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Se sentía destrozado, abatido, sentía que su corazón latía con fuerza en su pecho jadeante, que se sacudía en busca de oxígeno para permitirse llorar, para diluir ese dolor de su mente en aquellas lágrimas que caían como gotas de agua en un diluvio; el diluvio de su alma.

El recuerdo vívido de su cuerpo desvanecerse, su mano sentirse fría tras un roce desesperado, y el grito que salió de su garganta al ser testigo de un suceso que marcaría su vida para siempre.

Ni siquiera necesitó ese aviso del doctor, nunca necesitó que le remarcara que esa persona había muerto y él no había podido hacer nada para evitarlo, porque no estaba a su alcance, nunca lo estuvo; aunque lo creyera.

Lo sabía, lo supo desde el primer momento y cuando pudo estar con él por última vez, cuando vio su sonrisa cansada, pero sus ojos rebosantes de un brillo único, un brillo que apaciguó su corazón.

¿Su corazón?

Su corazón seguía allí, seguía dentro de su pecho, pero, ¿realmente estaba ahí?

No, su corazón se había ido con él, con su padre.

Decidió finalmente luchar contra ese monstruo que absorbió sus ganas de siquiera respirar, y se atrevió, después de casi un mes, a leer la única herencia física que le había dejado Rodrigo.

«Mi diario, para mi querido corazón» leyó en su mente, pues su garganta estaba tan seca que no podía articular palabra alguna.

Tras un suspiro lleno de valor y, a su vez, miedo, abrió el libro. No estaba repleto de páginas, ni siquiera tenía una tapa firme; había sido hecho a mano por Rodrigo y contenía unas cuantas hojas con dibujos y frases diminutas, casi como si estuviese incompleto.

my heart.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora