Final

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Él se acercó a la cama, todo estaba tranquilo y en silencio exceptuando el ruido seco y acompasado que producían algunas de las máquinas que la ayudaban a mantenerse viva.

No le daban esperanzas, aunque él aceptaba que aún no estaba listo para despedirse. Se acercó con nerviosismo a la camilla, su mayor temor era desplomarse en el instante en el que la viese. Temblaba y la vista se le nublaba. Un nudo se fue formando en su garganta y poco a poco se iba agrandando, le impedía respirar bien. Cuando estuvo lo suficientemente cerca no pudo evitar desmoronarse frente a la cama, dejó salir una especie de gemido que anunciaba que no soportaría más. Las lágrimas empezaron a brotar junto a una inmensa tristeza, la impotencia y la culpabilidad le hacían sentir como un guiñapo. Se maldecía, todo había pasado por su culpa. Si tan solo hubiese esperado a que ella llegara para impresionarla con la noticia, o simplemente, haberle hecho la proposición esa mañana y le hubiese pedido que se quedara, todo, todo era mejor que lo que hizo. Tratando de acercarla solo logró alejarla y quizás para siempre.

«Harry tienes que calmarte», se repetía una y otra vez, sin embargo eso era imposible. Ver que el amor de su vida estaba allí, inmóvil en la cama y él no podía hacer nada para recuperarla le ponía totalmente nervioso. Comenzó a caminar por la habitación como si estuviera encerrado dentro de una gran jaula. Se halaba el pelo y golpeaba cosas en su camino. Prefería morir si fuese posible. Se paró, sus ojos seguían llorando. La miró nuevamente y se desplomó deslizándose por la pared. Pensó en irse, en huir para siempre, así no le haría daño, pero se rompió en mil pedazos de solo imaginarse como un cobarde, alejándose de la culpa, dejando atrás lo que para él representaba aquella persona. Le resultaba imposible apartarse de ella. Intentó refugiarse en una gota de esperanza, en un milagro.

Habían pasado unos días, muchos. No se había alejado de la habitación ni para comer, necesitaba estar allí. Necesitaba un apéndice de vida, un movimiento, una palabra. Sus amigos y familiares la visitaron y aun así, él no estuvo lo suficientemente lejos para ver o escuchar lo que decían, eran palabras duras en las que no daban nada por ella. Los médicos le decían que había una esperanza de que se recuperase. Harry se aferró a ella como si su vida dependiese de ello. Los doctores le recomendaron que hablase con ella, que procediese como si estuviera normal para ver si reaccionaba y volvía la realidad. No se lo pensó dos veces. Se sentó frente a la cama y comenzó a charlar con ella en un monólogo que en ocasiones hasta le resultaba difícil y extraño.

- Ana, no me dejes - las lágrimas, como casi siempre, se volvieron a derramar sobre sus mejillas -. Pensarás que soy un cobarde, llorando por verte así y quizás en unos días estés despierta .Te despertarás ¿verdad? Al menos dame una señal, un motivo para seguir luchando o dejarte ir... ¿Considerarás que soy el peor prometido? Comprende que no puedo renunciar a ti, a que te vayas, tienes que casarte conmigo, tendremos hijos ¿cuántos querías? ¿Tres? Para mí serían perfectos y podemos tener más si quieres, seremos muy felices, no pienses que soy egoísta, no te digo todo esto solo para que despiertes, abro mi corazón con cada palabra. Te pido perdón por no darte la razón, si cada idea que pensabas a mí me encantaba, me encanta como cocinabas, como hablas...

Nunca podía terminar sus monólogos, el llanto siempre lo frenaba, siempre lo retraía hacia el abismo de un adiós que se negaba a entender. Dormía poco y mal, las pesadillas le atormentaban y pronto prefirió estar despierto que pasar por ellas. Se estrujó los ojos y se acostó en el suelo. Miró el techo por varios segundos, minutos, horas, cuando empezó hablar el tiempo ya no era nada, no tenía nombre.

- ¿Te cuento una historia? - se rio con tristeza al recordar que nadie le contestaría -Hace siete años mi vida ya no era la misma. Viví de un lado a otro, de aquí para allá, con amigos, con amigas y alcohol. Hacía lo que quería y me olvidaba de lo que no me importaba. Un día vi una chica muy hermosa en una fiesta. La quería para mí, pero por más que intenté entrarla, nunca bajó la guardia. La veía en los recesos de la escuela, sonreía y hacía bromas, deseé que esas bromas fueran para mí y que esa sonrisa fuera a mi causa. Trataba y trataba de acercarme, pero era imposible. Fue entonces cuando comprendí que nunca la podría tener -rio nuevamente con tristeza -. Cuando traté de olvidarla, fue la bebida más amarga que pude tragar y me resigné a ello, quise volver a intentarlo, pero esta vez mis motivos extrañamente fueron diferentes. Di todo de mí, aun lo que no tenía; sabía cómo coquetear, aunque nunca supe como conquistar y así fui aprendiendo. Luego me enteré de que a ella le gustaba alguien, cerré los ojos y rogué a Dios para que fuese yo esa persona , sin embargo, cuando supe de quién se trataba, no me sentí digno de este hecho, había dado todo de mí, pero al lado suyo yo no era nadie, no podía creer que aquella persona era yo, que al fin había conquistado el corazón de aquella chica, era como tener las manos llenas... no, era como tener a un pájaro pequeño al cual temes herir - cerró los puños con furia. -Un año después nos hicimos novios y dos años más tarde pensé que todo se había acabado. No era mi costumbre durar mucho con una persona y pensé que me había cansado de ella. La lastimé de la peor forma. La engañé con otra. Terminé hiriendo a aquel polluelo que trataba de proteger, terminé creando hoyos de inseguridades en aquella persona. Terminé destruyéndolo todo. Para mi sorpresa ella permaneció a mi lado, sentía que no era merecedor de aquel amor, que yo no era para ella, que ella era mucho para mí, mas, no podía alejarme por mi propia voluntad y permanecí junto a ella. Mientras volvíamos a reconstruir nuestra relación, supe que sería la última vez que le haría daño, juré que siempre sería sincero con ella y para mí mismo juré amarla siempre, no como un mandato o presión, se trataba de recordar lo que verdaderamente significaba para mí. Nunca fui tan feliz, tan completo, a pesar de todo, de las peleas, de los desaires, de los obstáculos, era maldita, malditamente feliz, pero ¿sabes qué se me ocurrió? Estropearlo todo. Años después se me ocurrió la brillante idea de proponerle matrimonio mientras iba conduciendo, eso por supuesto distrae a cualquiera, aunque, la verdad, no pensé en ello, pensaba en mi felicidad. ¡Que egoísta! Solo quería escuchar aquella palabra afirmativa de dos letras y por mi egoísmo volví a destruirlo todo, solo que esta vez ya no hay quién lo reconstruya. Este es el cuento de cómo alejar al amor de tu vida, de cómo saber que nada de esto pasa por casualidad y que no encuentre otra cosa razonable que me libre de esta culpabilidad - hablaba mientras se limpiaba las lágrimas - Perdóname Ana, desde un principio no te merecía y aun así seguí, te quiero para mí y para nadie más, ni siquiera para la muerte.

Tragedy|| H.S||O.S| [CUN]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora