Silvia se encontraba excitada, y bastante agitada. Llegó a su habitación, se echó sobre la cama, y comenzó a tocarse pensando en el marido de la vecina. Mientras se masturbaba pensaba en aquel vecino que la tenía trastornada, y con el que ansiaba tener algún encuentro amoroso. Jamás había sido infiel a su marido en los diez años que llevaban de casados, pero sentía tal atracción por Ayose, su vecino, que estaba dispuesta a romper ese récord de fidelidad.
Tras contraer matrimonio con Berto su marido, adquirieron una casa en una urbanización en las afueras de la ciudad. Durante los primeros años, los vecinos de la casa que tenían enfrente eran unas personas mayores, con las que mantuvo buena amistad. Tras el fallecimiento del marido de la vecina, ésta decidió marcharse a vivir con uno de sus hijos y vendió la casa. Al poco tiempo se encontró con una mujer bastante joven, que se presentó como la nueva vecina. Silvia observó que la mujer no pasaba de los treinta y tantos años, pero no llegó a conocer al marido hasta unos días después, en que aquel hizo su aparición.
Cuando Sheila la vecina le presentó a su marido, la mujer se quedó algo desconcertada, ya que el joven parecía mucho más joven que la vecina. Tenía el aspecto físico de todo un jovencito, el cual aparentaba bastante tímido, notado como se sonrojó ante su penetrante mirada. Tras las presentaciones, se retiraron hacia el interior de la casa.
Con el tiempo, Silvia fue observando al vecino, comprobando que era un joven bastante apuesto, con carita de autentico ángel, con bastante, el cual bajaba la mirada cuando ella lo miraba fijamente. Pero tenía ojos que le cautivaron desde el primer momento. Pero además, comprobó que aquel joven disponía de una estatura superior a la de ella, sobrepasando los 1.80, y, pese a su delgadez aparente, percibió que disponía de unos brazos bien fornidos, curtidos seguramente por bastante actividad deportiva o de gimnasia. De hecho, a los pocos días lo vio regresando a la casa después de haber estado corriendo por los alrededores.
Silvia era una mujer que pasaba el día en su casa, cocinando y limpiando como una atentica ama de casa. Era bastante culta, pero había decidido dejar de trabajar para dedicarse de lleno al cuidado de su hija, la cual tenía en aquellos momentos cinco años, y que ya acudía al colegio. Su marido, Berto trabajaba como ejecutivo en una entidad bancaria, del cual era apoderado y disponía de una buena remuneración económica que le resultaba suficiente para los dos. Con el paso de los años, Silvia había visto disminuir las atenciones que le propiciaba su esposo, y sus encuentros sexuales se habían ido distanciando. Ella desde joven había sido una mujer bastante activa sexualmente. De hecho, antes de casarse estuvo con dos novios, con los que mantuvo relaciones sexuales plenas. Sin embargo, al casarse decidió ser una mujer fiel y de su casa. Su marido, por su trabajo viajaba mucho y eran pocas las veces que comía en casa, ya que siempre estaba almorzando con clientes.
Mientras observaba a los vecinos, se dio cuenta que ella se mostraba bastante amorosa con el mismo, y se abalanzaba sobre el en el propio jardín, ante el aturdimiento del joven, que denotaba su extrema timidez. En varias ocasiones, los pudo comprobar desde una de las ventanas de su casa. Sheila no paraba de toquetear a su marido, lo besaba y le metía mano ante la timidez de aquel, que miraba para todos lados por su los estaban observando. Esas escenas la comenzaron a poner algo celosa.
Pronto llegó a tener bastante confianza con la vecina, e incluso en algunas ocasiones llegó a visitar la casa de ellos, y al inverso. La mujer, que trabajaba de administrativa, le comentaba con frecuencia, que su marido era muy bueno, y que le era totalmente fiel. Que ella ponía su mano en el fuego por él: Mi esposo me quiere con locura. Y sé que me es completamente fiel.
-Ay Sheila. ¿Como puedes estar tan segura con los tiempos que corren? Hay muchas mujeres que vuelven locos a los hombres. ¡No te fíes demasiado! Le decía ella entre algunas risas.