4 La máscara del zorro (Martin Campbell, 1998)

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JAKE MAVERICK


—¿Entonces se puede decir que esta ha sido la última sesión para Dakota?

—Eso mismo.

Heather Johnson, la psicóloga y especialista en la terapia miofuncional, había tratado durante varios años las dislalias por ceceo de mi hija, pues según diagnosticó en su día, había sido producido por el abandono tardío del chupete y en su sustitución, el pulgar.

—Y como también lo es, la necesidad de una ortodoncia.

Asentí mientras miraba de reojo a Dakota e insuflaba aire a los pulmones de puro orgullo por esa enana; por el gran esfuerzo demostrado hasta lograr comunicarse con éxito con los demás. Era toda una campeona. ¡Sí, señor! ¡De los pies a su cabecita morena llena de rizos!

—Oye, Dakota.

Mi hija dejó lo que estaba haciendo para prestar toda su atención en Heather.

—Toma un dólar para comprarte un refresco en la máquina expendedora de la salita de al lado. Mientras, tu padre y yo hablamos a solas un momento.

—¿En serio?

La doctora asintió.

—Y... ¿Y puedo tomarme uno de cola, papi?

—Claro, cielo. Esta vez, te lo has ganado con creces.

Ambos le sonreíamos complacientes.

—¡Yupi, gracias! ¡Gracias! —respondió ya casi desde la otra punta de la estancia. Daba gusto oírla hablar sin arrastrar las palabras ni mascullar tantas zetas.

En cuanto Heather y yo nos quedamos a solas, la doctora aprovechó el momento de intimidad para incorporarse de la butaca, rodear la mesa escritorio y sentarse en la misma silla que segundos antes estuvo ocupada por Dakota. Cruzó las piernas despacio, en una posición muy femenina, todo hay que decirlo, dejando entrever parte de su tonificado y sensual muslo izquierdo.

Sin lugar a dudas, estaba de más informarte de que ella era una mujer que sabía muy bien realzar sus encantos, esos que eran obvios a ojos de todo hijo de vecino. Y, que, además, ni siquiera se esforzaba en hacerlos explotarlos hasta la extenuación.

—¿Y bien? —quise saber, aunque me oliera por donde iban a ir los tiros—. ¿Qué es eso tan privado que debes contarme y que Dakota no puede estar presente?

Ni siquiera meditó la respuesta, tenía muy claras las ideas y así las manifestó sin irse por las ramas. Y te juro que eso, a veces, asustaba viniendo de una mujer así, como ella, de armas tomar.

—Supongo que eres consciente de que, desde ahora mismo, en este preciso momento, ya no ejerzo como terapeuta de tu hija.

—Sí, así es —dije sin pensar. 

Entonces fue cuando ensanchó su sonrisa a la par que percibí cierto halo de travesura en sus gatunos ojos verdes.

—En ese caso, Jake Maverick, sabes lo que viene después.

La miré ceñudo.

—Que ya no te quedan excusas, pues las has gastado todas. Y ya ni siquiera puedes echar mano del comodín del público. Cero, ninguna.

Me miró sin apartar la mirada, directamente en una actitud insinuante. Algo que me llamó mucho la atención y que me dejó paralizado, sin saber muy bien qué responder a eso. Pues, en mi vida, que yo recordara, únicamente se habían cruzado en mi camino dos personas capaces de atravesarme con la mirada y después dejarme sin habla.

TÚ, YO, LA TOSCANA Y UN MILLÓN DE ESTRELLAS (primeros capítulos en exclusiva)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora