Estaba cansado de la situación, siempre era la misma historia. Era tan irrelevante que nadie se preocupa cuando desaparecía, y mucho menos se tomaban la molestia de buscarlo, olvidando incluso que también vivía allí.
Vale, puede que después de lo ocurrido con Wagner todos hayan tenido una revelación sobre lo importante que es la amistad, la familia y todas esas cursilerías, pero Schubert no estaba seguro de que aquel ambiente fuese a durar mucho y, para ser sincero, seguía enfadado por cómo se desarrollaron las cosas. No le parecía justo, pero claro, ¿a quién le importa lo que él pensase?
Es sobre todo por aquella razón por la que había decidido que lo mejor sería buscar un trabajo para ahorrar algo de dinero y mudarse lejos de la mansión Otawa.
Por suerte, tras unas cuantas entrevistas, Schubert fue finalmente contratado en una cafetería relativamente cercana a la casa. El local no era muy grande y todo estaba hecho, o decorado, con madera clara: las sillas, las mesas, el suelo..... Pero tenía unas cristaleras gigantes que no están nada mal, aparte de que en las paredes también habían colgadas unas pizarras con el menú y algún que otro mensaje, todo escrito con tizas de colores brillantes. Estaban claramente pensados para motivar a los estudiantes que acudían allí a estudiar mientras comían algo.
—Y eso sería todo — dijo el jefe una vez hubo terminado de enseñarle un poco el local —. Durante estos días estarás bajo el ala de Eri, así que si necesitas algo, no dudes en pedírselo — añadió señalando con la cabeza hacia la barra, donde Eri estaba secando unas tazas.
Eri era una persona joven de aspecto muy andrógino, de poco más de veinte años, ojos castaño oscuro y pelo corto con mechones desiguales y todo teñido de morado. Vestía el uniforme de la cafetería, que consistía en un conjunto de camisa y pantalón blancos con un delantal gris con el logotipo en negro. Además, tenía perforadas las orejas con diferentes pendientes pequeños de color negro y un piercing estilo "mordedura de serpiente" en el labio inferior.
Eri, al darse cuenta de que lo estaban observando, saludó a Schubert con una sonrisa e inmediatamente volvió a lo que estaban haciendo.
—Te pagamos a principios de mes y puedes quedarte con las propinas que recibas — informó el dueño a Schubert antes de marcharse, dejando solos a sus dos empleados.
Ligeramente incómodo, Schubert se acercó a Eri, esperando instrucciones sobre qué hacer a continuación.
—Soy Eri, aunque eso ya lo sabes — se presentó, dejando de lado la actividad para prestar toda su atención a la recién llegada —. ¿Cómo te llamas? — preguntó, apoyando los brazos en la barra.
—Franz Schubert — respondió, tratando de no retorcerse los dedos por el nerviosismo.
—Oh, qué casualidad, compartes nombre con uno de mis hijos gemelos — dijo Eri —. Sólo la parte de Franz, no la de Schubert, claro — añadió, soltando una suave risita.
Schubert se rió con ellos, pero también se sorprendió al saber que Eri ya tenía hijos. Le gustaría preguntar, pero pensó que era demasiado intrusivo y acababan de conocerse.
—Ven conmigo, te falta el delantal del uniforme y estás listo para empezar...
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Durante el resto del día, Schubert ha tenido poco tiempo para hablar con su compañero de trabajo, sólo para preguntarle cómo funciona una cosa u otra, pero eso no le impide pensar positivamente que quizá ésta era una buena oportunidad para hacer un amigo.
—Bueno, ¿qué te ha parecido tu primer día? — preguntó Eri mientras le daba la vuelta al cartel para indicar que ya estaba cerrado.
—Ha sido más ligero de lo que imaginaba — contestó Schubert con sinceridad.
—Eso es porque todavía no es época de exámenes. Ahí tienes que prepararte para servir una cantidad exorbitante de café a estudiantes que están muertos por dentro — comentó con una risita.
Schubert limpiaba las mesas mientras Eri iba al mostrador de la caja.
—Ya no queda nada más por hacer a excepción de revisar la caja registradora — comentó —. Si quieres puedes irte ya, yo cierro — le ofreció.
Aunque está un poco cansado, no quiere irse a casa todavía. No tiene ganas de lidiar con el circo que es la mansión Otowa, pero tampoco tiene excusas para quedarse.
—Hasta mañana — se despidió de Eri y este le contestó de una forma similar.
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Ni siquiera era necesario entrar en la casa para oír el desastre, era perfectamente audible desde el patio delantero. Dejando escapar un profundo suspiro, abrió la puerta.
En el salón encuentra a Mozart jugando a algún videojuego con Chopin mientras Liszt les observa jugar un rato antes de volver su atención a la revista que tiene en las manos. El resto de los residentes no están a la vista pero, dada la hora del día, probablemente estaban en otra habitación, ¿la cocina tal vez?
Dejando en el aire un saludo que no recibe respuesta, Schubert va a cambiarse a su habitación. Teóricamente no es suya, de hecho, ni siquiera está en buen estado (ya que tiene un agujero en el techo), pero como estaba limpia de cuando Beethoven y Mozart tuvieron que alojarse allí temporalmente, decide apropiársela para no tener que dormir más en el sofá.
Una vez se ha quitado el uniforme y se ha puesto ropa más informal, baja de nuevo a la segunda planta y se dirige a la cocina para ver si puede ofrecer algo de ayuda. Si fuera por el resto de ClassicaLoids, realmente no se molestaría en ayudar, pero, al menos, Kanae siempre ha sido amable con él y qué menos que ayudarla con las tareas del hogar ya que el resto no lo hacía.
—Oh, Schu, ya estás aquí — comentó la dueña de la casa al notar su presencia —. ¿Podrías hacerme un favor y empezar a poner la mesa? — le pidió.
—Claro, ¿cuantos somos hoy? — preguntó, comenzando a sacar vasos del armario.
—Los de la casa y Sousuke — respondió agradecida por su ayuda.
Mientras Schubert colocaba los cubiertos en sus respectivos lugares en la mesa, reflexionó sobre si debía informar a Kanae de su trabajo. Tampoco es que ella fuera a darse cuenta de sus desapariciones (casi nunca lo hace, en realidad), pero él no quería seguir acumulando deudas con la chica, al fin y al cabo aún le debía gran parte del alquiler.
—He conseguido un trabajo — le comentó sin mucha emoción.
Kanae se giró a mirarlo, sorprendida por lo que había escuchado, y se acercó a él.
—¿¡En serio!? — exclamó anonadada y Schubert asintió con la cabeza —. ¿Entonces me vas a pagar finalmente el alquiler? — preguntó en broma.
—Sí, pero me pagan a principios de mes y tampoco es mucho — le advirtió.
Al final decidió no contarle su plan de mudarse, no lo creía necesario. Su idea era pagarle la mitad a la chica y la otra mitad (más lo que ganara en propinas) la ahorraría.
—Bueno, eso es un comienzo — dijo Kanae, satisfecha con la noticia.
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Hasta que volvamos a encontrarnos
FanfictionTras una invasión alienígena, una enorme torre que emana rayos en el centro de la ciudad y música con extraños efectos secundarios, los habitantes de la mansión de Otawa ya no deberían sorprenderse por nada, pero parece que al mundo le gusta demostr...