un camino sin salida

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Marinette llegó a su casa agotada. El día había sido largo, y ahora que debía ir a la escuela, no le importaba lo más mínimo.

No quería escuchar charlas sobre cómo Ladybug había fracasado, sobre cómo había dejado que el villano de París, Monarch, le arrebatara todos los Miraculous. Claro, nadie sabía lo que realmente había pasado. Ladybug y Chat Noir no habían dado declaraciones, y no pensaban hacerlo.

—Marinette, vas tarde a la escuela, cariño. —La voz de su madre la sacó de sus pensamientos.

No le importaba si no quería ir, tenía que ir. Quería soltar un grito de frustración por todo lo que estaba pasando.

—Tranquila, Marinette. Seguro que distraerte en la escuela te hará bien y se te ocurrirá algo. —Tikki flotaba cerca de su cabeza, abrazando su mejilla en un intento de consuelo.

—No lo sé, Tikki... El único plan que he logrado crear en estos días se pulverizó. Chat tiene razón, mi plan era estúpido. —Marinette enterró su cabeza en la almohada.

—¡Marinette! —Su madre la llamó nuevamente, y Marinette se incorporó rápidamente. Tenía que bajar antes de que su madre subiera para ver qué le pasaba.

—¡Voy! —Exclamó mientras se arreglaba rápidamente.

Podía escuchar los pasos pesados de su padre subiendo las escaleras. Tomó su mochila y salió al pasillo, donde se encontró con sus padres.

—Marinette, ¿estás bien? —Preguntó Tom, preocupado, y Sabine asomó la cabeza detrás de él.

—Mamá, papá, ya iba a bajar. —Habló calmada mientras comenzaba a bajar las escaleras con ellos.

—¿Segura que estás bien, cariño? Has estado decaída estos días. Dime la verdad... ¿Acaso Chloé te ha vuelto a molestar? —La voz preocupada de su madre la hizo sentirse aún más triste. Se suponía que su vida como Ladybug no debía mezclarse con su vida cotidiana, pero ahí estaba, causándole problemas por cosas que ni siquiera tenían que ver con Ladybug.

—Estoy bien. —Marinette se sentó donde acostumbraba a tomar su desayuno, mirando a sus padres. —Solo... con todo esto de que Monarchs tiene los Miraculous... —Movió su mano, jugando con sus coletas. —Supongo que estoy sobrepensando las cosas. Me aterra lo que pueda pasar. —Miró a sus padres, a punto de soltar lágrimas.

—Oh, cariño, estaremos bien. —Sus padres siempre tan amorosos. Marinette los adoraba. —Sé que es difícil esta situación. Pero míranos, Marinette. Estamos juntos. No dejaré que te dañen, mi niña.

Marinette sonrió, aunque la tristeza seguía latente. Agradecía profundamente las palabras de sus padres. Sabía que siempre buscarían lo mejor para ella, que, sin importar qué pasara, estarían ahí. Pero esas palabras eran solo el deseo de protección de unos padres que no podían controlar nada. Eran palabras que la hacían sentirse mejor, y, aunque no resolvían nada, las apreciaba con todo su corazón.

—Gracias. —Les dio un cálido abrazo, uno que casi la hizo llorar. Quería contarles todo, pero sabía que no debía. Se conformaría con ese apoyo incondicional que sus padres le brindaban.

—¡Ah! Voy tarde. —De repente, se fijó en la hora.

Corrió rápidamente, despidiéndose de sus padres. Tenía suerte de vivir cerca de la escuela. En menos de diez minutos, llegó al instituto, donde encontró a Alya en las escaleras, mirando su mano con gran interés.

—¡Alya!

—¡Marinette! Qué bueno verte. Tengo algo que mostrarte. —Alya no la dejó hablar. La sentó a su lado, mostrándole un anillo que llevaba en su dedo. —¿Qué opinas? ¡Es precioso!

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