XCIV

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En la espesa necesidad de entenderte, me ahogo. Dulce y picante como un chile revestido de caramelo.

Hielo que calma el dolor, pero fuego que supura la noche que hay dentro de mí. ¿Mis palabras? No son nada si no trastocan hasta lo último de tu ser.

Glorioso cuando te desvistes de todo, así de imprevisto, atándome al silencio de lo que sientes, de mi entrega, de nuestros secretos.

Dios sabe cuánto me esfuerzo por sacarte el deseo, y una sonrisa. Traduzco como puedo tu indiferencia maquillada de autocontrol.

¡Qué más da que te pierdas en mí si siempre has sabido que soy un laberinto sin salida!

¿Regresar?
Si en este presente envuelto en papel de regalo está todo.

Cierra la puerta, y somete todo a tu paso.
Trágate la llave si es necesario, o escóndela bien donde yo no pueda romperla.
Otórgale a tus dedos el permiso de hacer conmigo lo que quieran.

¿Problemas?
Hay algo de animales en nosotros, ¿qué quieres?

Deja que mi astucia te convenza de morder la manzana, de tocar la afilada aguja de la rueca, de besar al primer anfibio parlante, de entregar tu dulce voz por degustar de otras profundidades: yo seré el antídoto que le ponga clímax a este cuento.

Deja fluir tus emociones, no te contengas.
¿Quién dice que estamos mal?
Cobardes ellos que no han regresado cuerdos de una batalla campal contra la locura.

¡Esto es la guerra: alternémonos las victorias!

Cuando las letras se vuelvan carneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora