La figura renacentista del mundo no podría entenderse sin una referencia a la imagen que la precedió. Antes del Renacimiento el cosmos y la sociedad humana se presentaban bajo la figura de un orden finito, en donde cada cosa tenía su sitio determinado según relaciones claramente fijadas en referencia a un centro. Pensemos primero en la fábrica del mundo físico. El universo medieval estaba constituido
por dos niveles de ser completamente distintos, sujetos cada uno a leyes propias. El mundo sublunar, es decir, la
Tierra, obedecía a ciertas leyes físicas expuestas por Aristóteles y continuadas en lo esencial por la física medieval El
mundo sublunar estaba rodeado por siete esferas. En cada una, una partícula de materia constituía un cuerpo celeste.
Pero tenemos que imaginárnoslas como si fueran cáscaras cerradas. Estaban constituidas por un material sutil y transparente; giraban todas ellas con movimiento regular. Estas siete cáscaras, concéntricas las unas respecto de las otras, correspondían a las órbitas que describían en torno de la
Tierra, según la astronomía ptolernaíca, los cinco planetas conocidos entonces, la Luna y el Sol.Más allá de la séptima, estaba la última esfera. Era la esfera de las estrellas fijas en la cualpodíamos encontrar todas
las luminarias celestes. ¿Y más allá?Más allá, sólo la presencia de Díos.El mundo físico tiene pues un límite preciso.Es como una cajita, como una de estas muñecas rusas o polacas en las cuales, al abrir cada una, se encuentra otra
exactamente igual, al abrir ésta, otra más y así sucesivamente hasta llegar a una muy pequeña que es, por así decirIo, el centro o núcleo de toda la muñeca. Así en el mundo físico. Podemos imaginárnoslo como si estuviera constituido por una última esfera perfectamente limitada y cerrada, fuera de la cual ya no hay absolutamente nada y dentro
de la cual se encuentran circunscritas otras tantas esferas hasta llegar al núcleo de todo: la Tierra.El mundo es limitado y tiene un centro. Dentro de esta arquitectura cada cosa tiene asignado un sitio. Hay órdenes en el ser; cada ente tiende a ocupar su lugar natural. En el mundo sublunar rigen leyes diferentes a las del mundo
celeste, pues en el cielo habitan cuerpos de una inteligencia sutil que, por otra parte, duran en sus revoluciones la
eternidad. Por lo contrario, en el mundo sublunar rige la generación y la corrupción; en él nada es eterno, todo dura unlapso finito. Cada ente obedece a su naturaleza, la cual está regida por leyes que no puede rebasar.Pues bien, a imagen de esta fábrica cósmica, el hombre medieval considera la arquitectura humana. También el
mundo concreto del hombre es un mundo finito en el que todo ocupa un lugar preciso en relación con un centro y con una periferia. LaTierra es vista como una superficie limitada, en el centro de la cual existe un lugar privilegiado;
algunos lo colocan en Jerusalén, por ser allí donde el Dios hecho hombre redimió a la humanidad; otros lo sitúan en
cambio en Roma, por ser el centro de la cristiandad y del imperio; sea Roma o Jerusalén, todos los mapas medievales muestran un centro preciso. ¿Y en la periferia qué hay? Nada, los abismos insondables; nadie puede asomarse a
los bordes de la Tierra porque caería en el vacío. Si cada cosa está en el lugar del espacio que le corresponde, igual
sucede en el tiempo. Al igual que el espacio humano tiene un centro y una periferia determinados, así también
el transcurso de la historia tiene un comienzo preciso: el momento en que Dios creó a la primera pareja en el Edén. Toda la historia tiene un centro: el instante en que Jesucristo salvó a la humanidad, y tendrá un fin preciso: el día glorioso en que el hijo del hombre regrese a la Tierra a la
diestra del Padre, para juzgar a la humanidad. Todo se encuentra entre estos hitos perfectamente determinados.La sociedad humana, de modo semejante. Es una sociedad jerarquizada en donde cada estamento ocupa su
lugar. Hay una relación clara entre los siervos y los señores, los señores y sus superiores feudales, éstos y el rey, el
rey y el emperador. La mejor imagen de esa sociedad sería seguramente la que aparece en esos autos sacramentales
de la Edad Media, que pasaron después al Renacimiento y luego a la literatura barroca. Uno de ellos se recoge en la
obra de Calderón de la Barca, El gran teatro del mundo.