Preacher

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Despierta despierta despierta despierta despierta despierta despierta despierta despierta despierta despierta despierta despierta despierta despierta despierta despierta despierta despierta despierta despierta despierta despierta despierta despierta despierta despierta despierta despierta despierta

La monja se levantó de un susto, ¿Que le sucedía?

Llevaba días, incluso una semana si contaba esa madrugada, que tenía aquella pesadilla en repetición.

El arcángel con sus ojos y sonrisa penetrantes, engañandolos a todos, y siempre volvía a la realidad con la misma frase.

Despierta.

¿Despertar de que? ¿Era esa la realidad de todas maneras?

¿Era ese "arcángel" real?

Ya eran las tres de la madrugada y no tenía a nadie que llamar para hablar hasta caer ante el sueño, por lo que con fastidio simplemente prendió la luz de su cuarto y se dispuso a buscar en su estante lleno de libros uno en específico.

La biblia.

Aunque por alguna razón, no la encontraba por ningún lado.

Ya más desesperada empezó a sacar cada libro de la estantería, leyendo cada título para ver si la había puesto en algún otro lado.

Ya había revisado tres de cinco columnas, y nada.

Ya más cansada, dejó el desorden cuando terminó, consiguiendo que en efecto su biblia no estaba.

«Debe estar en otro lado» pensó aún con esperanza.

Buscó en la cocina, la sala, hasta el baño, pero nada.

Su biblia había desaparecido.

En vez de enojarse, buscó otra solución. Rezar.

Rezar siempre despejaba su mente, desde que tenía memoria. Se sentía inmune a toda desgracia y que protegía a sus seres queridos de la misma manera.

Y a sus 26 años seguía con esa forma de pensar.

Como pudo recitó algunas cosas de memoria, una que otra vez equivocándose debido al cansancio de los minutos anteriores.

Ya más calmada cerró la puerta de cada habitación en la buscó y apagó cada switche que vió encendido, hasta al fin llegar a dónde el caos había comenzado; su cuarto.

Con todos los libros desperdigados, cualquiera pensaría que fue víctima de un ataque de locura.

No estaba tan alejado de la realidad de todas formas.

—Lo arreglaré mañana...— dijo mientras apagaba la luz de su habitación, para luego tirarse a su cama.

Ya podía descansar, ¿Cierto?

Pues no.

Un lugar negro, vacío, tan silencioso como iglesia en un lunes. Allí fue donde "despertó" la monja.

Con esperanzas rogó que fuera un sueño y no una pesadilla, y esas se elevaron al por fin notar que no estaba donde siempre.

Su pesadilla siempre empezaba con la cara del verdadero Gabriel, para luego tener un cuadrado negro encima, y alguien susurrándole en el oído a ella.

Pero no, esta vez las cosas habían cambiado.

¿Será que fue una maldición de siete días? Era la teoría más lógica dentro del caos.

La negrura del lugar lentamente se fue esfumando, dándole paso a un lugar lleno de nubes y calma.

El cielo.

Estaba plagado de ángeles divirtiéndose y humanos ya fallecidos, era el paraíso.

—Bienvenida, Diana.— la saludó un arcángel.

El arcángel Gabriel.

—¿Arcángel Gabriel?— preguntó, este asintió.

¿Acaso era un mensaje ese plácido sueño de la partida de sus tortuosas pesadillas, y aquél bello arcángel era el mensajero que se lo haría saber?

Eso esperaba.

—El señor quiere hablar contigo.— le dejó saber, mientras hacía una seña para que la siguiera.

Diana sin dudar seguiría a aquella bella figura a donde fuera, así que tal perro lo siguió hasta donde se le era indicado.

Cada paso que daba le daba más lugar al silencio, que opacaba de manera algo aterradora a las risas que producían los demás en el área central de aquél paraíso.

Algo no le cuadraba, aún así continúo el camino que Gabriel le imponía.

—Llegamos.— le hizo saber.

Seguían en el cielo, solo que estaban completamente solos. Ya no habían risas, solo un silencio algo abrumador junto a una niebla leve.

—Eres muy obediente, Diana.— le dijo el arcángel a la monja.

—Eso es algo...bueno?— le preguntó.

De nuevo, sentía que algo no estaba bien. ¿Porque el arcángel le daba la espalda?

—Muy bueno, de hecho.— dijo, ahora con un eco leve saliendo de su voz.

—Si puedo preguntar...¿Y el señor?— cuestionó, debido a la ausencia de una tercera persona en el espacio.

—Oh querida, ¿No te has dado cuenta ya?—

Sus hermosas alas se abrieron, aunque estás se veían algo afiladas, contrario a como deberían ser; esponjosas y listas para salvar a cualquiera.

Esas alas se veían dispuestas a lastimar a cualquiera.

El "arcángel" por fin se volteó, dejando ver lo que Diana deseaba evitar a toda costa.

—No...¡NO!— gritó al ver a aquella larga sonrisa.

El creador de sus pesadillas estaba ante ella, sonriendo como siempre.

—Te dije, también te engañaría. Solo acéptalo.— le dijo, mientras empezaba a dejar ver su apariencia real.

Sus manos delicadas ahora eran peligrosas garras, y toda pizca de color ahora solo eran matices de un morado grisáceo.

—Acéptalo.— empezó a repetir, ahora también dejando oir su tétrica voz, mientras que se acercaba peligrosamente a la mujer.

Antes de poder reaccionar, se dió cuenta de que el lugar había vuelto a ser negro, y ahora se encontraba atada.

¿Cuando había cambiado todo? Y más importante, ¿Ella también había caído ante la farsa que noches antes había sido restregada ante su cara?

Nada importaba ahora, no tenía escapatoria de todos modos.

Solo quedaba la oscuridad y su respiración, junto a la maniática risa de Satanás.

Diana había muerto, para darle paso a Preacher.

- The Mandela Catalogue - OneShots - (CERRADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora