Capítulo 3

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Leiper's Fork, Tennessee

—Tenemos pensado terminar esta parte en tres días. Además de esperar que traigan los materiales que nos faltan, por—

—Un momento —indicó alzando su mano y contestando su teléfono. Obtuvo dos rayitas y debía aprovecharlas —. ¡Grace! Dios por fin, no...no, no trates de ubicarme por las redes porque en este pueblo solo hay señal en un bar ¿Puedes creerlo? —habló con fastidio paseándose por una de las tantas habitaciones sin terminar. Killian negó con su cabeza cada vez más convencido de que esa mujer ahí no pintaba nada bien. Complicaría las cosas cuando tendría que estar todo tranquilo —. Bien, si, en Grecia, por favor que sea el mismo hotel que has ido, me puede dar un ataque si es de tres estrellas. Que si, que sea con todo incluido. Pasaré año nuevo, no unas vacaciones simples.

Año nuevo en Grecia. ¿En serio?

Killian se cruzó de brazos y aguardó que terminara, ya sus oídos sangraban de tanto capricho y lujos. ¿Había ido a supervisar la obra o planificar sus próximas vacaciones? ¿Qué carajos estaba pensando Benjamín Reed para dejar la entrega del hospital en una mimada de veinte cuatro o veinticinco años?

—He traído las botas de la última colección, ¿Te acuerdas esas del desfile? —parloteó tocando su cabello largo y rubio como si fuese parte de un videoclip —. Ya casi que no tiene suela, es que si vieras la mugre en la que vive este pueblo. Si, es que el mismismo bar no está limpio —carcajeó burlándose.

Muy bien, suficiente.

Killian salió de la habitación en busca de la única persona sensata para descargar su bronca.

Marisa ya platicaba con otros interesados de los planes del viejo Reed.

—Killian, ¿Dónde está Chloé?

—En lo posible fuera de mi vista —retrucó —. Ven conmigo un momento —pidió saliendo de la construcción.

Una vez más quitó su gorra, revolvió su cabello y volvió a colocársela tratando de aclarar sus ideas.

—¿Qué sucede? —preguntó ya conociendo la respuesta —. Killian.

—Llevo veinte minutos mostrándole la obra a una persona que no tiene interés ninguno en esto —señaló toda la estructura a sus espaldas —. Tampoco tiene conocimiento de por lo menos el material que necesito, ni de la rutina de trabajo. Es que ni siquiera sabe qué hacer con un martillo, Marisa. ¿Qué demonios es esto? No puedo perder el tiempo a esta altura —resopló dejando sus hombros caer.

Ya la contractura en sus hombros era fatal, más que cargar todas las bolsas de arena y cemento.

—Entiendo lo que dices, pero —

—¿Entiendes? ¿De verdad lo haces? Porque me has encajado a esa mujer de la nada sabiendo que faltan seis semanas —refutó alzando su ceja.

Marisa cerró sus ojos suspirando.

—Han sido ordenes de Benjamín, no puedo ir contra él, Killian. Va a retirarse y será Chloé quien se haga cargo de todo —explicó viéndolo resoplar y maldecir sin mirarla —. Le llevará tiempo aprender, pero para eso estamos nosotros.

—No puede aprender en seis semanas como funciona una obra que ha llevado ocho meses —recalcó —. Prefiero que sigas tú en su lugar, es más, todos de aquí prefieren lo mismo.

Marisa frunció sus labios pensativa.

—No se trata de lo que prefieras tú o los demás. Es una orden que debe cumplirse. Puedes estar tranquilo que yo me encargaré de enseñarle todo lo relacionado a la contabilidad. El resto serás tú —indicó apretando la carpeta contra su pecho —. ¿Le has mostrado la obra? ¿Qué te ha dicho?

Navidad sin señal © Donde viven las historias. Descúbrelo ahora