Capítulo VI.

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Pasaron algunos días. Yo recordaba siempre con tristeza a la pobre niña; la veía entrar al circo, vestida de punto, sonriente, pálida; la veía después caída, escupiendo sangre en el pañuelo, ¿dónde estaría? El circo seguía funcionando. Mi padre no quiso que fuéramos más. Pero ya no daban el Vuelo de los Cóndores. Los artistas habían querido explotar la piedad del público haciendo palpable la ausencia de Miss Orquídea.

El sábado siguiente, cuando había vuelto a la escuela, y jugaba en el jardín con mi hermana, oímos música.

- ¡El convite! ¡Los volatineros!...

Salimos en carrera loca. ¿Vendría Miss Orquídea?...

¡Con qué ansia vi acercarse el desfile! Pasó el bombo sordo con sus golpes definitivos, los músicos con sus bronces ensortijados, los platillos estridentes, los acróbatas, y, después el caballo de Miss Orquídea, solo con un listón negro en la cabeza.

Luego el resto de la farándula, el mono impasible haciendo sus eternas muecas sin sentido...

¿Dónde estaba Miss Orquídea?...

No quise ver más; entré en mi cuarto y por primera vez, sin saber por qué, lloré a escondidas la ausencia de la pobrecita artista.

El Vuelo de los Cóndores ( Pedro Abraham Valdelomar Pinto )Donde viven las historias. Descúbrelo ahora