Prólogo

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Sollozos, gritos de dolor femeninos. Por lo que me han contado eso era lo que se podía oír desde la acerca continua a la de nuestra casa, la casa de los Halls, el día de mi nacimiento. No voy a empezar a contar ese día con "era un día caluroso de mayo..." Y todas esas chorradas que no os importan, más que nada porque no me acuerdo, y tampoco me importa a mi. No me toméis como una de esas personas a las que no les gusta hablar del día de su nacimiento, hasta el momento me gusta vivir, pero creo que es información innecesaria.
Como iba diciendo, es el día de mi nacimiento. Por lo que se mi hermano Kenai estaba en el salón, jugando con algunos de sus juguetes mientras tenía que soportar los ensordecedores y según mi padre irritantes gritos de mi madre. Ella estaba tumbada en la cama, agarrando la mano de su marido Lander, el cual intentaba apoyarla diciéndole que respirara, que todo iba a salir bien. Y sí, sinceramente me costó creerme eso cuando me lo contaron.
No os voy a dar muchos detalles del parto, en parte porque no los se y en otra porque es un tanto desagradable para mi imaginarme en esa situación, así que pasemos directamente a la parte importante.
El parto fue largo, lleno de lágrimas y gritos por parte de los tres miembros de la familia Halls. Por parte de mi hermano, porque no le gustaba oír gritar a su madre; por parte de mi madre, por razones evidentes, y por parte de mi padre, el cual casi acaba con la mano aplastada.
Según dice mi madre todo eso valió la pena cuando salí, dicen que era una niña adorable pero seamos sinceros: un bebé recién nacido, lleno de sangre y arrugado, nunca es tan bonito como los padres lo pintan.
Esos momentos de gozo de mis padres no duraron mucho, vino el momento en el que tuve que abrir los ojos.
Ah ¿no os lo he contado? Veréis, en mi mundo siempre que nace un nuevo niño se le miran los ojos al momento de nacer. Suelen resplandecer las primeras horas de vida, y depende del color los padres tendrán una pequeña idea de el poder que tendrá su hijo, y que clase de educación deben darle. Bueno, casi todos. También hay otros niños a los que no les brillan los ojos, niños sin poderes especiales. Al ser considerados inferiores a la sociedad y una carga evolutiva los padres están obligados a matar al niño, a no ser que quieran morir ellos y que se lleven al pobre infante, seguramente para matarlo también. Esa es una de las razones por las que los partos en los hospitales disminuyeron al poner en marcha la ley, ni siquiera te dejaban ver a tu hijo antes de que abriera los ojos.
Bueno, ahí esta el quid de la cuestión: a mi no me brillaron los ojos. La cara de decepción de mis padres era claramente visible en sus miradas.
Mi madre me retenía contra su pecho, haciendo leves caricias sobre mis cejas intentando estimular el brillo para que saliera, unos intentos que fueron en vano. No se mucho de aquella noche, solo se lo que mi hermano se ha atrevido a contarme. Él quiso acercarse a verme, y se encontró con mi padre enfadado, gritándole a mi madre que le diera el bebé. El hombre parecía muy enfadado, irritado, decepcionado con la pequeña criatura que habían traído al mundo, mi hermano dice que es de las pocas veces que lo ha visto llorar.
Él intentó acercarse, y recibió un fuerte empujón por parte de mi padre, el cual no dejaba que Kenai se acercara a mi.
Lander cogió la chaqueta, y salió de casa pegando un portazo. Esa fue la primera vez que no volvió a casa en días, la primera vez que bebió tanto. Creo que soy la causa de su adición.
Mi madre me acariciaba, mientras las lágrimas de dolor y tristeza formaban ríos por sus mejillas y acababan formando cascadas que caían directamente encima de mi. Ella no me iba a soltar, era su pequeña, no iba a perderme. Su pequeña Alexis.

¿Tienes miedo, Halls?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora