ahora hecho un desastre mientras gritaba su nombre, Ramsés no fue capaz de soportar la imagen. Era demasiado para su pobre corazón.

Y al parecer el dulce Loto se dio cuenta de los pensamientos oscuros que desbordaban sus ojos, ya que le regaló una sonrisa llena de picardía y lujuria, justo antes de inclinarse para besar su mejilla tan cerca de la comisura de sus labios. Ramsés se sintió en el verdadero paraíso, algo que duró muy poco, gracias a los reclamos disgustados de los demás hombres.

La música en ese instante paró y la flor se retiró, más la gente no se calmó. Todos estaban furiosos, queriendo arremeter contra aquel hombre que había sido capaz de cometer tal osadía.

—¡Calma, mantengan la calma! —Pidió el dueño, gritando por encima de los demás. La gente no hizo caso, sino que empezó a reclamar. Lo único que se podía escuchar era como se quejaban de que aquel sujeto (refiriéndose a Ramsés) se atrevió a tocar los labios de su delicada flor. Era un gran absurdo, puesto que él no había hecho nada, pero al perecer la gente prefería culparlo, poniendo al Loto como una especie de persona sagrada, la cual era incapaz de hacer algo malo. Y bueno, Ramsés no los culpaba, él empezaba a querer hacer lo mismo.

El dueño, viendo que no se llegaría a nada, le pidió a Ramsés que se retirara del lugar, no sin antes felicitarlo, porque por lo visto, nunca nadie había tenido el honor de tal cercanía.

Ramsés, sabiendo eso, regresó al palacio con una gran felicidad. Se sentía tan especial, tan importante. En su mente una nueva meta se marcó en su camino, y se prometió tener por todos los medios a aquel bonito hombre reinando a su lado. Él, como futuro rey de Egipto, colmaría de los mejores obsequios a su bello loto. Y si él se lo pidiera, le entregaría el mundo entero. Cada ciudad sería conquistada en nombre del perfecto ser. Se encargaría de darle todo y de ponerlo en la cima de todos, donde la gente podría adorarlo. Y nadie más que él sería capaz de saborear los placeres de su compañía.

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