⠀Capítulo I

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120 d.C. DESEMBARCO DEL REY.

Uno de los recuerdos más vívidos que Vaenys tiene de Jacaerys Velaryon es de cuando ella tenía nueve años y él ocho recién cumplidos. Se encontraba junto a su padre, observando a su hermano mayor entrenar con sus sobrinos; en aquel entonces, el pequeño Luke apenas podía sostener la espada de madera, pero se esforzaba.

—Aegon está haciendo todo mal —se le escapó a la princesa de mal humor.

Su hermano tenía la oportunidad de entrenarse y se la pasaba bromeando y riéndose con Jacaerys. Era muy irresponsable, no solo obstaculizaba su progreso, también perjudicaba al otro. Sir Criston debía ser un Santo por tenerles paciencia.

—¿Qué piensas que está haciendo mal, Vaenys? —El rey observó a la niña con curiosidad.

—Tiene las piernas muy separadas y está sosteniendo mal su espada —respondió ella señalando a su hermano desde arriba—. Hasta Jace podría derribarlo así.

—Mm, tienes razón —Viserys no empuñaba una espada para otra cosa que actos ceremoniales, pero estaba de acuerdo con las observaciones de la niña. Su hijo mayor no lograba tomarse nada en serio.

Vaenys tenía una petición en la punta de la lengua, sería algo escandaloso y su madre la regañaría si alguien se lo mencionara; pero es que ella estaba segura de que podría aprovechar mejor los conocimientos del Guardia Real que su tonto hermano.

No había otro momento mejor que este, llevaba tiempo viendo a sus sobrinos entrenar con su hermano y aunque había instado a Helaena a que la acompañara, su hermana se negaba a verse involucrada en un ambiente tan hostil.

Pero a Vaenys le parecía asombroso, ¿poder luchar y no tener que esperar a que un caballero la protegiera? ¡Era un sueño!

Su madre no compartía su opinión, desde su tierna infancia le había oído hablar del deber de las damas, del lugar que ocupaban en el reino y de la importancia de dar herederos fuertes y cuidar a sus esposos. Vaenys todavía no comprendía cómo un bebé podía caber dentro de una mujer, pero estaba segura de que debía ser doloroso y muy asqueroso sacarlo de allí.

—Padre, quisiera solicitar su permiso —lo llamó, Viserys sonreía viendo a los jóvenes príncipes y su sonrisa no flaqueó al mirar el rostro de su hija más pequeña—. Me gustaría entrenar con mi hermano.

—¿Entrenar en qué? —El rey frunció el ceño sin comprender.

—Con sir Criston Cole, su majestad —Se esforzó por sonar tan solemne como alguien de su edad podía—. Madre no lo permitiría, pero me gustaría aprender.

—Estoy seguro de que han otras actividades que puedes realizar, Vaenys.

Pero ella no quería otras actividades. Bordar era tedioso, los libros no eran tan apasionantes y por mucho que lo intentara, no comprendía la fascinación de Helaena por los insectos.

Entonces recordó algo que le había enseñado Aegon. «Rhaenyra es la única a la que padre acepta favores. Si quieres algo de él, solo tienes que mencionarla» había dicho con amargura su hermano mayor, ella no notó la triste aceptación en sus palabras, solo tomó el consejo y lo aplicó.

—Yo no tengo un dragón para ser como mi hermana, padre —dijo un momento después poniendo sus mejores ojitos de bebé—. Quiero ser como ella, pero no puedo hacerlo sin un dragón, al menos podré protegernos.

Su padre se conmovió por sus palabras y, lo cierto es que al final, si Vaenys derramó una lágrima, fue sincera. El tema de su huevo nunca eclosionado, le perseguía, era injusto que todos tuvieran sus propios dragones e incluso Helaena tenía a Dreamfyre.

A la mañana siguiente, el Rey le alegró con la maravillosa noticia de que tenía su bendición para entrenar con los príncipes hasta que su sangre llegara, cuando eso sucediera, regresaría a sus deberes como princesa. Cabe destacar que la reina estuvo firmemente en contra, pero el rey tenía la última palabra y Alicent no tenía lugar en su corazón para quitarle eso a su pequeña niña.

Esa fue la única vez en su vida que Vaenys le pidió algo a su padre, el Rey Viserys.

—Princesa, mantenga el brazo firme —Sir Criston dio instrucciones que ella acató con disciplina, aunque al caballero personalmente le parecía degradante que una princesa quisiera luchar, respetaba el esfuerzo que ponía por el gran cariño que le tenía a la reina.

—Estás siendo suave —acusó Vaenys a Jace, era la tercera vez que ella lo desarmaba y la niña apenas tenía una ligera idea de lo que estaban haciendo.

—No, no es así —murmuró Jacaerys recogiendo la espada.

—Sí, si es así —soltó Vaenys cruzando los brazos—. No hagas eso, pelea bien.

—Es que eres una niña.

—¿Y eso qué?

Ignorando a una enfurruñada Vaenys que estaba delante de él, Jacaerys le dio una mirada suplicante a sir Harwin, el escudo jurado de la princesa Rhaenyra luchaba por esconder una sonrisa divertida al ver al pequeño en un aprieto.

Sir Criston estaba ocupado entrenando con Aegon, así que sir Harwin se acercó compadeciéndose de Jacaerys.

—¿Cuál es el problema, sus altezas?

—Jacaerys no lo está haciendo bien —se quejó Vaenys.

—Yo no quiero pelear con ella —dijo al mismo tiempo Jacaerys. Ella lo miró mal y él avergonzado bajó la cabeza.

—A como yo lo veo, este es un entrenamiento justo —dijo sir Harwin—. Tienen casi la misma altura y sus edades son más cercanas que con el príncipe Aegon. Príncipe Jacaerys, podría enseñarle a la princesa Vaenys lo que ha aprendido, pero para eso deben tomarse esto en serio.

Para Jacaerys sir Harwin era el caballero más honorable y valiente, por lo que si él decía que entrenar con Vaenys, aunque fuera una niña, estaba bien, iba a hacerle caso, no importaba cuantas dudas tuviera. También su mamá le había dicho que obedeciera al caballero y él era un niño muy obediente.

Vaenys sonrió con toda su dentadura a sir Harwin. ¡Él era su caballero favorito! Si alguna vez los niños dejaban ser parecerle repugnantes, quería casarse con un lord como él, que tuviera esos bonitos rizos castaños, fuera fuerte, pero se expresara con palabras amables.

El entrenamiento fue mejor y Vaenys atesoró cada momento y enseñanza que recibió. Todavía su sobrino dudaba antes de encestar algún golpe final, pero ella lo usaba a su favor y se le pasaba el resto de día regodeándose por sus victorias, ni los comentarios burlones de Aegon podían arruinar su felicidad.

Entonces las cosas empezaron a ponerse feas, muy feas.

Sir Harwin, el guapo caballero, se peleó con sir Criston.

Y luego llegaron las malas noticias.

Escuchó de las sirvientas una conversación que relataba con todo detalle los sucesos de Harrenhal, con gritos y lamentos que no se detuvieron hasta el amanecer. Sus pequeñas manos se helaron y su corazón latió deprisa, asustada y profundamente triste, huyó corriendo.

Lo cierto es que la muerte de los Strong provocó un miedo al fuego en Vaenys. Lo que escarbó más profundo en sus inseguridades, los Targaryen no temían al fuego, pero ella estaba aterrada de morir quemada.

¿Eso significaba que no era una verdadera Targaryen? ¿Por eso su huevo nunca eclosionó y no tenía un dragón?

Ya había escuchado a Aegon decir que no eran verdaderos Targaryen en más de una ocasión, tal vez su hermano mayor tenía razón.

En medio de aquel caos, la princesa Rhaenyra se fue con su esposo y sus hijos a Rocadragón, dejando a Vaenys sin compañía para entrenar. Para afianzar que su buena fortuna se había acabado, el destino decidió un par de semanas después que la niña debía convertirse en mujer y, por tanto, su madre no la dejó volver a tocar un arma.

FUEGO Y SACRIFICIO  ✦  Jacaerys VelaryonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora