Amigos

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AMIGOS

Sin pensarlo salió del apartamento y no se detuvo hasta estar a muchas manzanas de distancia. Estuvo tan cerca de morderla, tan cerca de saborearla, lo deseó con tanto fervor. Se sentía fuertemente atraído por ella.

Joseph decidió olvidarse de la chica, era lo mejor para todos, y se dispuso a buscar algo que en verdad le gustase para cenar. Aquel par de hombres lo habían dejado con un mal sabor de boca, además, tenía una semana sin alimentarse y se permitiría algo de gula esa noche.

Al día siguiente debía encontrarse con el abogado Silvio Baratta, uno de los mejores mercantilistas de la ciudad, pues había dinero que invertir. Joseph era aficionado a las finanzas, un terreno salvaje e inesperado dónde las cosas podían cambiar en segundos. Eso lo hacía excitante y estar cerca de Wall Street le fascinaba. Amasar fortuna era algo que lo divertía.

Ciao bella —saludó en perfecto italiano a la recepcionista del gran bufete.

—El señor Joseph Dankworth, supongo —respondió coqueta.

La mujer miró de arriba abajo al espectacular espécimen masculino que tenía al frente. Vestido con botas de cuero negro, jean ajustado del mismo color, un suéter ligero gris bien pegado al cuerpo, —y que cuerpazo tan divino se adivinaba debajo de esas ropas— sobre éste, una chaqueta de cuero negro de corte recto y elegante. El cabello castaño cenizo, algo largo y una barba corta, completando un look muy varonil, moderno y sensual.

Joseph era un sueño de hombre. Sus maravillosos y naturales ojos azul cielo le daban el toque final.

La joven secretaria casi se desmayó al verlo, ella siempre veía hombres bellos, pues trabajaba en una de las torres más famosas de la ciudad. Modelos, actores, publicistas y grandes empresarios pasaban por allí todos los días, pero Joseph tenía un punto extra, una fiereza animal que nadie que conociera, poseía.

—El mismo —le tomó la mano y la besó. No se interesaba en los mortales pero le gustaba divertirse con ellos—. Silvio me está esperando.

—Sí... sí —dijo la joven nerviosa, saliendo de su ensueño—. Sólo un minuto señor Dankworth, lo voy anunciar —tomó el teléfono y habló rápidamente—. Puede pasar, permítame acompañarlo.

Grazie cara.

Caminó con calma por el elegante lugar, mirando fijamente las caderas de la mujer. Necesitaba tener sexo y necesitaba tenerlo pronto. La asistente abrió las hermosas puertas de caoba que daban a la enorme oficina del señor Baratta y apenas entró, las puertas se cerraron tras él.

El lujoso estudio era acogedor y hermoso, con la pared de fondo hecha de puro cristal. Los ventanales iban de techo a piso y daban una majestuosa vista de la ciudad. Sin duda era una de las mejores oficinas de Nueva York.

Luz Oscura© AMAZONDonde viven las historias. Descúbrelo ahora