.Chapter V;

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NIRAN

—Majestad, hemos traído lo que ordenó.

Dirijo la vista hacia la bandeja que cargan una serie de sirvientes, entre cuencos, paños, medicinas, abrigos, cambio de ropa cómoda y capas.

—Retirense.

Cuando abandonan mis aposentos, elijo el cuenco con algunos paños, tomo lugar en mi cama para sujetar la cabeza de la mujer y descansarla sobre mis muslos.

Su melena dorada se esparce por la cama, como el nectar de la miel, brillante como el sol. Es dueña de un rostro con características suaves, demasiado preciosa para ser real. Aunque bastante tonta para huir en la nevada nocturna.

Su cuerpo continua frío, pero su rostro arde en fiebre. Su respiración agitada hace ruido en el espacio. Tiene hipotermia y ya es su segundo día en este estado, aún no despierta.

Le doy un rapido baño, el agua calida contiene algunas medicinas que aminoran su fiebre y relajan sus músculos, vestirla no me es un problema, luego le doy la dosis de su medicación para dejarla descansar, cubierta con mis edredones más calientes.

Es tal como en mis sueños.

Parece haber sido hecha por ángeles.

Unas lineas oscuras empiezan a formularse en su cuello. Las sombras que la acorralaron se vieron amenazados y como muestra de su defensa, la maldijeron.

Deslizo el pulgar por su mejilla para inclinarme hacia su rostro y besar su frente. Inmediatamente las lineas desaparecen.

Sus largas pestañas claras se mueven, hinoptizandome el iris esmeralda de su mirada, apenas abre los párpados, debilitada. Y aún así, gana mi atención.

—Du-duele...

—Lo sé —verifico su fiebre, ya no es alarmante—, descansa.

Vuelve a cerrar sus párpados y yo me voy al vestidor. Que es donde me encuentro al ministro con mi vestimenta doblada sobre una almohadilla, una vestimenta adecuado para la audiencia de hoy.

Me da una serie de informes estatales, sobre algunos asuntos breves de la administración económica.

—Su prometida dice estar bien ¿no?

—Hmm...

Colocandome los guantes oscuros y recibiendo la corona que me ofrece, lo miro a traves del espejo, nervioso, mejor dicho, con ansias.

—La duquesa llega asustarme por momentos, he de admitirlo.

—Llegará en la jornada del día o el día de mañana, sé que le tienes un favoritismo, es por eso que te responsabilizo para prepararle unos aposentos. Se pondrán al día.

Suelta una risa exagerada, creyendo que bromeo.

—Majestad, usted es muy gracioso, muy raro en usted ya que carece del sentido del humor.

Arrugando el entrecejo le dirijo la vista.

—Soy alguien bastante gracioso, ¿ves? —estiro las comisuras, sonriendo—, debería revisar sus ojos.

—¿Sí? En ese caso, digame un chiste.

—¿Tengo cara de payaso? ¡ponte a trabajar!

Se mueve hacia la gran capa y pasarmela, ya preparado salimos de mis aposentos y no esconde su curiosidad de ver a la esclava durmiendo, se le dibuja una sonrisa y alzo la mano en señal de silencio. No estoy para sus parloteos.

Pero nada puede callar a esta lengua.

—Majestad, hace mucho no estaba con una concubina, era como si tuviera su haren como yo tengo los adornos de navidad en todo el año —dice—, guardado y abandonados.

El Corazón de su MajestadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora