⠀Capítulo II

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125 d.C. DESEMBARCO DEL REY.

Había días en los que Vaenys se sentía complemente sola, no importaba la multitud de doncellas a su disposición y la cantidad ridícula de pretendientes que tuviera, todavía cuando su madre les obligaba a cenar juntos, no sentía calor ni consuelo.

Desde el primer encuentro que tuvo su hermano mayor con los placeres de la carne, «el maldito futuro rey» escupió a Vaenys en su mente, se volvió más inconsciente y estúpido de lo que ya era. En estos días ya casi no podrían ver a Aegon si no era con una copa en la mano o persiguiendo a alguna pobre sirvienta.

A pesar de los golpes y patadas que le dio Vaenys, que Aegon le había devuelto en algunas ocasiones, su hermano no se daba cuenta de que actuaba como un animal.

Por eso, un día en el que su abuelo apareció cuando su madre y ella estaban reunidas, el mundo se le vino abajo al escuchar al abuelo decir: —Cuando Aegon y Helaena se casen vendrán señores de todo el reino, entonces buscaremos un candidato para ti, Vaenys.

La cuestión es que a Vaenys no le podría importar menos que señor, su abuelo y su madre quisieran elegir para ella, le cortaría la garganta en el momento que decidiera tocarla sin su permiso.

No, ella sintió que el aire abandonaba su cuerpo y una fuerza con la que no podía luchar le apretó el cuello cuando pensó en su hermana, su adorada hermana, desposando al imbécil de Aegon. La idea de que sucediera le produjo tal desaliento que dio un traspié.

—Hija, ¿estás bien? —La reina se acercó a ella.

—No. Claro que no —gruñó Vaenys retrocediendo—, ¿cómo se te ocurre casar a Helaena con Aegon?

La reina volteó el rostro apretando los labios. Vaenys la conocía bien, a su madre tampoco le agradaba la idea y, sin embargo, lo estaba autorizando.

—Aegon será rey algún día —dijo Otto Hightower sin entender el arrebato de su nieta—. No vamos a permitir que ninguna familia intente tomar ventaja, la mejor y única opción para ser la reina es Helaena.

—Helaena se merece algo mejor que Aegon —Vaenys les recalcó, aunque le respondía a su abuelo, sus ojos suplicaban porque su madre la viera y la apoyara.

—¿Algo mejor que ser reina de los siete reinos? —Su abuelo tenía esa mirada soberbia que conocía a la perfección, era la mirada de un hombre que se sabe intocable—. Cuida lo que dices muchacha.

—Aegon es horrible —dijo de nuevo, pero esta vez en voz más alta, su madre la miró con los ojos bien abiertos, con molestia notó que reaccionó porque nada era más importante que aparentar que todo está bien—. Madre, ¿eso es lo que quieres para mi hermana?

Podría jurar que los ojos de Alicent tenían lágrimas, pero en el siguiente instante ella sostenía su rostro entre sus manos y le habló con voz trémula: —Hay sacrificios que son necesarios hacer, Vaenys. Aegon nos tendrá a nosotros para guiarlo cuando sea rey.

Sostuvo la mirada a esos ojos gemelos a los suyos. A diferencia de sus hermanos, Vaenys nació con los colores Targaryen, pero todo en su nariz de botón, labios carnosos y ojos redondos, era la fisionomía de su madre, sangre de los Primeros Hombres. Vaenys amaba a su madre con todo su corazón, más no lograba entender como podían ser tan diferentes.

No emitió una sola palabra, dejó que las manos de su madre se deslizaran de sus mejillas y abandonó la habitación.

Desde ese día, Vaenys no tenía paz. Pensaba en el matrimonio de sus hermanos y pensaba en su propio matrimonio día y noche, durante sus lecciones, durante las comidas, el tiempo que debería dormir, esos pensamientos no la dejaban vivir.

Hubo una noche en particular en la que soñó con la coronación de Aegon: estaba en la sala y cuando buscó a su hermana para rendirle pleitesía como su reina, no la encontró, buscó en la multitud y de repente en un parpadeo no había nadie en la gran sala, solo estaba Aegon con su corona y un mar de sangre al ras del trono.

Se despertó sudando frío y con la bilis en su boca. Sus manos temblaban al coger sus vestiduras y una túnica para salir de su habitación. El guardia de la puerta le dio una mirada antes de apartarse de su camino.

—Iré a la habitación de mi hermana —explicó, aunque no era necesario.

Al entrar en la estancia, encontró una vela encendida que daba una atmósfera fantasmal a la habitación con su tenue resplandor. Helaena estaba sentada en su cama, de espaldas a la puerta, viendo hacia la ventana.

—¿Hermana? —llamó en voz baja Vaenys para no asustarla.

Pero Helaena no se giró hacia ella, se acercó con duda y la escuchó murmurar: —No te acerques a la ventana, al dragón no puede volar. No te acerques a la ventana, el dragón no puede volar...

Ya había presenciado antes como se ponía Helaena después de una pesadilla, tenía un recuerdo borroso de su madre hablando con un Archimaestre preguntándole por el mal que asechaba a su primera hija y la desesperación que en voz al no tener una respuesta clara.

Con los años aceptaron que era algo con lo que no podían luchar.

Pero esta vez pudo palpar la angustia en el aire y Vaenys no dudó ni un segundo antes de abrazar a su hermana que seguía meciéndose y repitiendo las mismas palabras. Pasaron varios minutos en los que Helaena seguía murmurando y Vaenys la apretó contra ella con el corazón acelerado, hasta que hubo silencio y segundos más tarde un sollozo.

—¿Hermana? —le llamó preocupada, Helaena nunca lloraba, tampoco es que gritase o hablara fuerte, pero escucharla sollozar le hizo daño a Vaenys—. Por favor, dime que está mal, ¿llamo a madre? ¿Quieres que busque a una de las Septas?

Pero Helaena no respondió, solo sollozó de nuevo y apretó su agarre sobre la manga de su túnica reteniéndola a su lado. Vaenys se quedó allí por lo que parecieron horas, ella permanecería la vida entera al lado de Helaena si eso la alejara de sus pesadillas.

—¿Recuerdas cuando la enfermedad de padre empeoró y tuvieron que cortar su brazo? —habló Helaena unas horas después, Vaenys apenas podía mantener los ojos abiertos del cansancio, pero se enderezó en cuanto escucha su voz—. Oh, estabas dormida. Perdóname.

—No, no, dime por favor —dijo Vaenys rápidamente—. ¿Qué sucedió esa vez?

Helaena dudó jugando con sus dedos. Ya se lo había mencionado a su madre una vez y ella la miró con terror como si sus sueños fueran un mal augurio, como si ella tuviera la culpa de haber nacido maldita.

Pero esta era Vaenys y su hermanita le creería.

Con eso en mente le habló de sus sueños. Explicó tanto como pudo, pues sus sueños eran enigmas que pocas veces entendía en su totalidad, a veces esas imágenes en su cabeza solo se presentaban como malos augurios y otras veces mostraban un futuro muy lejano. Vaenys la escuchó con atención, poniéndose tan pálida que incluso con la poca luz, Helaena pudo notar que estaba casi del color de su cabello.

—Entonces, si Aegon se vuelve rey va a haber una guerra —susurró la hermana menor con horror—. ¿Qué pasará con nosotros?

La princesa Helaena no sabía si sentía alivio de que le creyera o desamparo de haber arrastrado a otra persona a la sombra de zozobra en la que pasaba sus días.

—Nuestras vidas no van a ser longevas—Helaena suspiró negando con la cabeza—. Esta noche lo vi, iba a caer de esa ventana. No sé cuándo o por qué, pero caí y luego solo había oscuridad.

Vaenys brincó de la cama y miró el ventanal como si fuera un monstruo que la atacaría en cualquier momento.

—¡Tenemos que impedirlo!

—No hay nada que podamos hacer —murmuró Helaena con tristeza.

—Nuestra antepasada Daenys también tenía sueños y salvó a su familia, es gracias a ella que estamos aquí —dijo Vaenys con vehemencia. Helaena deseaba desesperadamente creerle—. Debe haber algo que podamos hacer.

Vaenys no se iba a quedar así, no iba a dejar que su hermana muriera. Iba a impedir el reinado de su hermano si eso los mantenía vivos.

FUEGO Y SACRIFICIO  ✦  Jacaerys VelaryonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora