.Chapter I; ZIBÁ.

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NIRAN

Titulo: Rey de Exitiabilis
Lugar: Reino de Exitiabilis

Su cuerpo se sacude por la tembladera, su cabello es cubierto por la nieve, paso las manos para quitarselo de encima y alza su pequeño rostro.

—No me gusta el frío.

—Puedo notarlo.

—¿Me abrazas?

—No.

De igual manera lo hace, Radeen debía estar en sus aposentos bebiendo chocolate, pero se escabulló al carruaje en el que vine para supervisar que el corte de leñas sea la cantidad mandatada por el rey.

—Ahora no tengo mucho frío. —musita con suavidad, frotando su mejilla contra mi vientre—. Ya no.

La carroza se sacude, el chofer se disculpa, mencionando el mal estado de las carreteras.

—Parece ser que el corazón del rey no se encuentra estable ¿eh? —comenta—, ya han sido muchos meses de invierno y lluvia, ambos climas no son buenas combinaciones —agregó, entendiendo lo que quiere decir.

La carroza se detiene, los caballos relincha y el chofer les habla para calmarlos.

—Lo siento, Lord, me temo que es el fin del camino —salgo, hay una linea de bloqueo de piedras en el camino.

El chofer se rasca la nuca.

—Señor... ¿quiere que demos vuelta?

Busco entre mis bolsillos y encuentro lo que busco, lo relleno con los datos que se requieran y se lo ofrezco.

—Vendrá una delegación dentro de poco, digale al caballero de cabello rojo que lo ayude a llevar su carroza —desato las correas y arnés del caballo, lo monto después y avanzo un poco—, ¿el dinero está bien o no está contento?

Debido a la libertad que me tomé en tomar lo que era de su propiedad, lee el cheque y se asombra al ver la cantidad que ofrezco.

—No, Lord, esto es mucho dinero... —titubea, se muestra nervioso y rapidamente se inclina—, muchas gracias.

Doy un leve asentimiento, cruzo el bloqueo, en mi recorrido observo la cantidad de arboles que han sido talados, la gente busca calidez, pero mientras mi corazón se sienta intranquilo, esto no acabará.

Llego al pueblo y algunas personas logran reconocerme, regalo al caballo y evito detenerme ante la conmoción que se forma, el mayordomo viene a mi encuentro y me dirije a la Casa Grande de este lugar.

Una vez allí, las ganas de encuellar al alcalde son altas, su falta de responsabilidad no puedo pasarlas por altos, es por eso que una vez en su oficina, respiro hondo para controlarme.

—Lord, su majestad se encuentra aquí —lo despiertan del sofá.

Los sirvientes se disculpan por los actos de su señor y señalo la puerta para que se marchen.

El alcalde se levanta, desconcertado de verme aquí, vacila en que hacer y que decir.

—Majestad —reverencia—, lamento hacer este encuentro incomodo.

—Debería revisar su agenda, di anticipación que vendría.

En realidad no, quien vendría era el ministro, pero no es necesario aclararselo al inutil que tengo en frente.

No sabe que hacer y me siento por mi cuenta en la silla, noto lo brillante de los muebles y él se sienta detrás de su escritorio, nervioso abriendo sus cajones.

—Tiene razón, majestad, lo que ocurre es que he estado ocupado...

—Deme el mapa y ahorrese que le pida el informe detallado de sus acciones —se afana.

Detallo el lugar, es estrecho, pero con paredes que no permiten el ingreso del frío, falta un poco de orden.

Una vez me entrega el mapa, pasa a invitarme la cena, en el transcurso de la noche llega la delegación y el ministro se sacude la nieve de sus hombros.

—Nos encontramos un señor en la carretera, nos dio un cheque para comprar de nuevo su caballo, hasta les hice un dibujo rápido de su encuentro —muestra un horrible garrabato de alguien abrazando su caballo.

—¿Quién dejaría un señor en la carretera?

Su mirada grisácea sobre mí es fija.

—Le falla la memoria, majestad.

No memorizo recuerdos sin importancia, por lo que ignoro lo que dijo y le entrego el mapa.

Nos sentamos en el comedor y escucho a las sirvientas cuchichear sobre sandeces que no se esmeran en bajarle el volumen, el alcalde comenta sobre el buen clima, lo que el ministro alega que es un desastre y una de las sirvientas se queja que no puede secar sus ropas porque se congelan.

—Entonces debo plancharlo con la plancha y tenderlos adentro.

—No suena tan problemático —le dice el alcalde.

Me percato que estamos hablando con la servidumbre... Pero resulta entretenido escucharlas quejarse.

A la hora de descansar, me otorgan unos aposentos y juego con una daga escuchando al ministro sobre el siguiente altercado que se hará.

—¿Vieron al ministro?

—Es joven... ¡y muy guapo!

Cuchichean detrás de la puerta, reitero que las sirvientas del alcade tienen la lengua ligera. Los pomulos del ministro adquieren un leve carmesí, pero continua explicando.

—Pero Su majestad está muy atractivo.

Le chistan a esa sirvientas y esta vez el ministro me da una mirada, pero no me afecta.

—¿Qué? Necesita relajarse ¿acaso no sienten el frio? A este punto, nos congelaremos.

Otra queja, suelto un suspiro y el ministro suelta una risita baja.

—Me encuentro bastante relajado.

—Ya lo creo, majestad.

—¿Supones que...?

—Nada, señor, nada —no creo en sus palabras.

Pero sé que la mayoría que conforma mi reino ha expresado queja sobre esta temporada de poca tolerancia. Lo que llega hacerme reflexionar.

Al día siguiente nos dirijimos a la corte donde yacen mis estrategas, los coroneles y comandantes, solo mandato a ciertas tropas para invadir las tierras.

Pero antes que se aplique mi mandato, los detengo.

—Ministro, sabes de mis gustos, se lo encargo —acepta, pero luego de unos segundos reconoce a que me refiero.

Incluso los miembros presentes no se esperaban lo que encargue.

El ministro se aproxima.

—¿Esta seguro?

Me tomo la libertad de servirme un trago y tumbarme en el sofá con la chimenea al lado.

—¿Quieres que sea claro?

—No me refiero a eso, majestad, pero usted...

—Deberías alegrarte... —miro a los miembros—, alegrarse —me corrijo—, yo, el rey Niran, he decidido perdonar a esos pueblos invasores a cambio de algunas esclavas que puedan satisfacerme, ¿qué acaso eso no acabó con el invierno pasado?

Bebo del trago y una serie de imágenes se mueven en mi memoria ante sucesos pasados.

El ministro termina por asentir y se marchan.

Viendo el mapa de piedra, me preparo para volver a mi palacio y esperar la llegada.

Reviso el retrato que mandé hacer de tamaño pequeño y que suelo manejar en mi bolsillo, es hermosa, ese rostro... Ese color de pelo... Las flores en su cabello embellecen su imagen.

Solo necesito una distracción, una dosis que aminore la desestabilidad que hay en mi interior, aunque soy conciente que es de forma momentánea.

El Corazón de su MajestadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora