1

2.9K 276 26
                                    

Lucerys estiró el cuello en un acto de ansiosa expectativa porque desde su ubicación a la distancia, al lado de su hermano mayor Jacaerys, veía perfectamente bien.

Al menos lo que realmente sus ojos deseaban apreciar con detalle.

Las personas que se habían reunido azarosamente en el patio de entrenamientos aquella mañana de abril ahora formaban una pequeña multitud que vitoreaba y jadeaba emocionada en los momentos más oportunos mientras disfrutaban del espectáculo que se congraciaba delante de todos aquellos que se habían acercado, curiosos.

Los hombres, pero sobre todo las mujeres allí reunidas, aplaudieron y vitorearon emocionadas los gráciles movimientos del príncipe que competía en esos momentos con el jefe de la guardia real en lo que habitualmente era un entrenamiento rutinario, al parecer apreciado por primera vez por la muchedumbre.

Cuando Aemond Targaryen esquivó una estocada de la espada de madera de Criston Cole, agachando el torso y ladeándose bruscamente hacia un costado, sus cabellos de un color rubio imposible para ser verdadero bailaron en el aire sin despeinarse, el contraataque tan rápido y efectivo que la apreciación de aquel movimiento quedó rápidamente en el olvido.

— Acerquémonos un poco más.

Lucerys golpeó con el codo a Jacaerys, instándolo a adelantarse sorteando al público. Sin aguardar su respuesta, Lucerys comenzó a empujar suavemente a las personas más fornidas y altas que él, abriéndose paso hacia el "escenario" formado por el espacio que la gente había dejado libre para los dos contendientes. Ni siquiera volteó el rostro para cerciorarse de que Jacaerys lo siguiera porque en esos momentos, poco le importaba, la ansiedad elevándose cuando las personas a su alrededor seguían vitoreando y gritando eufóricas de tanto en tanto.

Sobre todo, no le importó encontrarse sin la compañía de su hermano mayor cuando logró llegar al frente de toda la muchedumbre, el combate frente a sus ojos al fin sin obstáculos. En verdad era una exhibición de habilidades y apreciarlas de forma tan cercana no hacía más que incrementar los sentimientos de admiración en Lucerys, un estremecimiento recorriendo su cuerpo entero cada vez que Aemond devolvía los ataques de Criston Cole sin mayores dificultades, la fuerza que empleaba con la espada de madera siendo obvia por el duro impacto contra el arma de Cole, sus muñecas temblando débilmente por el esfuerzo de mantenerse en su posición.

Por supuesto, el combate se enardeció y comenzaron a surgir lo que Harwin Strong le había dicho a Lucerys en su momento, "los ardides tramposos y poco honrados" por parte de Criston Cole; no necesitó que alguien lo comentase para distinguirlos enseguida, no siendo la primera vez que lo veía en una trifulca armada, real o no. Aún siendo trampas con el fin de desestabilizar a su oponente, Lucerys tuvo que admitir que era muy bueno ocultándolas y muy efectivo a la hora de implementarlas en el momento más oportuno.

Sin embargo, si Criston Cole era un maestro del engaño, Aemond lo era en la rapidez mental y física con la que los veía venir y los sorteaba casi sin esfuerzo; en uno de ellos, el movimiento obligó a Aemond a retroceder y agacharse nuevamente para esquivar la espada y, en ese instante que solamente duró lo que dura una inhalación presurosa, Aemond volteó hacia él, conocedor exacto de su ubicación entre el público. La respiración de Lucerys se detuvo una fracción de segundo mientras sus miradas se encontraban, suspendidas en el tiempo infinito de ese momento tan efímero e íntimo a la vez. Soltando el aire casi con cautela cuando los segundos volvieron a transcurrir a una velocidad normal y tanto los golpes de las espadas como el vitoreo de la gente ocupó la totalidad de sus oídos, Lucerys se sintió abrumado por la emoción en la mirada que Aemond le había dedicado en aquella pequeña lapso de trance solo para él.

Ansia, agitación. Ilusión.

Anhelo, deseo.

Abrumado pero también encantado con la sensación agradable y placentera que crecía en su interior al interiorizar las emociones de Aemond, se le antojó un buen momento para que aquel combate acabara, la impaciencia gobernando cada fibra de su ser, de su cuerpo al punto de descubrirse a sí mismo acalorado por la ansiedad, sus dedos retorciéndose entre sí por la irritación que le generaba que Aemond estirara aquello y para colmo, no volviera a mirarlo.

Clandestino [Lucemond]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora