LXVII

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—¡No se alejen demasiado, chicos!nos gritó mi padre en lo que ató nuestro barco al muelle.

Pero su aviso no prevaleció al crujiente tumbao de nuestros pies contra la rústica plataforma de madera. Echamos una carrera; ella retomó su título de 'invicta' por décima vez en estos trece años de amistad. ¿Su secreto?: siempre la dejé ganar.

¿Lo traes ahí?señaló mi bolsillo.

Asentí repetidas veces. Colocamos el mapa sobre una enorme piedra circular, bajo una copiosa palmera que nos protegío del feroz sol.

—Yo digo que debe estar aquí —inquirió segura de sí misma—. ¡Vamos, marinero!nos cubrimos un ojo esbozando caras rudas.

A falta de palas, nuestras manos superaron el poder de un bulldozer. Pasamos horas de excavación sin resultados objetivos.

Aunque, yo perfectamente supe que aquel cofre no se ocultó bajo la arena, dentro de una cueva fría y desolada, ni en el vientre de alguna calabera en las profundidades del mar.

¡Qué tonto! ¿Por qué nunca me percaté que bajo sus párpados se encubren todas las riquezas de este mundo?

Y sin la plena disposición de buscar la equis, encontréen su miradael único tesoro digno de presumir.

Cuando las letras se vuelvan carneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora