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En un rincón de la ciudad iluminado únicamente por una vela que se consumía rápidamente se resguardaba el pintor admirando su obra, y no, la pintura aún no estaba terminada.

Miraba más bien como había hecho del cuerpo de una colegiala algo más digno de admirar bajo su propia perspectiva.

Con los brazos y las piernas acomodados a los lados daba la pinta de ser alguna especie de bestia sobrenatural. Con el costillar abierto de la forma en que lo hizo parecía una mariposa reposando el vuelo.

Se deshizo de la piel de su rostro, obviamente no quería que la reconocieran por la bonita cara que tenía, si no por la expresión vacía que había dejado en su lugar.

Vacío, lo que él veía en cada humano con el que se topaba.

No había nada dentro de ellos que valiera la pena ser conservado.

La punta de un cigarrillo se encendía cada tanto que el pelirrojo daba una calada, sabía que no podía tomarse tan a la ligera el trabajar al aire libre, sin embargo había hecho todo en un barrio un tanto vacío donde a nadie le importaba lo que un extraño hacía en la madrugada en un callejón, la luz de la vela hacía que no se pudiera ver más allá de su periferia.

No llamaba demasiado la atención pues usualmente la gente solía pensar que era un vagabundo resguardandose del frío.

Cuando pensó en el frío de la noche se pregunto a si mismo si en ese instante Dazai estaría sintiéndolo, no podía evitarlo, él vivía cada instante en su cabeza, y sabía que era posible que cometiera alguna tontería como saltar al río congelado para morir ahogado.

Normalmente hacía muchísimos más detalles en sus pinturas. Pero la paranoia de que Dazai hiciese algo que atentara contra su vida lo invadió.

Era increíble como dejaba que él manejará su vida a su total antojo, pero así había sido desde que eran niños.

Desde siempre había estado enamorado de Osamu, desde que se conocieron en el orfanato que les sirvió de hogar durante la infancia.

No recordaba otra cosa que no fuera a si mismo observando al castaño.

Aferrándose a la idea de que con el tiempo ambos crecerían solo para casarse y siempre se tendrían mutuamente.

Fue un poco iluso y lo admitía. Pero nada más estúpido que aquella vez que le prometió seguirlo tan leal como un perro, con la esperanza de que algún día él lo amaría.

¿Se arrepentía?

Para nada.

Se habría convertido en un perro sin necesidad de que él lo pidiera, ya lo era, desde que se conocieron.

Sin embargo Dazai debía sentir un poco de presión para corresponder a sus sentimientos.

Y si no lo hacía no importaba, le dolía más cualquier intento de suicidio por parte del castaño que alguno de sus rechazos.

No importaba si Dazai no lo quería, seguiría viviendo con él, y eso era lo que realmente importaba.

Entró por una ventana para no hacer ruido, ya que la puerta solía atorarse y era algo tardado forzar las cerraduras.

La habitación lucía desordenada, tal como siempre la tenía el castaño, entre un montón de ropa que no se sabía distinguir entre limpia y sucia se encontraba Dazai, dormía profundamente como siempre, pero por las dudas se acercó para comprobar su pulso.

En su mente conectaron todas las pinturas que había hecho sobre Dazai, un ojo, sus labios, su cuello o su nariz.

En casa lienzo tenía una parte distinta de Dazai.

Pero era incapaz de pintarlo por completo.

Solía sucederle, al momento de pintar solo podía recordar enteros los rostros de personas que ya había matado.

Por ello le gustaba verlo dormido.

Era como verlo muerto, con la tranquilidad de que estaría aún con él por un largo tiempo.

The Midnight Painter [Soukoku]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora