En el principio de la concepción moderna del hombre se encuentra paradójicamente una imagen originada en el pensamiento estoico tradicional y conservada en la tradición hermética: cada hombre es un pequeño mundo, un
"microcosmos". Así como el macrocosmos está formado
por distintos órdenes en la jerarquía del ser y del valor, así también el hombre está constituido por distintos niveles
de ser que reflejan, en pequeño, los del universo. El hombre reproduce el todo, es en sí mismo un pequeño todo.
Antes aún de los estoicos, este tema se puede rastrear en antiguas mitologías. Karljung ha podido ver en la imagen del microcosmos un arquetipo originario, inconsciente, que se expresaría en distintas formas en las culturas más arcanas y sería símbolo de la personalidad total integrada. Pues bien, este antiguo tema revive en el Renacimiento con un sentido peculiar. 'Para Nicolás de Cusa, que podríamos considerar el primero de los filósofos
renacentistas, el hombre no es parte del todo, el hombre es un todo. ¿Por qué? Porque tiene en él la potencia de
llegar a ser cualquier cosa. En el De Conjecturis escribe:
"en el interior de la potencia de la humanidad, todas las cosas pueden existir a su modo". Esta totalidad del hombre no consiste naturalmente en el tener propiedades, pues el hombre no lo tiene todo; está en la posibilidad de ser.El hombre puede ser semejante a una piedra, como lo es de hecho en los momentos del sueño profundo; semejante a un vegetal, ¿no tiene acaso en él todas las tendencias, las funciones que animan a la vida vegetativa? Puede ser tan bestial como una fiera, pero también semejarse a un ángel y -¿por qué no?- a un dios. El hombre es pues un pequeño mundo que contiene todos los órdenes del universo. Pero está correspondencia sólo se realiza porque el hombre puede ser aquello que de algún modo elija, mientras que las demás cosas no pueden ser más que aquello
que ya son.
En dos florentinos posteriores a Nicolás de Cusa, la misma idea se desarrolla. con tonos éticos, acompañada
de un gran estro literario. Uno de ellos es Marsilio Ficino, el pensador neo platónico que marcó con su sello una
época Traductor del Hermes Trismegisto, toma de él la idea del microcosmos. El hombre, puesto bajo la égida de
su propia libertad, puede pasar de un orden de ser a otro; por ello no tiene un lugar fijo en el macrocosmos, sino
que se enfrenta a él reproduciéndolo. La idea del microcosmos llega a ser común. Para la alquimia, el hombre calca el mundo entero, y grandes alquimistas como Paracelso y Weigel se enredan en curiosas especulaciones
para mostrar cómo cada uno de los elementos del universo podría tener su paralelo en uno de los componentes
del hombre.
Pero es en un joven consentido de la sociedad florentina, que llegó a ser el prototipo de una juventud lograda
y truncada prematuramente, donde esta idea adquiere su expresión más profunda. Me refiero a Giovanni Pico della Mirandola. Pico fue autor de un famoso discurso intitulado "De la dignidad del hombre". Había sido precedido por la obra de otro humanista, Gianozzo Manetti. Manetti se había alarmado por un escrito del papa Inocencio III que, con ideas tradicionales, trataba De miseria bumanaevita (De la miseria de la vida humana). La respuesta de Manetti exhibe título voluntariamente provocador. Frente
al lamento por la miseria del hombre caído, él hablará De dignitate et excellentia bominis (De la dignidad y excelencia del bombre)) Dos ideas del hombre se oponían. Al discurso tradicional sobre las limitaciones del hombre que nace en pecado, necesitado de la gracia divina para ser redimido, Manetti enfrentaba una imagen optimista del hombre, para el cual pretendía rescatar su plena dignidad.
El signo de la grandeza del hombre está en la actividad creadora que desempeña en este mundo, su dignidad se muestra en el trabajo desplegado en la construcción de la ciudad terrena.Pues bien, Pico della Mirandola sigue la traza de Manetti, pero lleva sus ideas a una dimensión más profunda.
La Oratio de bominis dignüate empieza con una fábula: El Creador ha distribuido todas las cosas, todo se encuentra
en el lugar apropiado. Conforme lo narra el Timeo de Platón, la mano divina ha creado todos los entes, siguiendo
los arquetipos que contempla en el mundo celeste. Pero, ante este mundo ya pleno, Dios se detiene y queda perplejo. Dice el Discurso.