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La sala de emergencias estaba repleta. Los niños lloraban. La gente gritaba. Una mujer sollozaba en un rincón. El equipo no se había detenido, anunció códigos azules más veces de las que Lena deseaba recordar. Había estado de turno desde las siete de la mañana y, a pesar de que en el interior la luz era deslumbrante, sabía con certeza que afuera, el sol se había puesto hace mucho tiempo y debería haber estado en casa hace un par de horas. Pero sucompañeto de turno no se encontraba bien, un residente estaba volviendo a tomar un examen que había suspendido, y algo estaba en el agua hoy porque ella no había tenido un turno tan horrible en… bueno, nunca.

Estaba viviendo para ello.

Sin importar las advertencias que le habían dado para que dejara de hacer horas extras.

Había ido de cama en cama, de ambulancia a salas tantas veces que había perdido la cuenta. Había habido dos piernas rotas, dos infartos, un aneurisma aórtico que se había reventado (esos eran raros), varios accidentes con causas que iban desde el tráfico hasta la escalera, ataques de asma: había sido un día de todo. Lo mejor era que nadie tenía tiempo de hablar con ella.

Esa era definitivamente la mejor parte.

Tampoco podrían molestarla por el hecho de que este era el tercer turno de esta semana que había cubierto en lugar de irse a casa. ¿Por qué querría ir a casa a un lugar vacío? Realmente no quería hacer eso.

Aquí era mucho mejor.

Tenía un correo electrónico de Recursos Humanos, que había escaneado rápidamente, advirtiéndole que pronto la obligarían a salir a tiempo si no se detenía.

Entonces, esta noche sería la última. En verdad. Entonces haría lo que ellos quisieran. Lo que significaba estar en su apartamento vacío.

Ella no podía pensar en eso.

—¿Qué espacio intercostal estás eligiendo?— Lena le preguntó a Max, el interno tembloroso.

Con el labio superior cubierto de sudor mientras se inclinaba sobre el paciente en la cama, dejó escapar un suspiro lento. El monitor sonaba sin parar. Nia estaba frente a él, con los ojos pegados a la pantalla mientras permanecía de pie con los guantes puestos, preparada para pasarle las cosas a Max si necesitaba ayuda.

—Oxígeno al setenta y nueve por ciento—, dijo.

Max tomó aliento, las manos enguantadas agarrando el bisturí. —Cuarto. Cuarto espacio intercostal.

—Hazlo—, dijo Lena. —Me viste hacer uno ayer, esto es todo tuyo.

El pobre todavía estaba temblando. No había familia para cuidar, lo que ayudó. Solo estaban Nia, Lena y Max. El paciente estaba fuera de combate, y lo había estado a su llegada. Max palpó y luego hizo una pequeña incisión en la piel ya desinfectada. Inmediatamente, volvió a colocar el bisturí en la bandeja, agarró las pinzas arteriales, respiró hondo y las empujó a través del agujero.

—No tienes que ser amable—, murmuró Lena.

—Creo que estoy allí.

—Excelente. ¿Qué sigue?

Retiró las pinzas y empujó un dedo a través de lo que ella estaba segura sería la pleura del pulmón del paciente, luego comenzó a moverlo. Miró hacia arriba mientras de enfocaba. —No hay señales del pulmón.

Lena no dijo nada. Todo iba como debía, así que lo dejó seguir. Nia le entregó el tubo torácico y antes de que todos se dieran cuenta, ya estaba hecho. Lena comprobó la máquina de observación.

—Todo se ve mejor ya—, dijo.

Nia conectó el drenaje al tubo y Max comenzó a suturarlo en su lugar. Sus dedos eran un poco torpes, lentos con sus suturas. Pero lo había manejado bien.

ɪᴛ ᴀʟʟ ᴊᴜꜱᴛ ʜᴀᴘᴘᴇɴᴇᴅ /SᴜᴘᴇʀCᴏʀᴘ / AUDonde viven las historias. Descúbrelo ahora