XXIX.- COMO SI FUERA LA PRIMERA VEZ

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Joaquín se encaminó hacia el cómodo sillón en el que lo esperaba su esposa, ¡SU ESPOSA! vaya, qué lindo sonaba aquello. Finalmente, todo estaba ya solucionado, había surgido un problema con la reserva de la suite, al parecer alguien más ya la tenía designada. Pero era más que obvio que nadie en su sano juicio le quitaría su reserva a Joaquín Galán, ya que además de haber sido uno de los accionistas de aquel lugar otrora, era un hombre con recursos que a todos favorecían. Sin embargo, a pesar de ser un hombre poderoso se sintió apenado por la pobre recepcionista quién parecía tener serios problemas con el encargado por su error.

Lucía se volteó a ver a Joaquín y él la miró con una sonrisa divertida cuando le ofrecía su mano para ayudarla a incorporarse y conducirla hacia el elevador que los conduciría a la planta alta.

—Joaquín... ¿qué hacemos aquí?—, habló con la voz un poco ronca sin poder evitar perderse en los recuerdos.

—¿De verdad creíste que estaríamos volando en nuestra primera noche de casados? Mi amor, ni demente te haría una cosa como esa, además de que necesitan descansar—, le indicó con una sonrisa amable mientras depositaba un beso en la mano que tenía entre las suyas y con la otra acariciaba su vientre.

—¿Pe... pero aquí?—, preguntó ella con aquel intenso rubor coloreando sus mejillas y no se sorprendió al notar que su voz no salía con la misma fuerza de siempre.

Joaquín asintió mientras las puertas del ascensor de aquel hotel se cerraban frente a ellos. Ese hotel que había sido testigo silencioso del nacimiento de ese amor que con el paso del tiempo parecía florecer aún más.

—Buenas noches, Señor Galán, Señora Galán—, saludó el botones una vez los dirigía hacia su habitación. Lucía reconoció al joven que siempre le indicaba que Joaquín la estaba esperando un tiempo atrás. ¿Cómo olvidarlo?. —¡Felicidades a ambos!—, dirigió, una vez los dejó frente a la misma habitación.

—Gracias a ti muchacho—, agradeció Joaquín cuando le daba su propina. El joven mantuvo la sonrisa cuando ella le guiñó un ojo y abrió la puerta para ellos.

Lucía quiso ingresar caminando, pero Joaquín no dejaría ir tan fácilmente la tradición, así que rápidamente la detuvo.

—¿Pero qué hace la Señora Galán?—, exclamó tomándola por la cintura para que ella no pasara el umbral.

—Pero mi amor—, habló divertida mientras él la sostenía entre sus brazos. —¿No me digas que ahorita te has vuelto supersticioso?

—Claro que no preciosa—, respondió depositando un beso sobre su nariz antes de mecer la cabeza. —Solo quiero que sea especial para ti—, confesó alzándola en brazos y atravesando con ella el umbral de aquella puerta. —Quiero que a partir de hoy escribamos una nueva historia—, afirmó y ella sonrió más que gustosa, aunque pensaba que estaría más pesada que de costumbre, pero Joaquín parecía no tener problemas con ello.

—¡Joaquín!—, expresó ella en un susurro emocionado al contemplar el camino formado a punta de pétalos de girasoles y rosas blancas que se develaba ante sus ojos. Sintió el aroma a vainilla que siempre flotaba en el lugar, así como las mismas cortinas claras. Era como si el tiempo no hubiera pasado.

Un bonito corazón formado con los pétalos de esas mismas flores que parecían estar por todas partes reposaba sobre la inmensa cama que reinaba en la habitación. En un mueble había una botella de champagne sin alcohol, dos copas y fresas con chocolate. Miró por la ventana que le regalaba esa imagen de la luna llena tan brillante y hermosa como la primera vez que hizo el amor con ese hombre.

—¿Lucía?—, le llamó su esposo trayendo su atención de vuelta.

—¿Sí mi amor?—, respondió ella con los pensamientos revueltos.

CUANDO LO VEODonde viven las historias. Descúbrelo ahora