Sentirte

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Cuando el moreno observó a través del vidrio a la mujer a la que tanto ha estado deseando quedó anonadado. Sus ojos recorrían con esmero cada una de las partes de su cuerpo. Parecía hechizado, sin generar ningún movimiento, solo estaba ahí... absolutamente perdido en aquella figura que había disfrutado hace tantos ayeres y que hoy tenía tantas ganas de volver a probar.

Por su parte, la pelirroja seguía sumergida en sus propios pensamientos. No se percató del momento en el que empezaba a externar verbalmente las memorías y designios que el vino le había removido.

—Cuanto te deseo, Esteban... —declaró jadeante, mientras desplazaba su mano derecha en dirección a su intimidad. Quería complacerse.

Y como si fueran estas las palabras la excusa perfecta para detonar la carga explosiva que al moreno impacientaba, éste se retiró sigilosamente la ropa que aún conservaba y, se deslizó cuidadosamente hasta el interior de la ducha. Había recibido el esperado y necesario impulso para finalmente acercarse a ella.

—Yo también te deseo, Marcia. —
rumoreó, mientras se encontraba en el extremo trasero de la ducha y la observa a ella de espaldas.

La pelirroja se sobresaltó.

—¡Esteban! ¿qué demonios haces aquí? —exclamó, algo apenada y a la vez enojada, mientras buscaba la manera de alcanzar rápidamente su bata.

El rubor no tardó en invadir todo su rostro.

—Marcia, yo...yo llegué y vi, vi tú ropa ahí y...-trataba de explicarse, pero los nervios y constantes manoteos lo hacían ver jodidamente tan torpe.

—Mira, no digas nada más. No quiero seguir escuchandote. Es más te exigo que salgas de aquí en este preciso instante. -Puntualizó, mientras se cubría con su bata.

Una expresión acojonada y desilusoria se apoderó del empresario. Aunque no por mucho.

—Marcia... por favor.

—Esteban, no te me acerques...

—Te lo voy a repetir una vez más Esteban, yo a ti te desprecio, te odio.

—¿Ah sí? ¿Me odias? —estipuló mientras se acercaba lenta y estratégicamente hacia ella.

—Esteban te dij... —expresa notablemente nerviosa... de hecho, ambos lo estaban. Todo el deseo cohibido por tanto tiempo amenazaba con explotar en cualquier instante.

—Shhh... —La silencia llevando los dedos índice y pulgar a su boca. Acaricia sus labios y lucha internamente por no besarlos.

—No podemos seguir así...—susurró tan cerca de sus labios que ella pudo percibir su aliento a licor.

—Nos deseamos... y estoy cansado de fingir lo contrario. Quiero sentirte. Lo necesito y sé que tú también.

Marcia lo observa deteninamente y no puede evitar mostrar algo de satisfacción en su semblante. Internamente lo sabía; lo deseaba y eso realmente le molestaba. Odiaba aún sentir algo por él después de tantas cosas.

Entonces sucedió lo inevitable.

Fue ella la se avalanzó ferozmente a los labios del moreno, quién gustosamente correspondió y profundizó el beso. La tomó fuertemente de la nuca y sus lenguas se encuentraron para acariciarse desesperadamente. Con su mano libre la apretó con tanta fuerza a su cuerpo que ella sintió la presencia de su miembro chocar contra su feminidad.

El sonido de sus besos húmedos resonaba una y otra vez en el cuarto de baño, ensordeciendo el más mínimo estímulo externo que pudiese interrumpir aquel momento.

En un intento de recuperar la respiración, él empieza a dibujar un camino de besos húmedos desde su cuello hasta sus hombros, para luego tomar con ambas manos sus glúteos y apretarlos firmemente, revelando así la necesidad de querer hacer tal acción desde hace tiempo; como cuando tantas veces se quedaba envelesado observando su precioso contoneo.

—Esto es una locura. —exclama una Marcia agitada.

—Estuve pensando en hacerte mía todo el día. —Señala él, mientras se arrodilla frente a su esposa y dirige sus labios hacia su feminidad. La acaricia con su lengua permitiendose saborear con esmero cada uno de sus fluidos, signos del deseo que a ella también consumía.

—Esteban... —dice impacientemente, mientras abre sus piernas dándole más acceso a su zona íntima. Él continuaba lamiendo y chupando exquisitamente.

El hecho de escucharla, verla y sentirla en ese estado le fascinaba... su miembro crecía y se endurecía al oír cada suspiro; al sentir cómo se retorcía y estremecía.

Se levantó de golpe, quedando de pie frente a ella.

—Ves todo lo que provocas en mi... —Le dice con una voz ronca y débil, mientras señala con sus ojos su miembro erecto.

Ella lo observa gozosa... remoja y muerde sus labios, para luego tomar con una de sus manos su miembro y acariciarlo. Lo masajea lentamente, una y otra vez, mientras lo mira fijamente a los ojos. Lo estaba torturando. ¡Y de qué manera!

—Marcia... —expresa en tono de ruego.

—¿Lo disfrutas?

—Mucho...

Él no puede rehuir de soltar uno que otro gemido, mientras mantenía sus ojos fuertemente cerrados y su cabeza tumbada hacia atrás, completamente rendido al momento.

La detuvo de manera repentina, para acto seguido pegarla aún más a la pared. Con una de sus manos procedió a sostenerla por la cintura y con la otra a sujetar y elevar ligeramente una de sus piernas, mientras ella lo rodeó fuertemente con ambos brazos. La miró fijamente y ella asintió en señal de consentimiento, para entonces introcir su miembro suavemente en ella. Un enérgico gemido se escapó de sus labios ante la invasión y ambos sientieron como el calor y la adrenalina se apoderaron del momento. Sus cuerpos parecian moverse al son de una misma danza.

—Más rápido...

Con la mano que sostenía su cintura, la deslizó un poco más hasta alcanzar sus glúteos logrando pegarse más a su cuerpo, a la vez que aumentaba el ritmo de sus movimientos. Sus bocas se encuentraron para deleitarse y reclamarse con desespero. Tenían tanta hambre el uno del otro, que pareciera que fuese justo esa la primera y última vez que tendrían la oportunidad de hacerlo... de poder disfrutarse.

Sus gemidos retumbaban en el lugar, al tiempo que la presión arterial y el ritmo cardiaco de ambos se descontrolaban cada vez más.

Estaban cerca de llegar... Él hundió su rostro entre sus senos y segundos después ambos sintieron como toda la tensión acumulada se liberaba. Ambos habían llegado al orgasmo y sus bocas se abrieron buscando recuperar el oxígeno.

Se miraron a los ojos y sonrieron.

Con ambas manos, Esteban acunó el rostro de su esposa en sus manos y le dio un tierno beso.

—Deberíamos bañarnos.

—Sí, pero no juntos. Ahora sal de aquí que necesito ducharme otra vez.
—rompió todo contacto físico y procedió a abrir la regadera.

Percibió el agua caer, mientras empezaba a sentirse algo arrepentida por lo que acababa de pasar. Sin embargo, le era también inevitable no sentir placer al reproducir mentalmente lo que había sucedido. Lo odiaba, pero le agradaba el hecho de haberlo vuelto a sentir después de tanto tiempo. Era solo una mujer con sentimientos encontrados. Lo odiaba, lo deseaba, pero ¿lo amaba? Ciertamente había jurado que su odio prevalecería por encima de cualquier sentimiento que aquél hombre pudiese despertar en ella.

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⏰ Última actualización: Nov 22, 2022 ⏰

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