Capítulo 2 El caos de los testigos del duelo

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Abracé a mi mejor amigo mientras lloraba, gritaba, y gemía sin descanso, él estaba hincado en el suelo, tembloroso, incapaz de levantarse por el suplicio que se desataba en su corazón que no tenía permitido ver, puesto que habíamos prometido respetar la privacidad entre nosotros, pero no necesitaba hacerlo para saber que se había quebrantado.

Estábamos en el Aceldama, el interior de una esfera inmensa, donde había una réplica a escala del espacio mismo: Las paredes, suelo y techo estaban constituidos por un frío y macizo ónix en forma de ondulaciones, como las del oleaje de un mar congelado; en el lado superior de la esfera estaba esculpido en piedras y metales un mapa de nuestro universo mismo:

Este contenía todas las galaxias que orbitaban entre sí y formaban grandes grupos o estructuras con forma de esferas o espirales llamados cúmulos que a su vez formaban supercúmulos. Y sobre cada galaxia, apenas apreciable estaba grabado el nombre del ezi que Dios utilizó para formarla; pero había algunas que no se veían normales, los minerales de las que estaban hechas habían perdido su color, eran traslucidas y se habían convertido en galaxias fantasmas.

Y bajo nuestros pies, detrás del infinito mar había muchas esculturas de estrellas, cada una con un nombre grabado, y todos correspondían a un nombre de las galaxias fantasma que ya no brillaban arriba. Ese lugar era el cementerio de los ezis que habían sucumbido a su deseo suicida.

Era un mal día nuevamente, porque había otra galaxia fantasma arriba de nosotros mostrando su opacidad sin recelo alguno, enseñando en alto el nombre que solía ser azul, y que ahora sólo yacía sobre una estrella de turquesa dentro del mar de ónix.

Por cada estrella que aparecía en el mar de ónix teníamos un funeral. Sé que hay dos tipos de costumbres funerarias: Una en donde se hace una alegre fiesta para celebrar la vida del difunto, y otra en donde sus seres amados sólo se deprimen y lloran como mi amigo, honestamente los ezis parecíamos tener más talento en el segundo tipo de eventos. Ese día no era la excepción, sólo se oían almas destrozadas sufriendo, las pocas que no estábamos de duelo, sólo podíamos respetar el dolor y estar para consolar, incluso si el recibir a los dolidos en nuestros brazos no pareciera hacer la gran diferencia.

Y habíamos asistido porque todos éramos parte de una misma especie, y generación, sí, quizás algunos éramos elfos, otros humanos, otros gente de invierno como el amigo que lloraba en mi hombro... pero seguíamos siendo ezis, éramos una misma familia, y teníamos que ayudarnos en esa lucha insufrible llamada vida. Esa vez a mis amigos y a mí nos tocaba apoyar a Jeriah, así que los tres estaban alrededor de nosotros, diciendo cuanto creían oportuno.

Sí, admito que no éramos el grupo más indicado para dar tal apoyo, pero en ese momento, por tan incompetentes que fuéramos, éramos lo único que el pobre tenía. Y digo esto porque de entrada éramos sumamente diferentes, para empezar, teníamos edades diferentes: Cada ezi tenía la misma edad de su galaxia, no obstante, físicamente cada uno de nosotros aparentaba una edad determinada durante toda su vida que además influiría nuestra psicología en cierto modo para siempre, por lo que, en mi caso, por ejemplo, aunque La Vía Láctea tuviera unos 13.51 millones de años yo siempre había tenido y tendría diecisiete años. Lo mismo pasaba con el resto de mis amigos, ninguno de nosotros coincidía ni en su edad real ni en la aparente, y mucho menos compartía ninguna de esas dos edades con ninguno de ellos.

También estaban las claras diferencias físicas, aunque nos consideramos una misma especie, no todos éramos de la misma raza, Jeriah por ejemplo era un invernal que se veía de doce años, era un humano proveniente a un mundo ártico, de complexión delgada, su piel era blanca, áspera y helada, su cabello plateado y sus ojos de color azul ultramar, era capaz de polimorfizarse en el hielo, tenía tatuajes de copos de nieve, escarcha y témpanos de hielo sobre los párpados, labios, los dorsos de las manos y en la piel sobre el corazón que llevaba al descubierto con su camisa a medio abrochar, los cuales eran propios de la cultura de la gente del invierno, ya que actuaban como escudos, sin embargo él evadía a la muerte, así que no eran más que tatuajes, simbolismos de resistencia y curación con los que había nacido.

Monocrosmos 1: AclimataciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora