𝙳𝚘𝚜

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Los orígenes de Belcebú son un misterio, incluso para el mismo.

No puede recordar nada acerca de su pasado, no sabe dónde está su casa, ni un sitio donde pueda encontrar otras ¿tribus? ¿pueblos? No, nada. Aunque seguro ya estuvo vagando durante largas temporadas. Quizás lo único que mantenía su cabeza concentrada era el fiel bastón en mano derecha y una bolsa de piedras con extrañas inscripciones atada a la cadera que ha portado toda su vida.
De hecho, los únicos recuerdos que asaltan sin dificultades su mente son estar corriendo con lobos grisáceos en los territorios del norte, ¿nombre específico? ya se le olvidó. Curiosamente; a pesar de ser un humano, lo aceptaron mansamente en esa manada.

En aquella existencia salvaje y predadora, Belcebú no dejaba de sentir una conexión profunda con los bosques a su alrededor. Con el tiempo, comprendió que esta era un tipo de fuerza antinatural que corría por cada fibra de su ser y por un reino que se encontraba más allá del entendimiento común. Sin nadie que le enseñara a hacer uso de su magia (palabra que dijo con extrema suavidad), aprendió a invocar este poder bajo sus propios términos, sobre todo para afilar los reflejos en busca de presas. Si era cuidadoso y estaba lo suficientemente cerca, podía calmar a un venado apanicado para que, aun ante su presencia y la de su manada, se mantuviera calmo y sereno mientras sacaba un puñal para enterrar en el tierno cuello.

El mundo de los mortales (como algunas veces se dirigía de manera incómoda) era tan distante e inquietante para Belcebú como para los lobos, pero se sentía atraído a él por razones que no conseguía explicar. En particular, los humanos (a su supuesto criterio correcto) eran criaturas groseras y bruscas. Cuando un grupo de cazadores acampó cerca, Belcebú observó a la distancia cómo ejecutaban sus tareas sombrías.

Cuando uno de ellos fue herido por una flecha perdida, Belcebú sintió cómo su vida se escurría. Al solo conocer los instintos de un predador, saboreó la esencia que abandonaba su cuerpo, extendiendo sus piedras que brillaban mientras absorbían ese halo celestino casi invisible y así obtuvo breves destellos de sus recuerdos: la amante que había perdido en la batalla y los hijos que dejó atrás cuando emprendió su viaje al norte. Sutilmente, llevó sus emociones del miedo a la tristeza y luego a la alegría, reconfortando al moribundo con visiones de una pradera bañada de luz solar mientras moría.

—Aléjate

Su corazón casi se detiene, apartándose aterrado del cuerpo ya consumido, no tenía porque preguntar quién estaba delante suyo.

—Muerte blanca...

—Aléjate de mis víctimas— susurró y su aliento ¡congeló un pedazo de aire! Cayendo este al suelo en un sonido amortiguado por la nieve—

Vería por primera y última vez como la muerte se llevaba esa diminuta alma, mirándolo sin emoción, pero a su interpretación parecía reprocharle el haber tomado la mayor parte. Desapareciendo en un pestañeo, dejándolo paranoico de que pudiera haber repercusiones por su acto.

Más tarde, olvidaría sentirse ansioso

~ • ~

Después, se percató de que entendía con facilidad las palabras humanas, como algo procedente de un sueño recordado a medias. En ese momento, supo que había llegado el momento de dejar a su manada.

Al permanecer en los márgenes de la sociedad, se sintió más vivo que nunca. Su naturaleza predadora siguió presente, pero se encontró inmerso en una revuelta de nuevas experiencias, emociones y costumbres a lo largo paisajes occidentales. Al parecer, los humanos también estaban fascinados con él. Solía usar este asombro a su favor, y drenaba su esencia mientras los deslumbraba con visiones de belleza, alucinaciones de deseos profundos y, a veces, sueños con una pizca de tristeza pura. Aunque esto solo lo hacía de noche, ya que en las ajetreadas mañanas, solía curar enfermos y heridos con esa misma esencia que tanto hacía brillar a sus piedras.

𝐀𝐃𝐕𝐄𝐍𝐓 𝐎𝐅 𝐓𝐇𝐄 𝐆𝐎𝐃𝐒Donde viven las historias. Descúbrelo ahora