SAMARITANO
Joseph Dankworth tenía unos seis meses de haber regresado a Nueva York. Con tristeza descubrió que una vida tranquila en el gélido pueblo de Verkhoyansh, Rusia no era lo suyo. No podía vivir así.
Extrañaba a su ex-novia y aún creía quererla pero le gusta el bullicio, la guerra, atacar a incautos vendedores de drogas, asesinos o violadores y hacerles pagar por sus crímenes para luego devorarlos y dejarlos secos. ¡Claro, que esa no era su dieta exclusiva! Tenía cierto gusto por los italianos, siempre sabían muy bien y a veces una señorita joven y jugosa, tentaba su paladar y su sexo.
Adoraba ser vampiro.
Sexo.
Al recordar esa palabra se dio cuenta que llevaba medio año sin tener relaciones con nadie. Los vampiros en Nueva York no eran de fiar, la ciudad los volvía así. Esa hermosa y terrorífica ciudad lo seducía constantemente con su comida mas que internacional y exótica, sus noches lujuriosas y viciosas, pero era una de las ciudades más vigiladas del mundo. Había cámaras en cada maldita esquina, eso lo privaba a él y a cualquier otro vampiro de divertirse a lo grande. Por supuesto, la ciudad tenía muchos puntos ciegos, sobre todo en los barrios menos privilegiados. Allí siempre se podía encontrar diversión y esa noche como cualquier otra, pensó divertirse en la parte latina del Harlem, la sorpresa fue que no sólo encontró diversión, sino que algo inesperado pasó. Salvó una vida o mejor dicho, dos, en vez de quitarlas.
En medio de una oscura y desolada calle, Joseph caminaba con confianza, enfundado en su sobretodo italiano de cuero negro. Sus ojos sobrenaturales, brillaban en magenta, ocultando el azul claro natural que lucía su mirada cuando el sol resplandecía. La piel blanca hacía que esos irises resaltaran mucho más. Él no estaba interesado en ocultarse, pues cualquier mortal que pasara caminando por allí a esa hora de la noche, no sería ningún ser bendito. El chillido doloroso de un perro lo estremeció. Sabía que los animales hacían un sonido espantoso al ser lastimados o eliminados y no pudo evitar el recuerdo de la primera guerra mundial:
...aquellos hermosos caballos que halaban pesados cañones y caían en línea como si fuesen piezas de dominó. Morían de la peor manera. Sacudió la cabeza para sacar ese odioso pensamiento de su mente. Un grito de mujer terminó de ahuyentar su remembranza.
Todos sus sentidos vampíricos se alertaron, de inmediato pudo distinguir el sonido de alguien siendo arrastrado. La mujer ya no gritaba, sólo gruñía y forcejeaba. Una risa malvada retumbó en sus oídos.
No era su costumbre meterse en esos asuntos, prefería atrapar su cena cuando ésta estaba desprevenida y no perpetrando un delito.
El viento silbó un leve «Ayúdenme». Joseph se detuvo en seco, miró la calle y quiso deshacer su camino, aquello no era su problema. La voz femenina lo llamaba como si fuese el canto de una sirena.
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Luz Oscura© AMAZON
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